miércoles, 29 de abril de 2009

No es fácil subir pero... ¡Vamos a hacerlo!

A veces hay catarros y otras veces solo son mocos.
A veces hay cigarros sin acabar y otras veces pulmones en la basura.
A veces hay chicles pegados en las bancas y otras veces dientes blancos.
A veces hay tranquilidad bajo las cobijas y otras veces hay dos cuerpos.
A veces tengo ganas de llorar y otras veces, la mayor parte de las veces,
me dedico a pensarte.
Y como ahora, a veces tenemos epidemias y otras tantas del pasado tenemos: ¡Días del teatro!

¡Necesitamos más historias y menos histerias!

martes, 28 de abril de 2009

Sombras en la Alameda Central.

(Dedicado a Patricio Collado Compean, alias "Cory Matthews", el futuro gran autor de comics y novelas gráficas.)



- Estoy muerto.- pronunció resignado el Hombre Viejo y en sus ojos brilló la inocencia.
- ¡No diga eso! - Ángel respondió de inmediato. Cargó el pesado cuerpo del Hombre Viejo y le dijo para que sintiera esperanza: - Lo sacaré de aquí, lo llevaré a un lugar seguro.
Ambos se movieron dentro de la jardinera, sigilosos, alertas. Eran las once de la noche y la Alameda Central de la Ciudad de México lucía enigmática y maligna. Entraron en otra jardinera y se agazaparon detrás de una reja cubierta de pasto. Los Vigilantes habían entrado al Palacio de Bellas Artes y le dispararon a un grupo de personas. El Hombre Viejo fue el único que escapó y antes que Ángel se acercara para socorrerlo recibió un disparo en el tobillo.
- ¿Le duele mucho? - el joven le preguntó señalando, pero sin mirar, la herida y el Hombre Viejo negó con la cabeza.
Ángel retomó el cuerpo algo pesado del perseguido y ambos salieron del escondite. Atravesaron el camino y nuevamente entraron a una zona verde. Esperaron. De pronto las voces de un par de Vigilantes se oyeron muy cerca. "No deben estar muy lejos" dijo uno y el otro pronunció con desprecio: "¡Pinches extranjeros de mierda!". Por sus sombras Ángel supo donde estaban y antes de salir a enfrentarlos le hizo un gesto al Hombre Viejo para que sintiera confianza. Éste abrió los ojos demasiado y lo vio desaparecer. El joven regresó de inmediato contento por el entrenamiento de kárate que llevaba. Trajo consigo una pistola y se agachó para cargar otra vez el cuerpo de mediano peso del perseguido. Los "Extranjeros" era como popularmente se les conocía a todos aquellos que no eran humanos. El gobierno sólo perseguía - por medio de los "Vigilantes" - a aquellos que habían nacido en Marte. Tenían apariencia humana, pero la gente decía que eran monstruos. Habían llegado a la tierra para provocar desorden, hablando de Igualdad, Tolerancia y Libertad. Términos que ningún humano tenía la valentía de promover.
- El lugar debe estar por aquí.- dijo Ángel y descubrió que el Hombre Viejo lo observaba con asombro.
Pasaron a lado de una fuente de refresco y de un anuncio holográfico. Ángel sabía que cualquier vida merecía respeto, eso era lo que sus padres y su novia le habían dicho siempre antes de desaparecer misteriosamente.
- ¡Allí están! - gritó un Vigilante desde una esquina y empezó a disparar.
Ángel se aferró al cuerpo ligero del Hombre Viejo y mató al par de animales mutantes (mitad perro, mitad gato) que llegaron primero. Hizo lo mismo con los cinco perseguidores que aparecieron. Recibió un disparo en el hombro, pero aún así no soltó el arma. Corrió hacia una última jardinera y allí, atrás de un montículo, estaba un coladera vetusta.
- ¡¡Allí!!, ¡¡allí!! - señaló esperanzado. Abajo, en el desagüe, vivían los Subterráneos, algunos eran viejos amigos de la universidad y los protegerían.
El Hombre Viejo parpadeó un par de veces, Ángel le sonrió y volteó hacia la herida de su hombro, que era superficial. Y antes de alcanzar la coladera se escuchó algo caer. El joven miró con espanto hacia atrás y halló un camino de rocas que los seguía.
Y Ángel supo, con un azoro sin límites y un enojo trepidante, que el cuerpo que cargaba se había desmoronado casi por completo durante todo el trayecto.
- Estoy muerto.- repitió el Hombre Viejo, un segundo antes que su cabeza se volviera una piedra.

domingo, 26 de abril de 2009

La venganza de los cerdos

..Doce voces gritaban enfurecidas, y eran todas iguales. No había duda de la transformación ocurrida en las caras de los cerdos. Los animales asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro.
George Orwell


No es que nos hagamos hombres, es que te hagas cerdo.Oink!

Aquella chica bella.

...Mira sus piernas cortas, el pantalón azul marino que usa. Mira sus manos morenas, pequeñas, tersas. Mira su gordura, sus senos de tamaño medio que suben, que bajan, presumiendo vida. Levanta la cabeza para mirar a su primo, que dice:
- Tía: Me sirve más refresco, por favor.
La mamá de Cande ve el envase que tiene enfrente, luego el otro un poco más allá y no hay nada.
- ¿Qué crees?: Ya se acabó el refresco.
E intercede el esposo:
- ¡¿Ya se acabó?... Pues corre a la tienda por otro, hijo.- saca la cartera, la abre y está por extraer un billete cuando Candelaria dice:
- Yo voy.
Se desprende de la silla, de la mesa, de la comida de la familia. Cruza el comedor, la sala; en el patio un perro joven, pardusco, sin raza especifica, comienza a ladrarle amistoso.
- ¿Me acompañas "Tío Sam"?
Los dos salen a la calle, hacia el sábado a las cuatro de la tarde.
La calle, solitaria, muestra un par de perros callejeros que comen el pasto que circunda un árbol gigantesco. "Tío Sam" corre hacia ellos para olisquearles los traseros y tal vez, hacer amistad. Cande pasa a lado de un coche abandonado, sin vidrios, oxidado. Observa el interior y descubre basura y retazos de ropa de alguna mujer. Va hacia la otra acera, esquivando tres casas que padecen de grafiti ininteligible. En la esquina da la vuelta. Después de un decámetro se encuentra una tienda. Cande accede con su 1.60 M. de estatura y sus 17 años de vida. Toma un refresco de cola del refrigerador y se acerca al mostrador para pagar.
- ...Por favor.- es lo que le dice al muchacho alto, moreno, con cara de mono, que le atiende. Y le da el billete.
Con el cambio en la mano, Cande susurra un "Gracias" que el chico no toma en cuenta, pues está distraido viendo un partido de fútbol en la televisión que se encuentra en lo alto de una esquina (Lokomotiv VS Rapid de Bucarest). Sale de la tienda preguntándose: "¿Ese muchacho tan feo, tan hosco, tendrá novia? ¿O ha tenido una por lo menos?". Ella cree que sí y su creencia oprime con fuerza su corazón.
Dobla la esquina para adentrarse a su calle y de inmediato descubre a tres adolescentes con patineta que esperan a un cuarto, que pronto sale de una casa de tres pisos con la fachada deteriorada. De reojo los vigila. Instintivamente se pasa una mano por su cabellera corta, ondulada y de un negro rutilante. Ellos platican animosamente y no callan y no ríen con estrépito y no llenan de loas los oídos de Cande cuando ella los rebasa.
"¿Y los silbidos? ¿y las manos que señalan? ¿y los piropos? ¿y los besos a la distancia? ¿y las miradas que siguen la estela que una deja al pasar?", Candelaria no se pregunta más cuando "Tío Sam" reaparece y le ladra moviendo la cola. Le sonríe nostálgicamente y se detiene frente al zaguán negro y semi oxidado de la casa donde nació, pero donde no quiere morir. Saca su llave y abre la puerta. Su mascota entra primero y cuando ella está dentro y a punto de cerrar, sabe que la próxima noche será solitaria. Se desilusiona y con una esperanza moribunda y con toda la fuerza de su juventud, entiende que hay algo decisivo:
Candelaria Oropeza espera...
...a un amor que no llegará.

sábado, 25 de abril de 2009

24 de abril del fin del mundo nº 2009

Nos une la vida, nos une la muerte.
No quiero verte.
jajaja resucite para verte morir sin verme... ¡ Achís !¡¡¡¡¡¡¡¡¡

Aquella chica bella.

(Está dedicado a Candelaria Oropeza, una vieja amiga de la secundaria que al volverla a encontrar años después, al mirarnos frente a frente, mi actitud altiva y su condición humilde me hicieron saber que jamás volveríamos a hablarnos.)



Hay algo decisivo:
Candelaria Oropeza espera.
No dice nada aunque la comunión invita a la platica. No mira más que el plato que tiene enfrente y la comida (Papas fritas y milanesa. Antes: sopa de tallarines. Después: gelatina de limón. Y todo acompañado de un vaso lleno de refresco de cola). No mira aunque puede mirar el rostro del padre, de la madre, el tío, la abuela, la cuñada, el primo, la sobrina...
No oye aunque se discute un tema importante para todos los presentes (¿Qué ha hecho el presidente por nosotros los pobres?).
Ha perdido el apetito. Juguetea con una servilleta sucia entre sus dedos. La rompe. Caen pedazos pequeños. Más pequeños... más... más...




Maricarmen Terán: ¿A poco?
Tereza Zapata: Yo me enoje. ¡Por muy borracho que este uno no se hacen esas cosas! ¡Y mucho menos a mí! Me fui a mi casa encabronadísima. Y... y al rato llegó con mariachis. Se siente cabrón que hagan eso por ti, así que lo perdoné.
Maricarmen Terán: ¡¿No manches?!
Analilia Reyes: A mí si me hacen eso y aunque después me lleven al Mariachi Vargaz de Tecalitlán, no lo perdono.
Tereza Zapata: ¿Tan así, güey?
Analilia Reyes: Con mis novios yo siempre soy bien payasa.
Marycarmen Terán: A mí nunca me han llevado mariachi. Lo más que han hecho por mí es escribirme cuentos. El novio que tengo me ha dedicado como veinte cuentos. Casi todo lo que escribe me lo dedica. Y se siente chingón.
Tereza Zapata: ¿Y tú qué piensas Cande?... ¿Qué es lo más cabrón que han hecho por ti?
Analilia Reyes: Dice que nunca ha tenido novio. ¿Le creen?... Yo no.







CONCLUIRÁ MAÑANA...

domingo, 19 de abril de 2009

Ruidos nocturnos.

Este breve escrito está dedicado a Norma Elena Palazuelos Gamboa, porque dado el tamaño de su belleza me es imposible imaginar que alguien pudiese hacerle daño alguna vez.



Entonces apago la luz y me acuesto a dormir.
Cinco minutos después que cierro los ojos escucho movimientos en la habitación. Me quedo quieta mientras alguien me descobija, trata de quitarme la ropa interior sin lograrlo. Revisa mi buró. Abre el cajón y saca mi diario y lo tira al piso. Después agarra el libro que he estado leyendo todas las noches ("Luz de agosto" de William Faulkner) y que está sobre el mueble y lo hojea con desesperación. Cuando se cansa también lo manda al suelo. Toma y deja la foto de mi gato en donde estaba. Voltea el vaso de vidrio y el líquido se desparrama sobre la alfombra. Y ya por último prende y apaga frenéticamente mi lampara infantil.
No lo soporto más y abro los ojos para sorprenderlo. Y descubro, como en las noches anteriores, que quien provocaba esos ruidos nocturnos era mi mano. Mi mano diestra que, tras el experimento, padece de insomnio.

lunes, 13 de abril de 2009

Una melodía interminable con piano.

Esto es para Víctor Manuel Martinez Mejía, "Snoopy", porque cuando se lo dí a leer le gustó el titulo, a pesar que a mí ahora me resulta demasiado largo y demasiado pretencioso... ¡Esto es para ti chaval!



Conocí a este mierda hace millones de años. En la secundaria. Nos volvimos amigos, pero de una manera superficial. La coincidencia jamás nos permitió estar a solas y así acrecentar la confianza, la caída de muros... Lamberto... ahora recuerdo que los otros pendejos y yo lo llamábamos de tres maneras: Lamberto, Beto y Stoneface (así porque en su frente y en su nariz decenas de barros y espinillas sonreían como el sol). Stonface y yo terminamos en la misma prepa y en el mismo turno...No hay mucho que decir sobre él en los obligatorios tres años de bachillerato. Ambos repetimos uno. Cuando llegó el cuarto y último curso para ambos, se presentó esta alumna de nuevo ingreso, una puta llamada Monique, quien ocasionó aquello.
Fobia: Aversión o miedo irracional y obsesivo a ciertos objetos, personas o situaciones.
Monique era bonita, blanca, con un buen culo. Años más tarde, en la universidad, la reencontré en una fiesta. Fornicamos. Salimos durante algunas semanas, la mandé a la verga por obsesiva y extremadamente celosa. Pero gracias a está aventura sexual puedo contar lo que sigue:
Stoneface tuvo un hermano. Una tarde de su niñez regresaban de jugar maquinas. Inocentes y esperanzadores, el hermano conversaba de una manera animada. Tras pronunciar la palabra "Éxtasis" una bala le destrozó el cerebro. ...Un par de judiciales borrachos iniciaron una balacera en contra de policías de otro departamento. La gente corrió en pos de un refugio. Stoneface no lo hizo. Permaneció inmóvil, observando el cuerpo de un ser con el que compartió ocho años de su vida. La sangre fluyó sin diques y en los labios del hermano de Stoneface la palabra "Éxtasis" se volvió perpetua.
...Desde ese instante Lamberto padeció un trauma que, al pasar unos cuantos años, entorpecería su desarrollo personal de una manera irrevocable... Ya sabrán porque escribo esto... Aquello que sufrió Stoneface es una especie de Verbofobia: terror ante la pronunciación de la palabra "Éxtasis".
Fobia: Según el psicoanálisis, el mecanismo causal de está neurosis es un conflicto inconsciente.
Monique y Stoneface fueron novios. Una noche de verano rompieron sus virginidades: él le reveló todos sus secretos y ella, prudente o egoísta, decidió no hacer lo mismo. Se respetaron, compartieron risas y se amaron demasiado... por un tiempo. Al quinto mes la inseguridad de Monique y la coquetería de Stoneface se enfrentaron a navajazos: su amor se fue a la mierda.
...Un sábado él asistió a una fiesta sin decirle nada a ella. Se emborrachó y manoseó a una señora. Al día siguiente Monique se enteró de ello. Con la noche brincando hacia la Ciudad de México, ella determinó ir a su casa a reclamarle. Hablaron. Discutieron. En el paroxismo de su molestia Stoneface la llamó "Piruja". Monique frunció el gesto, al instante decidió comprobar algo que dudaba fuera importante. Masculló "Éxtasis". Lo repitió. Y antes de la tercera vez, notando que Lamberto tenía el rostro rojo, el cuerpo rígido, los ojos saltones, recibió por parte de éste una bofetada. ...Stoneface cerró la puerta y Monique regresó a su hogar inventando una venganza.
Fobia: La conducta del fóbico está orientada a evitar la ansiedad apartándose del objeto o situación temida o a dirigirse hacia algo que sea tranquilizador.
El lunes ella llegó temprano a la escuela. Con el crudo sopor de la mañana, Monique les dijo esto a seis de sus amigas: "Les voy a dar cinco pesos a cada una si en la siguiente hora de clase vamos a un salón, entramos a media clase y gritamos, más fuerte cada vez, la palabra ¡Éxtasis! en diez ocasiones." "¿Por qué?" "Es una sorpresa. Ya verán lo que pasa." Aceptaron porque ella era una buena amiga... Y así fue. A las 8:15 A.M. siete viejas irrumpieron en la clase de psicología. Tímidas en un principio, al segundo intento (la palabra"Éxtasis" como una daga) ganaron confianza. Tres, cuatro, cinco veces. Nadie lo entendió hasta que las voces cesaron; un coro absurdo se sumergió en cada canal auditivo. Seis, siete veces "Éxtasis" violó un par de orejas. Ocho: Stoneface se había puesto de pie, sudó, los ojos desorbitados, las fosas nasales arañando aire, el pulso bravío, una erección dolorosa, miados y mierda manchando su pantalón. No pudo aullar "¡Basta!", tampoco cubrirse los oídos y entonar una canción. Simplemente dio un paso, recibió por novena vez tal grosería y supo que se volvería loco. "¿Cómo dejar de escuchar?" quizá Stoneface se preguntó antes de tomar una pluma y un lápiz. Los clavó profundamente en cada uno de sus oídos, esperando oír una melodía interminable con piano.

jueves, 9 de abril de 2009

Un rostro entre la multitud.

Para Eduardo Marín Medina, un loco en un mundo cuerdo.



12:07 P.M.
Despierto, otra vez.
Mi cuarto es minúsculo, claustrofobico. Mis pertenencias se muestran como pequeñas pirámides, aquí, allá. Y todas vestidas con polvo. Sé que en la calle el sol radia sin piedad, pero aquí dentro, en está casa enorme, el frío se ha adueñado de cada centímetro. El invierno es eterno.
Con pesadumbre me levanto del colchón que me ha abrazado casi toda mi vida. Es tarde. Tomo cualquier prenda - ¿es importante cómo me vista hoy? -, mis tenis, una toalla y mi desodorante. Y salgo de mi cuarto descalzo.
El cuarto de mis padres y los de mis hermanos rodean el mío, algunos están abiertos y se pueden ver un sinfín de objetos desparramados en todas direcciones: cuadros, prendas, revistas, películas. El trayecto hacia el baño está plagado de otros tantos artículos, los cuales hacen sospechar que mucha gente vive en está casa. Yo no veo a nadie: quizá ya no vivan aquí.
En el baño el agua fría de la regadera me conforta un poco; el agua resbala hacia la coladera al igual que mi adolescencia. Me seco y me visto rápidamente. Al peinarme me encaro con el espejo roto que mi hermana rompió hace algunos días al sentirse fea. Mi reflejo me hiere los ojos. La piel morena de mi cara es arcilla que se diluye con el agua.
Recuerdo que debo recoger de los tendederos la playera que lavé anoche. Subo a la azotea, tomo mi prenda y bajo ese sol implacable experimento una gran tristeza. Permanezco inmóvil durante algunos segundos. Miro la distancia y deseo estar en otro lugar...
En mi cuarto otra vez, relleno mi mochila con los cuadernos que necesitaré hoy en la escuela. Al último guardo "La insoportable levedad del ser" de Milán Kundera, sabiendo que mi educación es lo único que me sacará de estas catacumbas.
Junto a un billete hay una nota de mi madre que me pide que le guarde el cambio (algo que no haré), y todo ello sobre la mesa del comedor, la cual, como siempre, está cubierta de platos y vasos sucios, botellas abiertas y fruta podrida. Me sirvo un poco de la bazofia que se preparó ayer, tomo un refresco del refrigerador y una gelatina. Antes de sentarme a comer enciendo el reproductor musical y pongo música clásica, una llamada "Claro de luna" de Beethoven y me recuerda a una chica que alguna vez amé. Como con una tranquilidad que no debería tener: mis clases comienzan en media hora. El piso de la sala y de la cocina están sucios, las cortinas están bajadas y no sé si fue mi hermano más pequeño el que derramó una bolsa de sal en el piso sin levantarla. El fregadero mantiene un caos de trastes sucios. Echo los míos y no los lavo porque prefiero gastar mi tiempo en cosas más estúpidas.
Me lavo los dientes, hago del baño, me despido del perro en el patio y salgo de mi casa sin cerrar la puerta con llave. Afuera, en un mundo aún más desolador que el mío, la gente trabaja, grita, camina apresurada. Los vecinos atesoran frente a sus viviendas autos empolvados. No sólo una o dos, seis casas a lo largo de la calle aullan con música norteña, con cumbias o con algunos de esos nuevos géneros que laceran mis oídos. Los hombres se detienen bajo la sombra y ríen entre ellos rascándose la panza. Los niños corren diciendo groserías mientras sus madres platican con otras sobre lo que no les incumbe. Yo camino rápidamente como si quisiera escapar.
Cruzo a un lado de una vinatería, donde algunos teporochos, tanto recargados en la pared o sentados en la banqueta, se burlan de la muerte.
No tardo en llegar a la parada del autobús. Un par de hombres trajeados y otros estudiantes esperan el transporte junto a mí. Y mientras sucede un dolor surge en mi pecho y se extiende por todo mi cuerpo. Cierro los ojos, aprieto los puños:
¡¡No quiero perder mi rostro entre la multitud!!
Cuando me doy cuenta el autobús llega y se va. Me deja atrás, perdiéndose en una lejanía borrosa. Sin remedio comienzo a caminar. Me vuelvo rápido, me extiendo por una avenida rota y grafiteada. Bajo las banquetas hay bolsas de basura y las copas de los árboles están inclinadas. Personas y más personas salen a mi paso y aunque busco una diferencia entre ellos, no la encuentro. A todos veo, pero nadie me ve. Tal vez me he vuelto una sombra, lentamente pierdo mi humanidad. ¡Y no quiero perderla!
La escuela no está muy lejos. Pronto rebaso a jóvenes con mochila. Aparecen papelerías y cafés internet, al igual que bares, billares y centros de videojuegos; locales donde los adolescentes se aman y se odian en secreto.
El plantel está al otro lado de la avenida. Subo un puente peatonal y miro al cielo. El cielo es gris y sin nubes, pero por un instante se torna azul. Tan azul como mis bisabuelos lo conocieron siempre. Observo la entrada a mi escuela y los estudiantes alrededor y al presenciar el barullo que producen éstos me siento mucho más solo. Bajo las escaleras como si descendiera al infierno, lentamente. Y ya abajo, a unos metros del acceso, encuentro una pluma tirada en el piso. La recojo y la observo con dureza. La empuño violentamente y antes de cruzar las puertas que he cruzado mil veces y quizá ya no cruce más, tengo miedo de perder mi rostro entre la multitud.