lunes, 23 de abril de 2018

Lo emocionante que es tener una colección

La gente que me conoce un poco sabe que tuve un accidente cuando era niño y desafortunadamente perdí los genitales, o sea: estoy castrado. No escondo esto porque habla de lo que hice por mi hermana. Cuando yo tenía ocho y ella diez años un dóberman nos persiguió por la calle. Ella tropezó y el perro la atrapó de una pierna, yo no dudé y me interpuse, pero era evidente que mis fuerzas no serían suficientes y el animal me agarró de la entrepierna…
Ahora mi hermana está casada y tiene dos hijas. Y yo… yo nunca pude relacionarme con mujeres, ni siquiera para que fueran mis amigas. La cicatriz entre mis piernas es una medalla para mí, pero una abominación para mucha gente. Y por ello estoy solo.
En realidad no tanto, tengo buenos amigos y sobre todo y de lo que quiero hablar en este post es que soy coleccionista de figuras de acción. Estudié contaduría y una vez regresaba de la oficina y sino iba a tomar alguna cerveza con mis compañeros, volvía rápido a mi departamento. Allí me recibían siempre Thor, Robín, La princesa Leia, Spawn Medieval; Darryl Dixon, Trunks, Robocop… Tenía un par de vitrinas amplias donde exponía cada personaje y los que aún tenía en cajas los guardaba en el cuarto que estaba destinado a las visitas, pero como nadie venía aquí, tuvo otra función. Cada cierto tiempo los reacomodaba y los limpiaba, siempre cuidadoso del polvo, el agua y el sol. Y cada fin de semana asistía a un tianguis que existe en la Ciudad de México de nombre “Cómics rock show”, donde principalmente se venden figuras y donde me volví un tanto popular por una amabilidad y nobleza que los que son mis amigos dicen que tengo, pero yo no lo puedo asegurar.
No quisiera que se me tomara como un infantil con lo que he explicado, lo cuento principalmente para que se tengan más pistas y se entienda mejor lo que quiero revelar.
Sabía que nunca tendría hijos, a no ser que adoptara, pero sino tenía a una mujer a mi lado nunca lo haría. Y el tener un gato o un perro no me era posible porque sería injusto tenerlos encerrados y hambrientos al yo estar en el trabajo. Por ello me encariñé tanto de mis sobrinas, Lucía y Fernanda, desde que nacieron, lo que sucedió hace más de una década. La primera tiene ocho y la segunda camina rápido hacia la adolescencia, algo que no puedo evitar, pero lo quisiera. Desde bebés jugué con ellas, las llevé al zoológico, al cine y a parques de diversiones. Y por supuesto les compré juguetes, en sus cumpleaños, día del niño, navidad, en cualquier fecha que resultara propicia, ya como una recompensa o para remarcar lo tanto que las quiero; término del ciclo escolar y les daba una muñeca, pasaban un examen y un peluche, aceptaban ir al dentista y un juego de mesa; hacían un quehacer, se portaban bien, se dormían temprano, ¡iba a visitarlas!, y allí estaba yo con un juguete.
Pero el día más satisfactorio era el día de reyes. Mi hermana y su esposo compraban en el supermercado de la avenida, pero yo iba por mi parte al centro de la Ciudad. A eso de las once de la noche caminaba entre la tanta gente, me detenía en cada puesto y preguntaba. Compraba juguetes para ellas y figuras de acción para mí. De pronto me consideraba igual que todos los hombres que me acompañaban, ¡que yo también era un padre!
Al día siguiente, con el pretexto de la rosca, me presentaba en la casa de mi hermana y a mis sobrinas les entregaba lo que los reyes magos habían dejado en mi sala para ellas. No soy exagerado al decir que siempre mis regalos eran más jugados que los que les daban sus padres.
Todo fue bonanza hasta el seis de enero pasado. Uno no puede detener los días, éstos se precipitan como una cascada y lo van inundando todo, dándole un aspecto distinto a lo que ya era acostumbrado; sí se sueña mucho tiempo, al despertar se estará en una tierra completamente desconocida.
Mi sobrina mayor recibió un celular y ya no le importó lo que su hermana tuviera como regalo y sobre todo ignoró por completo la muñeca edición especial, la cual desde hace un año había deseado conmigo al descubrirla en internet. Este desprecio agrió mi estancia y me marché pronto. Para no volver temprano a mi casa, me metí en un bar e intenté ligar con dos fulanas que por cómo estaban maquilladas parecían de treinta, pero luego revelaron que apenas tenían la mayoría de edad. La gente crecía, sin poder detenerse. Mis sobrinas un día saldrían a un lugar y un imbécil desesperado trataría de llevarlas a la cama, aunque no supiera para qué. Y cuando una de ellas trató de besarme, hubo un temblor.
Sucedió tan fuerte que todas las botellas atrás del mostrador se cayeron y las chicas se abrazaron y se pusieron a llorar. Antes que terminara salí corriendo del lugar, sólo pensaba en las vitrinas de mi casa, en las tantas figuras que había atesorado todos estos años. Vomité al entrar al departamento y descubrir que todo se había caído y varias piezas roto en un brazo, en una pierna, en la cabeza. Desesperanzado empecé a recoger, pronto me di cuenta qué era inútil, que todo avanza, crece y no se detiene. Entonces la locura se apoderó de mí y empecé a romper lo que viera, aun lo que se había salvado, lo más caro o lo más apreciado por mí. Y mientras lo hacía grité y lloré. Maldije la vida que me había tocado y me pegué tres veces en donde debería tener un pene y unos testículos. Al cansarme me recosté en la alfombra y me dormí.
Me desperté con el lloriqueo de la bebé. Había una desnuda acostada junto a mí. Los muebles seguían tirados allí, pero todas las figuras habían desaparecido. Entendí el trueque y lo agradecí.
Ese mismo día inicié una nueva colección, pero ahora con las risas de mi hija.#HoyNoPerderé https://www.atletassinfronteras.com

domingo, 1 de abril de 2018

EL HOMBRE QUE SOÑÓ CON SER UNA ESTRELLA



 El tiempo no existe.
Todos los momentos son el mismo, el ahora. Pasado, presente y futuro suceden en el mismo instante, están interrelacionados y lejanos los unos de los otros. Lo que sucedió antaño se mueve hacia el dolor y la nostalgia o la bonanza y el encanto, gracias a la memoria, que lo deforma todo, que lo perfecciona para que uno pueda vivir con la satisfacción de haber ganado algo alguna vez y no continuar cabizbajo con la derrota actual, que parece infinita.
Lo que sucederá mañana ya se fue, en ensueños uno ya lo sospecha, lo niega al principio y termina aceptándolo. Lo que viene es el olvido, aquello de lo que casi nadie escapa, aquello que no puede ser derrotado.
Lo que sucede en este momento es la única constancia de nuestra existencia y cuando uno se pregunta cuánto puede durar, ya se ha ido; una parte de nosotros se queda en aquello que se va (y a la vez, persiste). En el siguiente momento ya no somos lo que éramos, aunque no lo parezca, una partícula se ha diferenciado y esa diferencia es constante. Empezamos siendo algo y terminaremos siendo algo distinto. De esta manera hay millones de uno mismo que viven en los millones de momentos de los que está hecha la vida.
La velocidad es la que nos hace creer en el tiempo, pues como es sabido éste está emparentado con el movimiento. Entre más lentos sean nuestros accionares dispondremos de más vida. Mucho más rápido vayamos y nuestra energía se desvanecerá pronto en estelas de luz y de calor. Uno puede ir veloz durante algún tiempo, pero llegará el momento en el que nos detengamos para descansar, ya sea en los brazos de una mujer con los ojos diáfanos o en los de otra, con los ojos negros.
Uno puede ralentizar cualquier acción para habitar en la dulce y suave contemplación de la existencia, el cómo el polvo invade objetos inanimados y las sombras se alargan hasta volverse una capa negra que lo cubre todo.
Rápido y uno podrá ver muchas cosas. Lentos y uno podrá ver mejor las cosas. Pero nunca podrá verlo todo. Máximo tenía esa ambición, era desmedida, pero consideraba que era posible. Estudió física cuántica en la universidad y desde niño practicó el atletismo, pronto concentrándose en los cien metros planos. Sus largas piernas y su conciencia severa de que el tiempo no existe lo llevaron pronto a romper marcas y superar incluso récords mundiales en las categorías juveniles. No llegó a más por concentrarse en sus estudios. Necesitó con urgencia comprobar el axioma que todos sus maestros le puntualizaban: ¡El tiempo no existe!
Y para ello necesitaba un cuerpo que no fuera finito. El de un animal perecería, el de un objeto caería en la descomposición, fuese un plástico o el metal más resistente del orbe; todo ello vería un final alguna vez y eso lo desanimó. Pero sobre todo y con mayor desesperación, quería vivir ese conocimiento. Acaso el oro perdurara diez mil años, veinte mil, pero él no estaría allí para comprobar lo que sospechaba, que todo es una línea horizontal, no progresiva, que sucede al mismo tiempo. Un ser con la suficiente edad podría vivirlo todo, experimentarlo, saberlo y luego olvidarlo. Pronto llegó a la conclusión que su sujeto de comprobación tenía que ser una estrella. El sol era lo suficientemente grande y antiguo para captar el primer indicio de inmortalidad.
Para quien vive siempre el tiempo no es.
Pero, aunque uno pudiese viajar en los cohetes espaciales que salían a las afueras de la Ciudad y acercarse lo suficiente a uno de los cuerpos celestes y preguntar con la mayor cortesía sobre lo que se pretendía u otra cosa, más banal, como la existencia de un dios, aquel no respondería jamás.
Una mujer le había dicho alguna vez que los planetas tenían conciencia, qué importaba eso si no tenían boca, la respuesta que daría cimiento a su existencia sólo un lenguaje se la daría. Después pensó que también lo podían unos ojos. ¡Los suyos para mirarlo todo!
Durante una década soñó con ser una estrella.
En las mañanas corría y en las tardes estudiaba, con mayor ahínco cada vez, con mayor concentración. Y en las noches, con las luces apagadas y dentro de la seguridad de sus cobijas, deseaba con fuerza llenarse un día con fuego y velocidad.
Pero no sucedía, corría furioso por superficies planas o inclinadas y su esfuerzo finalizaba como cansancio, no como una virilidad estelar. Utilizó bicicletas y autos, patines y hasta un caballo. Estuvo por tomar anabólicos para ganar potencia, los evitó al recapacitar que la ciencia necesitaba nobleza y no trampas. Por ello también evitó recurrir a brujos, conjuros hallados en internet o hacer pactos con seres sombríos. ¡Si se volvía una estrella sería corriendo!
Cuando cumplió treinta y un años tuvo una gran depresión, su cuerpo ya no le daría tanta velocidad. Cada día transcurrido y la lentitud y la calma apresarían sus extremidades por más rebeldes fueran.
Llovió mucho esos días, lo que ahondó la sensación de inutilidad que tenía. La pista donde corría estuvo cerrada por el clima, el monte en la orilla de la Ciudad era casi inalcanzable ahora, culpa del caos vial y las inundaciones, aunque trató de acercarse en taxi, terminó desesperándose y lo abandonó. Optó entonces por correr en la avenida, cuando la vio llena de agua lloró bajó la lluvia.
Pasaron once días, el huracán en el pacífico no quería irse. Y en la Ciudad nadie quería salir de su casa. Máximo se desplazó como pudo hacia el campus donde trabajaba como maestro de física, subió a la azotea del edificio de investigación, la cual era enorme, pues allí de pronto bajaba el helicóptero del rector. El espacio estaba despejado y tenía una llamativa distancia. No calentó, no le importó la lluvia y sus rayos repentinos, tampoco lo pensó mucho o pensó en intentarlo varias veces. La noche precedente se había dicho que lo haría sólo una vez más y que no se detendría al llegar a la orilla. Sino se elevaba hacia los cielos caería hacia el olvido, el cual le asustaba tanto.
Había corrido desde los ocho años, a veces en las vacaciones escolares no corría nada, pero cuando tenía clases lo hacía cinco días a la semana. Si multiplicaba ello por veintitrés años, descartando unos sesenta y cinco días cada año por vacaciones y fines de semana y enfermedades; aunque en los últimos tiempos todos los días lo hacía, sin importarles obligaciones o festejos… entonces: trescientos por veintitrés dan seis mil novecientas veces que fue hacia adelante, al principio sin tener un sueño, al final con una obsesión. Y todo ello no era nada para lo sempiterno del cielo. Y todo ello se reducía a ese final, que a la vez era un principio, como si corriera por primera vez en su existencia.
Rebasó la orilla y se despeñó. Pero aún en el vacío siguió moviendo las piernas. Cuando llegó la oscuridad un rayo pegó en su cuerpo y lo volvió llamas. Se elevó lento primero, a los treinta y un metros su velocidad creció desmesurada. Y mientras alcanzaba capa tras capa superior de la tierra, su carne se fue desintegrando. Empequeñeció hasta volverse un hueso, el cual fue imantando pedazos de meteoritos hacia él. Su velocidad no se detuvo como tampoco la petrificación de su nuevo ser y la maximización de su tamaño. Perdió recuerdos, pero ganó poder. Y aunque ya no tuvo corazón, ojos y cerebro, su conciencia nunca se desvaneció. Se alejó de la tierra, del sistema solar, de esta galaxia y de la siguiente. Se alejó de todo y volvió a acercarse. Creció descomunal y en el punto más satisfactorio de su aventura tuvo entendimiento de todo lo que fue, lo que era y lo que sería; entendió por completo que es el Tiempo y al instante siguiente lo desdeñó.
Ahora, como la empresa más grande de su existencia, quería averiguar sí siempre había sido lo que era o si lo que recordaba, tan lejano ya, había sucedido alguna vez. ¿Si era una estrella que había soñado con ser un hombre o un hombre que en este momento estaba despertando en el hospital?





sábado, 9 de enero de 2016

La chica del cumpleaños

Esperó afuera de mi oficina unos quince minutos antes de abrir la puerta. Molesta, me pidió que le cumpliera un deseo. Era su jefe, nada más. "Quiero volver a sentir...". Cerré la puerta y deseé que ojalá un día se vuelva realidad eso. Yo tampoco he sentido como los años me pasan por encima ultimamente.

Sueños

Me encantan los conciertos así como me encanta no dormir.
Lamento haberme dormido en el concierto de esta noche.
Sobre todo disfruto darme cuenta, cuando puedo, apesar de todo no soy Mario Bellatin.

jueves, 31 de diciembre de 2015

(N/A)

En otro tiempo solía compartir sus historias conmigo.
Creo que ahora platicamos mejor sobre cosas que tenemos en común.
No me siento más sola, a comparación de antes. 
Pero los tiempos han cambiado, cada vez que reviso la ventana me siento protegida, inalcanzable. 
Me dijeron que los tiempos han cambiado, que ahora es buen momento, pero viniendo de su familia, no debería tomar esa palabras en serio.
Comimos juntos, nada más, se marcharon pronto.
No estoy segura de nada, eso está bien, porque ahora no finjo haber sabido.
Ayer llovió. No creo estar perdiendo el tiempo. 
De este lado, donde crecen los pinos encuentro la paz que siempre quiso.
Su tía se portó bien con nosotros. 
Me agrada comprobar que Martina ya se siente mejor, le aviento la pelota y ella me la devuelve.
Si no se hubiera enfermado, jamás me habría preocupado. 
Que bueno que ahora estoy más al pendiente.
Los perros viven menos tiempo que las personas. 
Hay personas que no merecen vivir más que un perro.
En otra época Carry y yo jugábamos junto a los pinos.
Si Carry no hubiera tenido una hija, yo no habría conocido a Matina, sin conocerla jamás me habría dado cuenta de que yo también moría. Moría menos.
Me gusta descansar en días como el día de hoy, ya terminado el trabajo, ya comenzado lo mejor.
El frío del bosque es sobrecogedor.
Pienso que el bosque es como un segundo hogar para mí. 
Mi madre se quejaba todo el tiempo del mal tiempo que había en su tierra natal.
La primavera, me ha contado Sil, llegó más tarde este año.
La gente de la fiesta se portó bien en general pero de todos modos me robaron algo. 
Prima, prima, ¿cómo es que después de todos estos días nada has cambiado?
Corrí hacia los pinos para recibir un poco de sombra. 
No entiendo bien cómo funcionan los árboles. A veces nos ayudan a concentrarnos, a veces nos cobijan, muchas otras ocasiones nos enfrían. 
Las opciones de vida en la ciudad son limitadas.
Viviendo contigo o con quien fuera... no habría importado. 
En las noches tristes me subía a la parte más alta de la caza y cantaba canciones que iba inventando en el momento. 
Despierto agitado cuando sueño con cintas métricas.
Sé que no estamos cerca. 

lunes, 28 de diciembre de 2015

(N/A)

A y yo caminamos mucho rato, él hacía comentarios sobre lo fuertes que eran sus piernas a cada oportunidad, yo lo escuchaba y me reía. Pensé en platicarle una idea que tenía atrapada. Se trataba de cómo inició este proyecto y de por qué siempre me pareció extraño que las personas se despidieran de mí cuando decidían marcharse por un tiempo. Digo por un tiempo pues ninguno de ellos ha muerto y el trato sigue en pie. El proyecto continúa gracias a A y a mí, además, nunca hablamos de los términos del mismo... porque los íbamos a descubrir entre todos. Cada miércoles me paseo un rato entre los recuerdos y cada viernes contribuyo de alguna manera. Ese día me propuse contribuir con ideas sobre el reciclado. Pero me estoy desviando de lo importante. Semanas atrás, mi ex esposa y yo coincidimos en una fiesta. No me habría sorprendido que me saludara y se fuera o hasta que me escupiera en la cara, mas eso no sucedió, ella simplemente desapareció en cuanto me vio, sin decir ni pío, fingiendo que no habíamos hecho contacto visual. Sé que soy un mal esposo, o en este caso, un mal ex esposo, no obstante, no pienso que me merezca este tipo de cosas. Nos vimos, nos sentimos... Dana fue alguien muy importante para mí por un largo tiempo en mi vida. Es natural que cuando intente contarle a alguien de dónde vengo y hacia dónde me dirijo cuando me preguntan detalles más íntimos de mi persona, igualmente encuentro natural contarles acerca de mi ex esposa y nuestra pequeña compañía de pulseras y collares. Hablo de respeto, de no negar que mi ella estuvo luchando conmigo. Es como si un día me despidiera de A y él me pagara por mis servicios de amigo. ¿Le diría adios? No lo creo. Las despedidas son cosas un tanto cobardes. La semana pasada estuve sentado en una barra de comida con A y le conté todo esto. Me faltó contarle más sobre nuestro proyecto, sí. La verdad es que para mí la comuna, o es espacio, la fábrica, como se le llame, es algo de todos nosotros. Para mí no hay privilegios por antigüedad o por número de contribuciones, ni siquiera distingo a los demás e mí, quien originalmente tuvo la idea. Alex nos puso en un dilema el año pasado cuando se puso de malas a exigir que le entregáramos la primera placa que imprimimos como equipo arguyendo algo sobre nuestras ganancias debido a su insistencia en usar nuevas tipografías. No accedimos, pero todo en razón a las normas de la comunidad. En fin. La semana que viene, K nos deja. Me mandó un correo por la mañana. No le voy a escribir nada. Será mejor así. Que se entere cuando se tenga que enterar. La cosa no para. Mas las puertas no se cierran para nadie. Todos somos y nadie es el miembro más importante del equipo. Creo en la igualdad, pero no creo en las escaleras de poder, ni en las pirámides. Cuando me muera quiero que me traten como a cualquiera. Excepto que no quiero tierra en ningún lado. Quiero que me cremen y que después me arrojen a lo que quiera, a la cara de alguien, al viento matutino, a los cañones del cobre, a donde sea. No me voy a despedir. Me niego. Si se quieren olvidar de mí que sea por su propia voluntad y no por algún momento de egoísmo. Así sea.

lunes, 10 de agosto de 2015

Mi gato Cris ha muerto el día de hoy (Eulogy).

Quisiera decir que era mi gato favorito pero sería decir una mentira. Lo quería mucho, eso es verdad. En los últimos años no tuve un gato favorito. Y pensar que hace tantísimo tiempo me costó tanto trabajo acostumbrarme a tener dos gatos. ¡Eran muy pequeñitos! Cuando murió su hermano sufrí mucho, le escribí una carta para decirle que no lo íbamos a olvidar, todavía tengo esa carta guardada en mi cajón de tesoros. Cuando eran pequeños los dos, mirábamos mi hermana y yo un programa bobo en la televisión. Zaboo Mafoo. Con los hermanos Cris y Martin. Eran hermanos que no se parecían mucho entre sí. Encontramos a Cris y a Martin chillando, pequeñísimos, trepados en la llanta de una combi que todavía tenía el motor caliente, en nuestro estacionamiento. Los adoptamos sin pensar mucho. Mi hermana y yo éramos muy pequeños, quizá ella iría en la preparatoria, yo apenas entraba a la secundaria. Me cabía uno en cada mano. Se trepaban por mis piernas, me parecían muy simpáticos. Los quería mucho a los dos, pero siempre me llevé mejor con Martin. A martin le gustaba pelear conmigo, me mordió y me rasguñó muchas veces. Martin fue el primer gato que me mordió la nariz y que me rasguñó los cachetes. Cris siempre estaba como de fondo para mí, mirándome portarme mal sin decir nada, aguantándome hasta donde podía. A él no le interesaban los juegos tontos que tenía con su hermano, no le gustaba pelear. Cuando tendría unos cuatro años de edad, Martin, su hermano, desapareció. Cris estuvo maullando en la ventana la tarde que Martin no regresó. Había olvidado eso. Ambos maullaban mucho, maullaban porque los teníamos que dejar solos en el departamento, maullaban pero siempre se hacían compañía y eso nos dejaba tranquilos a nosotros. A los vecinos no, ellos se quejaban de que nuestros gatos maullaban en las noches. Es mejor, pensamos, por supuesto que es mejor tener dos gatos que tener sólo uno. Así pueden hacer cosas juntos mientras no estamos. Ya no recordaba que cuando los sacábamos a jugar no les daba mucha confianza el jardín. Qué hermosos se veían jugando en el pasto, con su torpeza, dando manotazos. Cazaban. Martin solía cazar más. Él cazaba ratones, pájaros, mariposas, y nos los dejaba en la puerta. Cris tomó la batuta cuando Martin se fue y se dedicó a cazar más. Mas nunca lo miré como a un animal beligerante o como a un cazador despiadado. Él traía presas, casi siempre, cuando no le dabamos de comer las cosas que él quería. Cris, animal hermoso, cómo te extraño y no tiene ni un día que sé que estás muerto. 

Cuando lloraba ustedes no eran indiferentes. La gente es tonta, por eso habla mal de los gatos, la gente ignora. Mis gatos me acompañaron por algunos de los años más difíciles de mi vida y siempre me regresaron al presente. 

Cuando llegó Gin, me di cuenta de algo que no sospechaba: era alérgico al pelo de gato. Como sea, logramos que Gin y Cris se llevaran bien aunque nos costó mucho trabajo. Probamos ponerlos en proximidad, la una metida en el tambo de la ropa sucia, el otro metido a veces en su jaula. No salía bien la cosa. Gin es una gata muy territorial. Cris la dejó ser. Cris, gato benévolo. Tú conociste a tanta gente que quise y que hoy se ha marchado. Tú conociste a mis mejores amigos y mi familia, a casi todo el mundo conocías. Y ellos a ti. Eras el gatote, el gato enorme, el gato gigante. Eras un animal precioso, con tus colores negro, amarillo y blanco. Tus garras eran enormes. De vez en cuando me recordabas que contigo jugar no era cosa de niños. Pero eras un gato muy noble, muy dócil. Nunca te vi ser grosero, ni siquiera con gente que se lo merecía. Te íbas, te marchabas. Eras un gato listo e independiente, muy inteligente. Quizá por eso no nos llevábamos también. Yo tan dependiente y tan fácil de engañar. Si no te dejaba subir a mi cama fue por aprender con la gata gorda que los pelos de gato eran lo que me hacía estar constantemente enfermándome. Pero aún así me gustaba que me vinieras a buscar. O que te treparas en el lavabo para llamarme la atención. La primavera pasada no dudaste, me hiciste darme cuenta de cuando estaba comportándome como un zombie. Gato tierno. Ronroneabas con amor. Gato bonachón y anodino, te sentabas en mis piernas porque en ellas sí cabías.

Me siento muy mal, porque en los últimos meses no nos llevábamos tan bien. No es que te quisiera menos, es que tenía muchos problemas, es que trataba de mirar a dos sitios al mismo tiempo y sentir la atmósfera de un tercero. Luego, llegó el Maya y tuvimos que hacer espacio para él también. Donde caben dos, caben tres; tú lo dejaste estar en la casa. Le marcaste tus límites, pero lo dejaste estar. Y yo me distancié un poco de ustedes tres. Hace unos días cuando lavé mi cobija y bajé a descolgarla bajaste conmigo al jardín y jugamos un rato. Te aventaba la rama y tú ibas corriendo a agarrarla. Tantos gatos hay ahora en esta unidad. Y tantos que no están esterilizados. Tú siempre tan tranquilo, sin buscar pleitos. Maldito sea ese gato negro que venía a marcar territorio a la casa. No sé si él tuvo algo que ver, aunque sospecho que no. Hoy en la noche al voltear a ver donde te encontré ahí miré al negro oliendo la sangre que dejaste. No sé qué estaría haciendo pero lo espanté. 

Si por mi fuera, bajaría con el rifle de madera, con ese que usaba para jugar cuando era niño, ese que me pintaba las manos. Bajaría en medio de la noche y convocaría a todos los gatos. No les hablaría, pero todos me estarían esperando. Porque todos se acuerdan de ti. Hasta tu asesino, que seguramente no vio tu muerte como algo antinatural. Me diría que así son los gatos. Yo qué sé, yo sólo soy un humano. Allí en medio del estacionamiento, con mi rifle de madera al hombro y con un séquito enorme de gatos, me quedaría parado, mirándo a la luna. Y maullaríamos todos juntos unas veinte veces. O cincuenta. El número de años que hayas vivido en cuenta de gatos. Sé que fueron doce al menos, pero apostaría a que fueron muchos más veranos. No tengo muchos recuerdos en los que no seas ya parte de mi familia. Gato elegante, gato simpático, gato valiente. Peleaste por tu vida hasta el último momento. Lo sé porque vi los restos de la batalla. Tanto te gustaba echarte al sol, dejarte calentar por los rayos del magnífico, que hasta pensé por un momento que no más estuvieras dormido. Me dejaste en claro que no me puedo morir sin dar una buena pelea y sobre todo, no me puedo morir antes de que mi madre muera. Eres mi hermano, eres mi amigo, fuiste mi protector. Si mi patronus tuviera forma seguro cambiaría esta noche y en adelante te materializarías allí, como mi defensa más dura contra todos los males, como una epifanía, un momento feliz. Eras orgulloso, elegante, nunca engreído, sobre todo cariñoso. Ay, esa voz ronquita que tanto le gustaba oír a mamá. Eres uno de los míos. Debo vivir y hablarle bien de usted a todo el mundo, compañero felino.


jueves, 9 de julio de 2015

Lo que he hecho por una mujer (4).

Yo no le miro las nalgas a las mujeres cuando van por la calle, tampoco espío escotes, les digo cosas groseras y sexuales al pasar a un lado o aprovecho tumultos para rozarlas con mi entrepierna. No. Yo soy respetuoso. Cuando una mujer me gusta la miro directo a los ojos, intentado que ella conozca todos mis sueños de una sola mirada. 
Sin embargo una vez si me volví un macho cabrio, un lepero que iba erecto a todas partes, y se ejercitaba a desmedida planeando una noche en donde mi victima llegara no sólo hasta el orgasmo, sino hasta la inconsciencia. Mi victima era esa chica de aspecto intelectual que al no saber su nombre bauticé con Tarde de niebla.
A Tarde de niebla le susurré cosas, le miré el trasero con descaro y una vez me puse detrás suyo para que sintiera toda mi virilidad. Vi pornografía para imaginarla a ella ahí, con un músculoso, con dos tipos, en una orgía. La pensé en bikini, amarrada, lubricada y necesitada de mí. Más allá de mis groserías nunca intercambiamos palabras, con miradas bastaba para que ella se enterara de todo el deseo que le tenía. Y en la Facultad de Filosofía y letras, donde nos cruzábamos, ella no se ofendió; en ese ambiente de respeto y comunión, Tarde de niebla parecía excitada ante mí.
Esa actitud no pude mantenerla, yo no quería ser así, pronto volví a mi timidez, el deseo se apaciguó y ella, como la niebla, una tarde se difuminó.

domingo, 21 de junio de 2015

Lo que he hecho por una mujer (3).

Me enamoré de Marisol cuando ambos teníamos 6 años. Eramos compañeros. En clase o en el recreo no nos reuníamos, pero al salir siempre lo hacíamos juntos. Ella se mostraba animosa al verme, yo veía en ella una revelación, supe por vez primera porque había gente, mundo, universo; ¡Lo más importante en la realidad es la vida!, sin ella todo es una roca gigante y hueca.
No sospechaba que cuando el primer curso de primaría acabara ella cambiaría de barrio y nunca nos veríamos otra vez. Los últimos días quise besarla, había visto en la televisión que las personas que se quieren suelen volverse uno en un beso. Yo quería que ella estuviera siempre conmigo, pero no podía, ella corría fuerte, yo me tropezaba a cada tramo.
Hubo una feria en la colonia, creí que ella iría con sus padres, su hermana menor y su hermano recién nacido. No la vi. Yo asistí con mis cuatro hermanos, tan inquietos como yo, mi padre siempre frío y mi madre despistada. Y con gran atrevimiento exigí subir a todos esos juegos que provocaban gran vértigo, las tasas, el dragón que daba toda la vuelta, el martillo... No tuve miedo, no hubo siquiera una nausea en mí porque susurraba una y otra vez "Marisol, Marisol, Marisol..." y cualquier atisbo de espanto se difuminaba.
Marisol, Marisol, Marisol... y toda mi niñez pude subirme a juegos vertiginosos y brutales, ser el niño más valiente de cualquier feria en la que estuviera.

Lo que he hecho por una mujer (2).

Suelo perseguir a las mujeres en la noche. Pero no para acosarlas, sino para protegerlas. Tengo cierto entrenamiento, alguna habilidad en el combate y mucha resistencia. Al tener ello tengo también una responsabilidad para con la sociedad, mi Ciudad y mi tiempo, si puedo hacer algo por otra persona debo hacerlo.
Dan las diez, las once, llega medianoche y bajamos del Metro, del Metrobus, una chica que viene del colegio, otra con su traje sastre, una más con sus tacones y su bolsa plateada; salen y apresuran el paso, empujadas por el viento, las avenidas se vuelven más largas y las luces pierden brillo y ganan una oscuridad llena de secretos. Yo voy detrás, atento, sigiloso, con una mano ya vuelta puño si acaso ese teporocho o el borracho trajeado o el vulgar aquel con más panza que inteligencia, se aproximan a ellas. Quieran robarlas, tocarlas o tan sólo decirles una leperada y yo seré brutal.
Y si acaso llego a defenderlas no me importa que me agradezcan, lo relevante es que puedan seguir mañana alimentado la vida de quienes las aman y hacerlo con alegría y pan.
Las persigo hasta la calle donde viven o hasta donde abordan otro transporte, lo hago con tanto silencio que sólo una de las varias se ha percatado de mi presencia. Y ha sido divertido y un tanto irónico porque ésta echó a correr al saber que la seguía.

sábado, 13 de junio de 2015

Lo que he hecho por una mujer.

Una tarde vi llorar a Tania Medina. Los maestros entregaban las calificaciones finales del último año de preparatoria y uno de ellos, que nos había pasado a todos los compañeros con 6, a Tania la reprobó. Ella no fue una buena estudiante y seguramente se lo merecía, pero yo no quería verla llorar. Le rogué al maestro que la pasara, que no fuera tan cruel y él sólo me dijo: "Cambiamos, a ella la paso, pero a ti te repruebo". 
En un principio consideraba a Tania como a una estúpida, una bobalicona presumida y consentida, que quería tener todo sólo por ser atractiva e hija única. La menospreciaba, hasta que empezamos a hablarnos. Sus labios rojos y sus pestañas como olas bravías provocaron que tantito una noche, tantito más la siguiente, empezara a soñarla. Cuanto quise cargarle la bolsa, compartir un helado, cerrarle la chamarra, ¡Cuanto desee acompañarla en sus paseos solitarios en su auto y por toda la Ciudad!
"¡Cambiamos!, ¡A ella la paso, pero a ti te repruebo!" y titubee, mi cobardía me mantuvo callado toda esa tarde. Tania siguió llorando y yo no supe confortarla.
Ahora lo sé, Tania Medina será la protagonista de mi tercera novela, haré un libro sólo para que ella sonría.

Cuando esos hombres...

Cuando esos hombres por fin lo atraparon uno de ellos le aseveró:

- Hace una hora eras mujer.

jueves, 7 de mayo de 2015

Redención de la burbuja

No sólo se trata de volar, a veces hay que hacerse el testarudo y aferrarse a la tierra, engolocinarse con la gavedad - ¿de qué?- pues de todo hombre, de todo: de las palabras, de las leyes, de los asuntos, de los amantes. Si uno quiere levantar el vuelo hay que poner oposición. El sueño que es pesadilla pero que sigue siendo sueño; lo que amamos y matamos y deseamos volver a tener una vez más. La contrariedad de decir adios cuando se quiere decir quedate. Hay que aprender que se vuela sin alas, vacios totalmente, como la burbuja.

lunes, 25 de agosto de 2014

Andares sinuosos (7)

Me cité con una mujer, con una mulata, aquí en el estacionamiento de un supermercado que conozco en un asentamiento urbano marginal. Sigue siendo la ciudad, por ende su marginalidad y crudeza. No vivo por aquí pero siento como si hubiera pasado toda mi vida en este lugar. La tristeza de las calles, las carencias, los rencorosos, es todo tan familiar para mí que siento el impulso de maldecir en voz alta. Maldita la suerte humana. Pienso que el amor más puro, que la compañía más grata, la sonrisa más fiel, será la de mi próxima mujer y sólo así me sosiego un poco. No mi propiedad, no sería mi propiedad, ella, jamás. Yo soy muy poco hombre: no soy una bestia machista como mi padre o como todos los demás hombres. Mis ganas de poseer son puras, cuasi sublimes. Deseo poseer el conocimiento, lograr la iluminación, serenidad. 
  La conocí utilizando algunos sitios de encuentro que están en internet. Aceche a quien consideré la más cautivadora. Le aseguré que no era un pervertido, que acaso era un tipo sensible y por ello podría lucir desgarbado, poco común, pero jamás irrespetuoso. Le mandé un poema que le escribí al vuelo. La raza de tu raza, la raza de la tierra, mi pobre rostro avergonzado de ser caucásico, apiñonado, quizá, rostro de un abuso, una violación terrible que pasó sin registro por generaciones y generaciones hasta llegar a mí, que ahora estoy aquí, temeroso de que me desprecies porque no soy como tú, abnegado, sediento, taciturno. Valorame, ámame. Que yo te amo por tu color cálido, por tu piel etérea. Escribo más versos al vuelo, tan grande es mi expectativa y mi dicha. Llevo conmigo el celular que encontré abandonado en un asiento de un microbús. Por supuesto, no funge como artificio de las telecomunicaciones sino como una libreta electrónica. Mis dedos agradecen el descanso, transcribo menos, lloro a pierna suelta cuando tengo tiempo de sobra, no ha necesidad de editar demasiado ni mis más tristes sinsabores. Miro la tienda que da razón de ser a este pedazo de pavimento donde moro y rememoro la pobreza, la miseria del alma ignorante de sus lacayos. Si esos pobres diablos supieran leer, si comprendieran que está escrito que el mundo es nuestro porque a nadie le pertenece: serían capaces de organizar un motín, de concretar la rebelión, de diezmar a sus gobernantes imbéciles.
 Espero a que la cita se concrete. Espero a que la cita se vuelva un encuentro extraordinario.
No tengo valor para esperar. Me voy como un cobarde. Llamo al hombre sensible por teléfono. No está, suena y suena. Yo tampoco estoy. Escribo una oda a la soledad, a mi soledad, es un tema recurrente en mi opus. Me encierro a editar viejos textos. No leo ningún mensaje de reclamo de su parte en mi pantalla. Me siento miserable. ¿Cómo es que voy a encontrar al amor de mi vida, cómo es que voy a dejar en esta tierra mi semilla si mi virilidad flaquea? Soy un esbirro de la naturaleza. Soy un esclavo de mis impulsos carnales. Me retuerzo en la cama. Abro un perfil diferente en el sitio de contactos. Miro a la cámara y me cubro parte del rostro. Sere alguien más, llevaré otro nombre, no claudicaré. El hombre sensible me llama y me dice que tiene dinero de una publicación mía. Me sorprendo. Aún hay alguien que me aprecia. 
  No acudo a cobrar ese día. Camino por el cerro, el famoso cerro del peñón viejo. O Peñon Viejo. Escribo un poema más. Escribo la historia de nuestro desencuentro. Me doy un puñetazo en el estómago. Contengo mis ganas de gritar. Lo merezco. Me acuesto a dormir en el piso del metro. Me baja un policía. Menos mal que nadie tiene por qué reconocerme. Pienso que el metro es como mi zona de confort. Sé qué es lo peor que puede pasar y conozco sus mejores ofertas por igual. 
  Cierro mis puños. Soy un hombre débil. Debo buscar el amor. Mientras tenga fortaleza y un cuerpo tangible. Quizá persista después de fenecer.
El policía me invita a comer unos tacos afuera del metro Barranca del Muerto. Conversamos. Le escribo un poema a su esposa o a su novia, no pregunto. Nos despedimos. Un día más. Debo seguir adelante. Comienzo mi segundo libro de poemas. Se llamará "Entre lágrimas nacido, olvido terrenal". Tratará sobre mi búsqueda de amor. Mi poster de Audrey Hepburn me consuela. Al menos, sé, existió en algún momento de la historia alguien hecho a mi medida. Canto un tema que me conmueve hasta que mi padre me solicita aparatosamente que cese. Lo maldigo. Me hago un ovillo sobre la cama. Mañana será un día muy importante y lo sé. Pero ignoro la causa de mi ansiedad. Cierro los ojos como se cierra el telón de un teatro. Apago la cámara, la película deja de girar. Mis libros me sirven de cama, de podio, de armamento. Soy peligroso. Temo por aquél que se interponga en mi camino. Mi padre me grita de nuevo que deje de llorar. No lloro, padre, le digo. Y dejo de llorar. El teléfono suena. La llamada no es para mí.

domingo, 24 de agosto de 2014

Andares Sinuosos (6)

No los nombro, me remito a transcribir su identidad; ellos me dicen cómo quieren aparecer. Yo respeto su deseo, si me piden, por ejemplo, Alberto, no escribas mi nombre, pues, no tengo por qué hacerlo. 
¿Siempre escribes cosas sobre personas reales?
Invariablemente. Es mi deber, transcribir todo lo que miro. Tengo una habilidad que he pulido por años. Escribo 4 horas todos los días, sin importar que sea bueno o no. Soy un narrador, soy los ojos detrás de la cámara. Se los debo a ellos que son mis historias. ¿Cómo son tus personajes, cómo los nombras?
Los nombro... no sé. Un día, por ejemplo, estaba sentado cerca de un semáforo. Pasó un señor y se cruzó la calle corriendo cuando tenía la luz en rojo. Lo vi y pensé "Corriente". Y me guarde esa idea. No sé cuánto tiempo después, yo pienso que al menos un año después volví a pensar en nombres. Uno de mis personajes pasaba de ida y vuelta por la frontera sin que nadie le dijera nada, era traficante, pero traficaba con cosas que nadie valoraba como peligrosas o ilegales, objetos muy peculiares. Era un tipo más bien cualquiera, pero muy ávido, muy bueno para su trabajo. Le puse Corriente. Pero ese ha sido uno de los pocos nombres que he pensado. Normalmente, por ejemplo, acabo de leer una novela, una historia cualquiera, no tiene que ser gran cosa. La gente de la novela, los personajes, o lo que sea, me hacen enojar y me produce algo, una sensación. Entonces tomo un nombre que no tenga que ver nada de nada con ellos y se los planto a mis personajes, como una forma de decirles "eres algo mío", resignate, lucha contra mí. Aunque no tenga sentido que se llamen Corbata o Saco de Dormir. Especialmente si no tiene sentido. Por ejemplo, el nombre Jacinto. A quienquiera que conozca que no recuerde le llamo Jacinto. Es como Fulano o Sultano. O Meredit. Me gusta como suena esa té al final. O Georgia. Porque es un engorro escribirlo y cada vez que lo escribo me acuerdo de qué ridículo es que alguien escriba historias, en lo absurdo que es inventar cosas, pero a la vez en lo importante. Porque alguien se inventó el nombre de Georgia alguna vez, porque alguien se inventó el nombre de Liu o el nombre de Cásady, o de Candie (que no es lo mismo que Candy). Son cosas así.
¿Pero por qué esa necesidad de emplear nombres extranjeros, acaso no es que los nombres de la realidad que...?
No, creo que estás mal interpretando...
Porque para mí es muy importante reflejar. Somos espejos. Somos... los únicos que van a contar estas historias, las historias de nuestras vidas. Somos prescindibles, somos olvidables. 
Quizá, pero me gusta pensar que puedo hacer más que... transcribir.
No es transcribir. Es arte. 
Supongo que sí, pero... no es lo que me interesa.
A mí me interesa conocer a la siguiente mujer.
Cómo has cambiado. Antes parecía que te ibas a morir. Pero descubriste "las mujeres". Ja. Jaaa. Suena a lo que es, Albert.
Tengo derecho. Me pongo al día. Por ejemplo, mira a esa chica que está cruzando la calle. 
Sí, la veo. 
¿No sientes unas ganas incontenibles de declararle tu amor?
No, la verdad es que no.
¿No sientes que si te acercas y le pides cortésmente un poquito de su tiempo y te presentas como lo que eres, como un artista, como un visionario, como un hombre sensible... no sientes que podría surgir algo hermoso de los dos?
No lo había pensado así, la verdad es que no lo había pensado. Estaba pensando en otra cosa.
¿Ya te tienes que ir?
Sí, ya me tengo que ir. 
La vida, carajo, la vida.
No te preocupes, Albert. Vas a encontrar a otra mujer pronto, lo sé.
Yo también lo sé. 


sábado, 23 de agosto de 2014

Andares sinuosos (5)

Salí de la librería, después de pasar varias horas leyendo libros viejos que me gustaría comprar y que no puedo comprar y que no voy a comprar porque... Y pensé en la economía, pensé en la economía durante horas, primero mientras pagaba para meterme al metro, después mientras me negaba a dar limosna a los limosneros, más adelante en mi viaje pensé en la economía cuando me puse a contar las palabras de un verso.
  Pensé también en la situación en que viven tantos poetas clandestinos que no se atreven ni a mostrar sus palabras de tan clandestinas que son. ¿Para quién? ¿Por qué? ¿De qué ley se resguardan? ¿Por qué los llamo clandestinos, pues? ¿Su obra subversiva es ilegible? ¿Su obra es ilegible y por tanto subversiva? Supongo que ambas cosas. Pensé en mí también, y me pregunté si acaso era o soy yo mismo un poeta clandestino. Me reí para mis adentros. La gente del metro es una grosería. A veces se me bota la canica y me quiero liar a golpes con los vendedores, con los mendigos, con las taquilleras, con los transeúntes, con los que viajan en carro y miro desde el tren, desparramados en sus cochesitos chocones, son lo mismo aquí que en el Cusco o en Maracaibo, lo sé, lo he visto, lloro de rabia, rabio, babeo las ventanillas del metro.
  ¿Qué criterios clasifican a un poeta como un poeta clandestino si no hay nadie más que yo mismo para clasificarlos? Pero me parece una idea bien pertinente intentarlo, ponerles un mote, y me regresa muchas veces este dilema a la mente, así que lo voy a intentar destaparlo. El pozo, digo, destapar el pozo de los buenos deseos, el pozo donde estamos hacinados todos los poetas clandestinos, allí donde armamos fiesta, donde nos contagiamos enfermedades, donde nos hartamos del olor de nuestra propia... No son tiempos de poéticas y manifiestos: son tiempos del no-morir.
  Albeto, por ejemplo, es un poeta que merece más de lo que tiene y que probablemente nunca reciba nada de nadie, ni siquiera un reembolso honorario por lo mucho que ha puesto sobre la mesa por muchos años. Pero es un clandestino por empecinado, por circular en torno a los mismos lugares, como coche que tiene la dirección torcida y siempre tiende a irse al carril de la izquierda, para bien o para mal, acelerando se mantiene, aferrando las manos a la rueda que da tirones y da problemas y da frustración, pero a él nunca le da nada nadie. También por hacer y deshacer sin que nadie le hubiera pedido ni una sola palabra. Estoy seguro de que su familia más bien le pide dinero. Estoy seguro, además, de que el dinero que gana aquí y allá no le basta y por eso camina tanto, es él quien les pide a ellos, lo escucho en mi oído si cierro los ojos y pierdo la página en que voy en mi libro: "Papá, necesito pedirte un favor, es por lo que hago, tú sabes cómo me niegan el dinero en todos lados". Escribir es contradictorio a su propio bienestar.
  Qué me perdone si puede. Si no, que me lea y que me escriba. ¿Qué podría hacer en lugar de mirar las noches transcurrir por la ventana y soñar con salir al mundo para ser recibido por un público que le sonría, lo mime, lo eleve en brazos y lo lleve cargando en hombros hasta el podio de la buena fortuna de las letras mexicanas? Debería salir al mundo y ser recibido con indiferencia, acostumbrarse a sentir el frío por la mañana con una chamarra puesta, sentir así mismo el calor insoportable al medio día que sólo los meses estivales... (estoy imitando su habla nada más de evocarlo). Debería acostumbrarse a la indiferencia o mejor aún, acostumbrarse al desprecio. Acostumbrarse a ser él mismo y vivir con las consecuencias de sentir en un pueblo de organismos desenchufados, añorando la electricidad, el contacto, la luz. Soñar, debería aprender a sólo hacerlo de noche y con los ojos cansados, podrá volar entonces, porque en otro momento, aunque sus palabras conjuren tiempos hermosos, lagos y/aves, plumas suavecísimas, indomables brazos de un condor...

 Qué bonito nos hablamos los poetas entre nosotros, no se ofendan si al resto de ustedes los tratamos como animales. Resígnense. A ustedes se la mando sin "agua va": háganle como puedan. Nosotros todavía tenemos algo contra lo qué necesitamos pelearnos. Para probar quién sabe qué, para escondernos de todo, para mirar desde dentro del pozo las estrellas. Para escuchar el vaiven de las olas, las lombrices en la tierra, los carros en el carril de alta velocidad.