jueves, 27 de agosto de 2009

James lo mismo que Juan o Pancho (2/16)

Dicen que la muerte cambia la forma en que ves las cosas cuando la tienes cercana.
Yo diría que las cosas no cambiaron mucho desde que James se murió. Se mató.
Sin embargo ahora siento que el tiempo corre más despacio.

Llegó a mi casa ese día, el día que según él empezó su vida.
No, para entender mejor contaré una noche antes. Son las nueve de la noche y conozco por vez primera el rostro de mi compañero de habitación. Es nuevo y viene de Baja California. No dice si del norte o del sur, en cuanto le pregunto se limita a responder: las dos están al norte de aquí. Y me mira. Esta no es su primera vez en una residencia de estudiantes. El no es un estudiante, pero como tiene 24 años, pasa por uno, además siempre está cargando libros. Lo sé porque Fernando lo envió aquí sabiendo que había una cama vacía en mi habitación. Fernando nunca ha sido bueno conmigo a pesar de que somos primos, el parece disfrutar metiendome en aprietos.

Antes de que el día de hoy sucediera, yo pensaba que James era un nombre igual a cualquier otro, pero hoy se que no, hoy es un día muy lejano de aquella noche. Hacía frío. James entró y con él vinieron a mi mente una montaña de referencias hechas por Fernando mientras trabajaba. Sólo he hablado un par de veces con Fernando, y una de esas fue cuando consiguió meterme a su trabajo. Fernando es un telefonista. Una silla, unos audífonos permanentemente sujetos a la cabeza, un monitor y un teclado. Lo demás no es algo que Fernando o nadie pueda tocar, propiedad de Chatting with my friends a bit. Conocí a James en ese lugar, un gringo que venido a menos decidió explorar su lado mexicano. No se hasta este día, el día en que se instala en la residencia, si James es mexicano o gringo, sólo sé que está ahí y me ve y nos miramos por un rato con la misma cara inexpresiva, parecemos sonámbulos. Antes de que se decida a entrar y pase a ser oficialmente mi compañero de cuarto. Pocas pertenencias, un hombre complicado.

Entonces, como en una película, experimento una sensación particular y extraña, casi una premonición, pero más exactamente como una yuxtaposición, las cosas se van repitiendo en mi memoria relatadas por la voz de mi primo quién al mismo tiempo se dedica a contestar llamadas en inglés a intervalos regulares, que cómo estás, que a qué hora tienes que llegar a la escuela, que a dónde queda bien tu casa. Fernando cuelga el teléfono, espera otra llamada, pero con un botón cancela su estado de disponibilidad y usa un par de minutos para hablar conmigo.

Cabe decir que hasta entonces nunca nos habíamos entendido bien, la relación familiar estaba más que deteriorada y lo poco que recordaba de él era, además de su nombre, que una vez cuando niños me había aventado de la azotea de casa de mi abuela y que por azares del destino, o por un calculo maquiavélico suyo, había ido a dar sobre una pila de graba. Aunque la graba tenía pedacería de botellas de cerveza que rompían mis tíos en las fiestas, así que aunque no me rompí nada, me tuvieron que atender un par de cortadas y me vacunaron contra el tétanos de nuevo. Dos veces en el mismo mes. Pero me estoy desviando. Presiona el botón, se baja la diadema con el micrófono y me dice como si nada:

- Te traje aquí porque no se a quién más hablarle de esto. Tengo un amigo- y señala con el pulgar a James de espaldas inmerso en una conversación en inglés- que tiene problemas. No tiene dónde quedarse y no es de la ciudad, tampoco es... una persona normal. Azota las cosas cuando siente miedo, o sea rompe cosas, golpea gente que no conoce en la calle sin razón, persigue perros de la calle y les llama a todos "amigo", mira fijamente a las mujeres que le gustan sin importar que las moleste y que eso lo meta en más problemas... el tipo está chalado. ¿Tienes lugar para recibirlo?

Yo me quedé estupefacto. Había entrado a Chatting with my friends a bit con las intenciones muy claras de saludar a mi primo, mirar su trabajo, fingir algo de interés y escapar a la brevedad posible. El que me pidiera asilo para un loco, estaba totalmente fuera de mi mapa de ideas, como un rayon con crayola sobre una cartulina blanca. Reaccioné despacio por eso.

- No tengo dónde ponerlo. Mi habitación está muy chiquita. No puedo. Perdón.
- Es qué tu sabes primo... pienso que los dos se llevarían muy bien. Son... como decirlo, compatibles. El también estuvo en la religión un tiempo/
- Yo estaba no más en el coro con Carmen, no se si te acuerdas pero yo entré a cantar porque quería... pues a Carmen.
- Lo que digo, es que los dos se entenderían bien. Pero si no puedes, qué lástima.

Salí como lo dispuse en el plan, en mi cabeza, en mi mapa de acciones cuidadosamente planeadas, voy a salir y me voy a salir ya. Lo que no sabía, es que mi tía Guillermina, la madre de Fernando, ya le había contado de mi residencia de estudiantes y que además tenía una cama vacía en el mismo cuarto.

Llegó la noche, las nueve, repito, y en cuanto veo a este hombre aprieto las piernas, los puños y las mandíbulas, trato de disimular la cara de molestia que me sale, trato de reprimir el coraje. Curioso, James lo nota y lo pasa por alto como a quién no le va. Por un momento pensé que James podría ser todavía en mi mente lo mismo que un Juan o que un Pancho, un total desconocido sin méritos. Las aventuras empezaron esa noche misma y esa noche misma empieza su diario. Once de la noche, primer round.


La velocidad de la noche.

"Con alas manchadas de sangre la Venganza vuela, más rápido que la Velocidad de la Noche".








¿Puedo morirme ahora que he terminado una novela que tardé poco más de tres años en completar? ¿Puedo suicidarme luego de que, corregida, legible y ordenada, ponga mi novela en la mesa de un editor? ¿Dejo atrás la Literatura y me dedico a lo que idealmente debí haber estudiado sino fuera porque soy un miserable y la carrera de Cine es cara? ¿Ahora debo buscar una chica y darle todos mis escritos y el dinero, poco o mucho, que resulte de mi obra, si ella promete pensar en mí de vez en cuando? ...Tantas preguntas y sólo un respuesta:
Estoy loco ¡Y esta es mi locura!

martes, 11 de agosto de 2009

Miró y Rodin.

El día miércoles y jueves adquirí dos nuevos tomos sobre arte, uno que habla del español Joan Miró y el otro del escultor Auguste Rodin.

Miró: Salí del metro San Antonio y comencé a caminar. Nunca me cansaré de caminar. Nunca tendré un auto y no sólo porque soy un miserable sino porque mis piernas siempre están inquietas (¿alguna madrugada me despertaré para darme cuenta que mis piernas han salido a correr por la Ciudad?). Desde hace cuatro años no me he comprado calzado nuevo (mi dinero siempre lo gasto en música, playeras, libros y películas), mis tenis están rotos y sucios, ahora más parece que mis pies tocan el asfalto y no la suela... ¡Lo único que quiero es ser libre!
Soy fuerte y a veces esa fuerza me dota de una belleza singular, sin embargo salí del metro San Antonio con una cara espantosa y una figura patética. En la esquina doblé y caminé todo derecho, atravesando calles y calles hasta el World Trade Center, y mi fealdad hizo que las mujeres caminaran abajo de la banqueta (yo arriba transitaba con lentitud) y los hombres me miraran con cierta precaución. La colonia Nápoles lucía tranquila y limpia. Algunas casas llamaron mi atención, me pregunté: "¿Algún habitante permitirá que un ser tan despreciable y potencialmente peligroso como yo, sea su vecino?" Mi fealdad hizo que agachara la cabeza, me cubriera el rostro cada que aparecía un chica. Cuando arribé al World Trade Center volteé hacia un puesto de hot dogs. Y allí, sentada en una banca blanca y de metal y con las piernas cruzadas (llevaba un falda pequeña), una chica rubia, de unos veinte años, platicaba con un joven. Él era mexicano, pero ella provenía del extranjero (¿de Francia, de Holanda, de Suecia?). La miré por un segundo y sólo de reojo, pero su belleza era tal que me sentí deprimido. "¿Por qué hoy soy feo?" me pregunté y comencé a encogerme lenta y metódicamente hasta desaparecer.

Auguste Rodin: "Debería destruir algo" pensaba mientras vagaba por la red del Metro de la Ciudad de México. Me sentía amable y caballeroso, le cedí el asiento a una viejita y le sonreí a una chica gorda que encontró mis ojos por casualidad. La clases de la universidad estaban por comenzar otra vez y me sentía emocionado: Este año sería mi último año escolar.
En la estación Pantitlan descubrí una librería. Me acerqué para emocionarme: el libro sobre Auguste Rodin que hace tiempo buscaba estaba allí. Era el último y de inmediato lo tomé. Me acerqué al dependiente y descubrí que se trataba de un chico de unos 19 años que cargaba a un bebé. Allí también estaba una chica güera con vestido negro y largo, la cual, seguro, era la madre del niño y la esposa del muchacho. Pagué con un billete de alta denominación y mientras ella buscaba el cambio en la bolsa del pantalón de él, yo los contemplé con curiosidad. Ya eran padres y enfrentaban los problemas que cualquier matrimonio joven tiene mientras yo era un vago que soñaba con ser director de cine. Recibí mi cambio y me alejé rápido. El color y la limpieza de la piel de la madre adolescente me recordó a la piel de una chica que hace poco conocí y cada vez que estoy cerca de ella mi pecho tiembla. No sé si tiene novio o si le agrado, lo que sé es su nombre, el cual es...

domingo, 9 de agosto de 2009

Matsuo Basho.

"Tarde de niebla envuelta en la memoria de días lejanos"




Esto es un Haiku, poema corto japones que trata de expresar lo más posible en unas cuantas palabras.


Mi interpretación:
Alguien se fue y regresó, pero al regresar ya nadie lo reconoció.

viernes, 7 de agosto de 2009

Armando Ramírez.

"...En la Ciudad no había industrias, tuvimos de nuevo que adaptarnos al trazo urbanístico, ahí, fuera de él nos instalamos. Instalamos quiere decir: vivir, vivir de nuevo por las caballerizas y el campo citadino, cerca de los palacios de Humboldt, debajo de sus cornisas, en sus zaguanes, en los mesones: vendiendo guajolotes, haciéndole al ciego para que cayera la limosna en la mano, inventando formas de comercio, robando lo que nos dejaban, nos pusieron de policías a nosotros mismos, volvimos a traer el pulque, los nopales y la pitaya, los charalitos y los acociles, los chilitos de biznaga y el maíz. Primero formamos un pequeño cinturón de comercio inventado: Jamaica, Sonora, el mercado de Abelardo Rodríguez, colonia Morelos, Tepito, anillo de circunvalación, la Lagunilla, Garibaldi, Guerrero, San Cosme, Tacuba.
Invadimos las viejas construcciones que abandonaron sus moradores por otras mejores al sur. Nos arrojaron del sur, ellos se quedaron con el mejor clima, pusieron a su disposición los servicios municipales, los centros de educación, de información, generaron su cultura oficial. Ahora avanzamos a través de las faldas de los cerros, como una mancha nos extendemos, hemos sobrepasado el campo santo, hemos levantado nuestras construcciones, hemos levantado nuestros mitos, hemos levantado nuestras familias, hemos levantado nuestras formas de vida, hemos comenzado a cantar a fuerza de permanecer en la oscuridad, a fuerza de vivir entre los topos, o como la lava en los volcanes. El canto se eleva hacia el cielo irrumpiendo de entre las sombras. Somos una cultura que habita el recinto que pretende ocupar otra cultura".


Tomado de "Violación en Polanco", pagina 8 y 9, editorial Grijalbo, México, 1980.

(Yo, el extraño de la noche, el guapo de mierda, el protector, experimento un sinsabor cada que escucho que una persona cercana mía se ha marchado a vivir o sueña con hacerlo en el extranjero. Es necesario viajar, pero es más importante no olvidar nuestras raíces.
¿Dónde estamos?).

martes, 4 de agosto de 2009

Juglares.


De arriba hacia abajo, de izquierda hacia derecha, los personajes que aparecen en esta foto son los siguientes:

Andrés Díaz: Caminamos por el pasillo que dirige hacia la Biblioteca Central y la Facultad de Filosofía y Letras y que estaba repleto de puestos ambulantes de comida, películas, ropa, música, libros usados, libros nuevos, etc... Y en uno de esos comercios nos detuvimos porque Andrés quería un regalo para el cumpleaños de su mamá.
- ¿Qué le compró? - me preguntó y examinó los libros
- Comprále ese... - señalé "La condición humana" de André Malraux - Trata sobre unos insurrectos que pelean en la Revolución cultural china.
- No sé... Mi mamá tiene unos gustos muy extraños.
Nos desplazamos hacia el siguiente puesto y observamos un sinfín de películas piratas.
- Esa ya la vi, también esa y esa y esa. Esa de allá, la de a lado, está de acá, la de la esquina, la de la portada sangrienta, la de Robert Deniro como boxeador, esa donde sale... - presumí y el vendedor (que también vendía droga) me miró con los ojos demasiado abiertos.
- Cada que miro una película que ha ganado un premio, no importa si es el del festival de Tlanepantla, quiero comprarla... - bromeó Andrés y su sonrisa inocente apareció - Pero no la compro.
- ¿Por qué?
Andrés hizo un gesto vago con la mano y se encaminó hacia el siguiente puesto. Esperé unos segundos para alcanzarlo, mirando con fijeza su cuerpo larguirucho y su cabellera estrepitosa. Cuando estuve otra vez con él oí que dijo:
- Nunca voy a tener hijos...

Ricardo Ruiz: "¿Ves ese edificio? Allí arriba hay un restaurante. Comimos y después bajamos y caminamos por allí. Ella me dijo en tono de broma: '¿Por qué me sigues Ricardo?' y yo hice como si fuese un violador. Unos días atrás le había comprado un libro, lo saqué de mi mochila y se lo di. Y ella me abrazó. ...Fui con su familia al aeropuerto para despedirla, pero ella casi no me tomó en cuenta" dijo Ricardo y miró la lejanía nocturna y lluviosa de la Ciudad de México.
- ¿Se fue a Rusia? - pregunté devolviéndoles, con enojo, la mirada a dos extranjeras que nos observaban.
- Sí... regresó hace una semana y aún no la he visto. ...Los que sí dicen que volvió muy cambiada... ¡Triste!... Después de Moscú ya no mira con los mismos ojos a la Ciudad de México, ya está decepcionada.
- ¿Y que le vas a decir cuando la veas?
Ambos nos hallábamos sentados en el piso y recargados a una de las paredes del Palacio de Bellas Artes. Lloviznaba y el frío nos hacia sentir nostálgicos y quebrados. Ricardo Ruiz se acomodó sus lentes y murmuró:
- Nada.

Daniel Toledo: En la estación Copilco del Metro abordamos la parte última de un vagón. Las clases habían terminado y nos dirigíamos hacia nuestras respectivas viviendas. Íbamos Laura, Valeria, Raquel, Abril, Esteban, Daniel y yo. Y éste penúltimo, que siempre cargaba en su mochila un reproductor de música enorme para sus ensayos y clases de teatro, lo sacó, lo puso en el suelo y con una sonrisa lo encendió.
- Ojalá se apagaran las luces y ya no hubiera otra parada sino hasta la terminal.- dije emocionado.
Las chicas empezaron a bailar (Laura y Raquel de una manera tímida, Valeria con gran intensidad y Abril como si estuviese seduciendo a alguien) y de pronto Esteban y Daniel las acompañaban. La música era rock en inglés y los pasajeros nos miraron o con desprecio o gran asombro (sólo un viejito sonrió emocionado, como si evocara su juventud). Permanecí en un rincón con la expresión pensativa y las manos en los bolsillos de mi chamarra.
- ¿Tú no bailas muchach? - me preguntó Daniel Toledo.
- ¡No muchach!... - y añadí con una mueca alegre:- "Los tipos duros no bailan"
- Norman Mailer.- pronunció Esteban sabiendo de que libro yo hablaba.
Abril bailó con mucha más sensualidad, robándose la atención de todos. Daniel, luego de pensarlo un momento, se le unió. Hicieron algunos movimientos extraños y en el paroxismo de su emoción, Abril se atrevió a romperle un poco más la rotura que el pantalón de Daniel siempre llevaba en la rodilla. El baile terminó abruptamente y ante la expectación de los rostros de la gente, de Laura, de Valeria, de Raquel, Daniel Toledo rompió mucho más su prenda. Rasgó, rasgó, hasta que mostró la licra café que siempre utilizaba para sus ensayos.
- Un pantalón menos.- susurró Valeria y se encogió de hombros.
- ¿Y ahora que procede, muchach? - le preguntó Esteban Hernández.
Abril, traviesa, comenzó a danzar otra vez y Daniel se quitó los jirones de tela y decidió:
- Así me voy a ir a mi casa.

Laura Soto: La cafetería de la Facultad lucía sucia y nostálgica. Sólo un trío de mesas estaban ocupadas y en la cocina los empleados lavaban los trastes con desgana. Anochecía y entré al lugar porque desde la entrada distinguí a Laura y a Daniel.
- ¿Qué tranza? - él me dijo cuando me les acerqué.
- ¡¡Muchach!! - Laura me dio un beso en la mejilla y me abrazó como siempre lo hace cuando nos saludamos.
Me senté junto a ellos en una de la mesas últimas del sitio y de repente Daniel informó:
- Voy a ir por una ensalada.- se puso de pie, pero en vez de comprarla en la cafetería, fue por ella a una tienda más alejada.
- ¿Tienes clase? - me preguntó Laura, algo distraída por un libro de escenografía que hojeaba sobre la mesa.
- No.- mentí - ¿Y ustedes?
- Ya no...
- ¿Están ensayando una obra? - pronuncié mirando las imágenes coloridas del libro.
- Sí... Es para el fin de semestre.- Laura se concentró mucho en una foto (telas negras, telas rojas, una estrella) y tras cuatro minutos volvió a hablarme: - ¿Quieres Té? Está caliente.
Tomé el vaso de plástico de un litro y sorbí con delicadeza. No bebí mucho. Apoyé mis brazos sobre la mesa y mi mentón sobre mis manos. Daniel tardó demasiado en regresar y durante ese tiempo permanecimos silentes, como si fuésemos extraños. Ella cambió las paginas una y otra vez y yo, con cierta discreción, contemplé sus rasgos dulces. "¿Cómo fue tu niñez, Laura?" quise preguntarle, pero mi boca no estaba en mi rostro. Pensé en ladrones y policías, en sangre y golpes, en mujeres que se desnudan para sus novios y en hombres gordos que no pueden apagar sus computadoras. Algo explotó en mi pecho y por un par de segundos cerré los ojos.
- ¿Por qué tan callado? - de pronto ella me miró a la cara.
- No hay nada que contar.- susurré- ...Nunca tengo nada interesante que contar...

Elena De la cruz: Elena se quitó la playera. Mostró un sostén negro, un vientre blanco y el comienzo de uno senos, no sólo grandes, trepidantes. Le di la espalda de inmediato, tímido, emocionado. La obra de teatro que el maestro de música había exigido como examen final, había terminado. Andrés, Ricardo, Daniel, Laura y Elena, que habían desarrollado papeles de juglares (aquellos cantantes y cuentahistorias errantes de la edad media) se quitaban el vestuario en el pasillo escondido del área de teatros de la Facultad. Dos amigos de Ricardo que habían llegado exclusivamente para presenciar la obra de teatro también estaban allí. El maestro salió por la parte trasera del pequeño teatro y se acercó a los actores para felicitarlos (El público - madres, hermanos, amigos - momentos antes se levantó para aplaudirlos).
- Yo me llevó esto.- dije y tomé una maleta café donde mis amigos guardaron parte de su vestuario.
- ¿Quién va a guardar las cosas? - preguntó Daniel Toledo.
- Elena ¿no? - pronunció Andrés Díaz ajustándose sus pantalones.
- Yo me las llevó a mi casa, pero acompañenme a mi carro para dejarlas.- prometió aquella chica que alguna vez me abrazó.
Dos horas antes de la obra de teatro había comprado en el mercado de Mixcoac un arreglo floral pesado y grande. Había gastado casi todo mi dinero en ello, por lo que no pude tomar un taxi. Con mi frente sudorosa y un paso dificultoso - todas las personas que cruzaban su camino con el mío volteaban hacia mí extrañadas o sonrientes, algunos niños me señalaban y algunas chicas me decían: "¿No me lo regalas a mí?" - viajé por el metro hasta Ciudad Universitaria. El arreglo floral se lo encargué al dependiente de una pequeña tienda y se lo presenté a Elena cuando la obra de teatro concluyó (aunque por un momento estuve por interrumpir el parte última de la misma y decir frente a todos - frente a la madre y a la hermana de Elena -: "Esto es para la chica más hermosa de la Facultad"). Nos marchábamos y aunque mis brazos estaban molidos por mis entrenamientos de taekwondo, yo cargaba tanto el regalo de la chica que alguna vez me sonrió emocionada y aquella maleta. Y al ver ésto ella me preguntó:
- ¿Puedes con las dos cosas?
- ...Puedo hacerlo solo.
Cinco minutos después el amigo de Ricardo, un chico alto, agradable y llamado Aarón, me cuestionó:
- ¿No quieres qué te ayude?
- ...Puedo hacerlo solo.- repetí enojado.
- Déjalo Aarón, él es un tipo rudo.- pronunció Ricardo Ruiz en un tono burlón.
Esteban Hernández apareció y al verme me informó:
- Para hacer las cosas que tú haces hay que estar o muy tonto o muy decidido.
- Yo hago siempre lo que quiero.- murmuré con los brazos temblorosos y el pecho agitado.
Caminamos rumbo a la salida de la Facultad, Elena y Andrés al principio; Laura, Daniel y Esteban después; luego, y riéndose de todo, Ricardo y su par de amigos; y ya por fin mi figura transitaba rota y estúpida. La madre de Elena salió de la cafetería escolar y platicó con los actores por algunos minutos. Para que no me viera, me escondí detrás de un pilar, sin embargo la hermana de Elena (de unos 17 años) me descubrió y al hacerlo sus ojos me miraron sin parpadear.
- Vamos a dejar las cosas en la camioneta de mi mamá. - informó aquella chica que alguna vez creí gustarle.
En el estacionamiento suspiré y agité mis manos con fuerza. Cada uno de aquellos jóvenes se despidió de Elena y yo esperé a que todos se fueran para hablar con ella.
- Estuvo muy chida la obra.- anuncié y ella, a un metro de distancia, me preguntó:
- ¿Te gustó?
- Sí.- respondí, pero la verdad era que no la había visto completa. Y entonces, con el rubor en el rostro y las palabras torpes, le cuestioné: - ¿Te gustaron las flores?
- Sí.- exclamó con una sonrisa complacida.
- ... Lo único que quiero es hacer sentir bien a alguien... No sé... - murmuré con dificultad y me acerqué a Elena para darle un beso en la mejilla.
- Adiós.- finalizó ella y caminó en dirección contraria.
Y yo, bajo un atardecer nublado, troté para alcanzar a mis amigos.

Henry Miller.

"Tenía tan poca necesidad de Dios como Él de mí, y con frecuencia me decía que, si Dios existiera, iría a su encuentro tranquilamente y le escupiría en la cara".




(Extraído de "Trópico de Capricornio" pagina 10, editorial Millenium, número 13 de la colección "Las 100 joyas del milenio", España, 1999.)