Dicen que la muerte cambia la forma en que ves las cosas cuando la tienes cercana.
Yo diría que las cosas no cambiaron mucho desde que James se murió. Se mató.
Sin embargo ahora siento que el tiempo corre más despacio.
Llegó a mi casa ese día, el día que según él empezó su vida.
No, para entender mejor contaré una noche antes. Son las nueve de la noche y conozco por vez primera el rostro de mi compañero de habitación. Es nuevo y viene de Baja California. No dice si del norte o del sur, en cuanto le pregunto se limita a responder: las dos están al norte de aquí. Y me mira. Esta no es su primera vez en una residencia de estudiantes. El no es un estudiante, pero como tiene 24 años, pasa por uno, además siempre está cargando libros. Lo sé porque Fernando lo envió aquí sabiendo que había una cama vacía en mi habitación. Fernando nunca ha sido bueno conmigo a pesar de que somos primos, el parece disfrutar metiendome en aprietos.
Antes de que el día de hoy sucediera, yo pensaba que James era un nombre igual a cualquier otro, pero hoy se que no, hoy es un día muy lejano de aquella noche. Hacía frío. James entró y con él vinieron a mi mente una montaña de referencias hechas por Fernando mientras trabajaba. Sólo he hablado un par de veces con Fernando, y una de esas fue cuando consiguió meterme a su trabajo. Fernando es un telefonista. Una silla, unos audífonos permanentemente sujetos a la cabeza, un monitor y un teclado. Lo demás no es algo que Fernando o nadie pueda tocar, propiedad de Chatting with my friends a bit. Conocí a James en ese lugar, un gringo que venido a menos decidió explorar su lado mexicano. No se hasta este día, el día en que se instala en la residencia, si James es mexicano o gringo, sólo sé que está ahí y me ve y nos miramos por un rato con la misma cara inexpresiva, parecemos sonámbulos. Antes de que se decida a entrar y pase a ser oficialmente mi compañero de cuarto. Pocas pertenencias, un hombre complicado.
Entonces, como en una película, experimento una sensación particular y extraña, casi una premonición, pero más exactamente como una yuxtaposición, las cosas se van repitiendo en mi memoria relatadas por la voz de mi primo quién al mismo tiempo se dedica a contestar llamadas en inglés a intervalos regulares, que cómo estás, que a qué hora tienes que llegar a la escuela, que a dónde queda bien tu casa. Fernando cuelga el teléfono, espera otra llamada, pero con un botón cancela su estado de disponibilidad y usa un par de minutos para hablar conmigo.
Cabe decir que hasta entonces nunca nos habíamos entendido bien, la relación familiar estaba más que deteriorada y lo poco que recordaba de él era, además de su nombre, que una vez cuando niños me había aventado de la azotea de casa de mi abuela y que por azares del destino, o por un calculo maquiavélico suyo, había ido a dar sobre una pila de graba. Aunque la graba tenía pedacería de botellas de cerveza que rompían mis tíos en las fiestas, así que aunque no me rompí nada, me tuvieron que atender un par de cortadas y me vacunaron contra el tétanos de nuevo. Dos veces en el mismo mes. Pero me estoy desviando. Presiona el botón, se baja la diadema con el micrófono y me dice como si nada:
- Te traje aquí porque no se a quién más hablarle de esto. Tengo un amigo- y señala con el pulgar a James de espaldas inmerso en una conversación en inglés- que tiene problemas. No tiene dónde quedarse y no es de la ciudad, tampoco es... una persona normal. Azota las cosas cuando siente miedo, o sea rompe cosas, golpea gente que no conoce en la calle sin razón, persigue perros de la calle y les llama a todos "amigo", mira fijamente a las mujeres que le gustan sin importar que las moleste y que eso lo meta en más problemas... el tipo está chalado. ¿Tienes lugar para recibirlo?
Yo me quedé estupefacto. Había entrado a Chatting with my friends a bit con las intenciones muy claras de saludar a mi primo, mirar su trabajo, fingir algo de interés y escapar a la brevedad posible. El que me pidiera asilo para un loco, estaba totalmente fuera de mi mapa de ideas, como un rayon con crayola sobre una cartulina blanca. Reaccioné despacio por eso.
- No tengo dónde ponerlo. Mi habitación está muy chiquita. No puedo. Perdón.
- Es qué tu sabes primo... pienso que los dos se llevarían muy bien. Son... como decirlo, compatibles. El también estuvo en la religión un tiempo/
- Yo estaba no más en el coro con Carmen, no se si te acuerdas pero yo entré a cantar porque quería... pues a Carmen.
- Lo que digo, es que los dos se entenderían bien. Pero si no puedes, qué lástima.
Salí como lo dispuse en el plan, en mi cabeza, en mi mapa de acciones cuidadosamente planeadas, voy a salir y me voy a salir ya. Lo que no sabía, es que mi tía Guillermina, la madre de Fernando, ya le había contado de mi residencia de estudiantes y que además tenía una cama vacía en el mismo cuarto.
Llegó la noche, las nueve, repito, y en cuanto veo a este hombre aprieto las piernas, los puños y las mandíbulas, trato de disimular la cara de molestia que me sale, trato de reprimir el coraje. Curioso, James lo nota y lo pasa por alto como a quién no le va. Por un momento pensé que James podría ser todavía en mi mente lo mismo que un Juan o que un Pancho, un total desconocido sin méritos. Las aventuras empezaron esa noche misma y esa noche misma empieza su diario. Once de la noche, primer round.
Yo diría que las cosas no cambiaron mucho desde que James se murió. Se mató.
Sin embargo ahora siento que el tiempo corre más despacio.
Llegó a mi casa ese día, el día que según él empezó su vida.
No, para entender mejor contaré una noche antes. Son las nueve de la noche y conozco por vez primera el rostro de mi compañero de habitación. Es nuevo y viene de Baja California. No dice si del norte o del sur, en cuanto le pregunto se limita a responder: las dos están al norte de aquí. Y me mira. Esta no es su primera vez en una residencia de estudiantes. El no es un estudiante, pero como tiene 24 años, pasa por uno, además siempre está cargando libros. Lo sé porque Fernando lo envió aquí sabiendo que había una cama vacía en mi habitación. Fernando nunca ha sido bueno conmigo a pesar de que somos primos, el parece disfrutar metiendome en aprietos.
Antes de que el día de hoy sucediera, yo pensaba que James era un nombre igual a cualquier otro, pero hoy se que no, hoy es un día muy lejano de aquella noche. Hacía frío. James entró y con él vinieron a mi mente una montaña de referencias hechas por Fernando mientras trabajaba. Sólo he hablado un par de veces con Fernando, y una de esas fue cuando consiguió meterme a su trabajo. Fernando es un telefonista. Una silla, unos audífonos permanentemente sujetos a la cabeza, un monitor y un teclado. Lo demás no es algo que Fernando o nadie pueda tocar, propiedad de Chatting with my friends a bit. Conocí a James en ese lugar, un gringo que venido a menos decidió explorar su lado mexicano. No se hasta este día, el día en que se instala en la residencia, si James es mexicano o gringo, sólo sé que está ahí y me ve y nos miramos por un rato con la misma cara inexpresiva, parecemos sonámbulos. Antes de que se decida a entrar y pase a ser oficialmente mi compañero de cuarto. Pocas pertenencias, un hombre complicado.
Entonces, como en una película, experimento una sensación particular y extraña, casi una premonición, pero más exactamente como una yuxtaposición, las cosas se van repitiendo en mi memoria relatadas por la voz de mi primo quién al mismo tiempo se dedica a contestar llamadas en inglés a intervalos regulares, que cómo estás, que a qué hora tienes que llegar a la escuela, que a dónde queda bien tu casa. Fernando cuelga el teléfono, espera otra llamada, pero con un botón cancela su estado de disponibilidad y usa un par de minutos para hablar conmigo.
Cabe decir que hasta entonces nunca nos habíamos entendido bien, la relación familiar estaba más que deteriorada y lo poco que recordaba de él era, además de su nombre, que una vez cuando niños me había aventado de la azotea de casa de mi abuela y que por azares del destino, o por un calculo maquiavélico suyo, había ido a dar sobre una pila de graba. Aunque la graba tenía pedacería de botellas de cerveza que rompían mis tíos en las fiestas, así que aunque no me rompí nada, me tuvieron que atender un par de cortadas y me vacunaron contra el tétanos de nuevo. Dos veces en el mismo mes. Pero me estoy desviando. Presiona el botón, se baja la diadema con el micrófono y me dice como si nada:
- Te traje aquí porque no se a quién más hablarle de esto. Tengo un amigo- y señala con el pulgar a James de espaldas inmerso en una conversación en inglés- que tiene problemas. No tiene dónde quedarse y no es de la ciudad, tampoco es... una persona normal. Azota las cosas cuando siente miedo, o sea rompe cosas, golpea gente que no conoce en la calle sin razón, persigue perros de la calle y les llama a todos "amigo", mira fijamente a las mujeres que le gustan sin importar que las moleste y que eso lo meta en más problemas... el tipo está chalado. ¿Tienes lugar para recibirlo?
Yo me quedé estupefacto. Había entrado a Chatting with my friends a bit con las intenciones muy claras de saludar a mi primo, mirar su trabajo, fingir algo de interés y escapar a la brevedad posible. El que me pidiera asilo para un loco, estaba totalmente fuera de mi mapa de ideas, como un rayon con crayola sobre una cartulina blanca. Reaccioné despacio por eso.
- No tengo dónde ponerlo. Mi habitación está muy chiquita. No puedo. Perdón.
- Es qué tu sabes primo... pienso que los dos se llevarían muy bien. Son... como decirlo, compatibles. El también estuvo en la religión un tiempo/
- Yo estaba no más en el coro con Carmen, no se si te acuerdas pero yo entré a cantar porque quería... pues a Carmen.
- Lo que digo, es que los dos se entenderían bien. Pero si no puedes, qué lástima.
Salí como lo dispuse en el plan, en mi cabeza, en mi mapa de acciones cuidadosamente planeadas, voy a salir y me voy a salir ya. Lo que no sabía, es que mi tía Guillermina, la madre de Fernando, ya le había contado de mi residencia de estudiantes y que además tenía una cama vacía en el mismo cuarto.
Llegó la noche, las nueve, repito, y en cuanto veo a este hombre aprieto las piernas, los puños y las mandíbulas, trato de disimular la cara de molestia que me sale, trato de reprimir el coraje. Curioso, James lo nota y lo pasa por alto como a quién no le va. Por un momento pensé que James podría ser todavía en mi mente lo mismo que un Juan o que un Pancho, un total desconocido sin méritos. Las aventuras empezaron esa noche misma y esa noche misma empieza su diario. Once de la noche, primer round.