miércoles, 24 de agosto de 2011

Regresar a casa

El escritor, enfurecido, arrojó el bolígrafo, lejos de sí. Éste calló sordamente sobre aquél maldito escritorio de su padre que de ningún modo, nunca, usaría para escribir, recordó.

Casi rió cuando percibió la última ironía trazada por su mano, en un instante, para variar, y con el bolígrafo, desde la punta de sus dedos  hasta aquella superficie plana. Se incorporó y se abasteció de papel. 

jueves, 23 de junio de 2011

Carta para Europa:


A un par de horas del amanecer, 11/06/11.

El atardecer... En avenida Revolución y en uno de los asientos finales de un microbus, el sol golpeaba mi cara y aunque otros, afectados por la misma situación, se cubrían, yo no me defendí.
Una niña de unos siete años, con uniforme escolar, mochila y con una bolsa llena de compras, subió al vehículo acompañada de su madre. Se sentaron en uno de los asientos primeros y algunas calles después un muchacho con un libro en la mano subió y se acomodó en el último asiento libre, el cual estaba frente a ellas; pero apenas aquel se había sentado cuando dos señoras abordaron el transporte y el muchacho, de inmediato, les cedió el lugar y se desplazo hacia la puerta de salida y a un lado mío. Por tal acción la niña volteó y le obsequió una sonrisa larga, dulce y hermosa; gesto que él no supo como recibir y permaneció desconcertado. Observé con discreción a la niña durante los cuantos minutos que estuvo abordo: su cabellera castaña oscura, su perfil griego, la conversación (para mí inaudible) que sostuvo con su madre y el par de veces que volteó hacia atrás por cualquier razón y hacia cualquier parte. Y al observarla padecí una gran melancolía. Esa niña se parecía a Marisol, mi primer amor: blanca, bonita y dulce. La conocí en primer año de primaria y siempre creí que yo le gustaba. Aunque no nos sentábamos cerca y estábamos en sitios distintos durante el recreo; siempre salíamos juntos de la escuela. Eramos buenos amigos, también nuestras madres mantenían la misma relación e incluso nuestros hermanos menores pasaban por lo mismo. A veces divago sobre lo que hubiera cambiado si ella, antes de desaparecer (lo que sucedió en el siguiente año escolar), me hubiese dado mi primer beso en la boca.
¿Qué será de Marisol?, ¿Es madre?, ¿Vive en el extranjero? ¿Trabaja ocho horas en una oficina?... ¿Me recuerda, acaso? Seguro que no. Hay demasiadas personas que tienen mucha importancia para mí, que las tengo vivamente impresas en la cabeza, pero para éstas yo no soy memorable. He sido, soy y seré sólo una sombra. Un misterio.
Y de pronto, en la avenida, un globo azul escapó de alguna parte en la que no quería estar y se tambaleó por los aires. Se aferró a las alturas porque sabía lo que le pasaría si osaba descender. Su esfuerzo no duró mucho y cuando cayó, mi vida explotó con él.