La gente que me conoce un poco sabe que tuve un accidente
cuando era niño y desafortunadamente perdí los genitales, o sea: estoy
castrado. No escondo esto porque habla de lo que hice por mi hermana. Cuando yo
tenía ocho y ella diez años un dóberman nos persiguió por la calle. Ella
tropezó y el perro la atrapó de una pierna, yo no dudé y me interpuse, pero era
evidente que mis fuerzas no serían suficientes y el animal me agarró de la
entrepierna…
Ahora mi hermana está casada y tiene dos hijas. Y yo… yo
nunca pude relacionarme con mujeres, ni siquiera para que fueran mis amigas. La
cicatriz entre mis piernas es una medalla para mí, pero una abominación para
mucha gente. Y por ello estoy solo.
En realidad no tanto, tengo buenos amigos y sobre todo y de
lo que quiero hablar en este post es que soy coleccionista de figuras de
acción. Estudié contaduría y una vez regresaba de la oficina y sino iba a tomar
alguna cerveza con mis compañeros, volvía rápido a mi departamento. Allí me
recibían siempre Thor, Robín, La princesa Leia, Spawn Medieval; Darryl Dixon,
Trunks, Robocop… Tenía un par de vitrinas amplias donde exponía cada personaje
y los que aún tenía en cajas los guardaba en el cuarto que estaba destinado a
las visitas, pero como nadie venía aquí, tuvo otra función. Cada cierto tiempo
los reacomodaba y los limpiaba, siempre cuidadoso del polvo, el agua y el sol.
Y cada fin de semana asistía a un tianguis que existe en la Ciudad de México de
nombre “Cómics rock show”, donde principalmente se venden figuras y donde me
volví un tanto popular por una amabilidad y nobleza que los que son mis amigos
dicen que tengo, pero yo no lo puedo asegurar.
No quisiera que se me tomara como un infantil con lo que he
explicado, lo cuento principalmente para que se tengan más pistas y se entienda
mejor lo que quiero revelar.
Sabía que nunca tendría hijos, a no ser que adoptara, pero
sino tenía a una mujer a mi lado nunca lo haría. Y el tener un gato o un perro
no me era posible porque sería injusto tenerlos encerrados y hambrientos al yo
estar en el trabajo. Por ello me encariñé tanto de mis sobrinas, Lucía y
Fernanda, desde que nacieron, lo que sucedió hace más de una década. La primera
tiene ocho y la segunda camina rápido hacia la adolescencia, algo que no puedo
evitar, pero lo quisiera. Desde bebés jugué con ellas, las llevé al zoológico,
al cine y a parques de diversiones. Y por supuesto les compré juguetes, en sus
cumpleaños, día del niño, navidad, en cualquier fecha que resultara propicia,
ya como una recompensa o para remarcar lo tanto que las quiero; término del
ciclo escolar y les daba una muñeca, pasaban un examen y un peluche, aceptaban
ir al dentista y un juego de mesa; hacían un quehacer, se portaban bien, se
dormían temprano, ¡iba a visitarlas!, y allí estaba yo con un juguete.
Pero el día más satisfactorio era el día de reyes. Mi
hermana y su esposo compraban en el supermercado de la avenida, pero yo iba por
mi parte al centro de la Ciudad. A eso de las once de la noche caminaba entre
la tanta gente, me detenía en cada puesto y preguntaba. Compraba juguetes para
ellas y figuras de acción para mí. De pronto me consideraba igual que todos los
hombres que me acompañaban, ¡que yo también era un padre!
Al día siguiente, con el pretexto de la rosca, me presentaba
en la casa de mi hermana y a mis sobrinas les entregaba lo que los reyes magos
habían dejado en mi sala para ellas. No soy exagerado al decir que siempre mis
regalos eran más jugados que los que les daban sus padres.
Todo fue bonanza hasta el seis de enero pasado. Uno no puede
detener los días, éstos se precipitan como una cascada y lo van inundando todo,
dándole un aspecto distinto a lo que ya era acostumbrado; sí se sueña mucho
tiempo, al despertar se estará en una tierra completamente desconocida.
Mi sobrina mayor recibió un celular y ya no le importó lo
que su hermana tuviera como regalo y sobre todo ignoró por completo la muñeca
edición especial, la cual desde hace un año había deseado conmigo al
descubrirla en internet. Este desprecio agrió mi estancia y me marché pronto.
Para no volver temprano a mi casa, me metí en un bar e intenté ligar con dos
fulanas que por cómo estaban maquilladas parecían de treinta, pero luego revelaron
que apenas tenían la mayoría de edad. La gente crecía, sin poder detenerse. Mis
sobrinas un día saldrían a un lugar y un imbécil desesperado trataría de
llevarlas a la cama, aunque no supiera para qué. Y cuando una de ellas trató de
besarme, hubo un temblor.
Sucedió tan fuerte que todas las botellas atrás del
mostrador se cayeron y las chicas se abrazaron y se pusieron a llorar. Antes
que terminara salí corriendo del lugar, sólo pensaba en las vitrinas de mi
casa, en las tantas figuras que había atesorado todos estos años. Vomité al
entrar al departamento y descubrir que todo se había caído y varias piezas roto
en un brazo, en una pierna, en la cabeza. Desesperanzado empecé a recoger, pronto
me di cuenta qué era inútil, que todo avanza, crece y no se detiene. Entonces
la locura se apoderó de mí y empecé a romper lo que viera, aun lo que se había
salvado, lo más caro o lo más apreciado por mí. Y mientras lo hacía grité y
lloré. Maldije la vida que me había tocado y me pegué tres veces en donde
debería tener un pene y unos testículos. Al cansarme me recosté en la alfombra
y me dormí.
Me desperté con el lloriqueo de la bebé. Había una desnuda
acostada junto a mí. Los muebles seguían tirados allí, pero todas las figuras
habían desaparecido. Entendí el trueque y lo agradecí.
Ese mismo día inicié una nueva colección, pero
ahora con las risas de mi hija.#HoyNoPerderé https://www.atletassinfronteras.com