jueves, 10 de julio de 2014

Chica del piano/magnetismo blanco (1)



Escuchando el piano que toca la chica de arriba despierto todos los días. Al comienzo me molestaba por interrumpirme el sueño aunque es más cómodo que despertar con la alarma de celular. No llevo mucho tiempo viviendo aquí. Pude haber rentado en una zona más cara y exclusiva, pero me gusta la avenida por la vista de la ciudad, además de que el dueño del edificio, que atiende una tienda de conveniencia en la planta baja —arriba está mi departamento— es un señor que me agradó desde el primer momento.
No puedo hablar de "música favorita", pues no he escuchado música a lo largo de mi vida por decisión mía o por gusto. Claro, no se puede negar que en el transporte público, en la escuela, en las calles, con el doctor, en la tele, en el super, en todos lados siempre hay música. Tampoco niego que me sé algunas canciones: esas que en todas fiestas, reuniones o tomando se cantan. Pero no le presto mucha atención a la música y crecí en un ambiente donde no fue costumbre escucharla, lo cual no significa que haya crecido en un ambiente disfuncional o carente de cosas, crecí de modo normal y sin complicaciones, El único recuerdo musical que conservo era cuando mi madre prendía el radio mientras me preparaba para llevarme a la escuela. 
Salgo poco de mi departamento, pues mi trabajo puedo hacerlo desde casa, con ayuda de una computadora. Así que escucho muy seguido a la chica de arriba que suena sobre todo las noches y un rato las mañanas. 
Un sábado saliendo del departamento, bajaba la estrechas escaleras rumbo a la calle y el sonido que venía de la puerta blanca provocó un magnetismo en mí. Cuando me dí cuenta ya estaba frente a su puerta tocando.


— Hola — me miraba aunque yo a ella no, su fleco le cubría los ojos — No te quedes en este estrecho pasillo.
— Yo sólo...
— Ven y siéntate — me lo dijo jalándome del brazo y sentándome en una silla
— Escucha por favor.  Apartó su fleco de la frente y sus dedos más que tocar, comenzaron a rozar las teclas veloz, muy veloz, y la piel se me erizó y al principio me dio miedo escuchar el sonido: sentí que mi respiración se volvía lenta y me faltaba el aliento. Pero no perdía atención a la música, era inevitable no desentenderse de ella cuando te genera un estupor —el miedo había pasado —. Ella parecía otra persona que la chica del fleco que me recibió, como si la música la poseyera, tanto a ella como a mi la música nos cambiaba, como si nos trasladáramos del segundo piso del edificio al ineterior de un mar violeta.
— ¿Qué tal estuvo? — me pregunta con una sonrisa de diversión, con una pequeña gota escurriéndole por el borde del rostro — ¿Es como subirse a la montaña rusa no?— señala con la mirada mis manos aferradas a la silla.
— (con risa nerviosa) Pues es difícil darte una respuesta, me sentí en otro lugar. 
— ¿Cómo era ese lugar?
— Mmm.. era como estar bajo el mar, uno de color violeta, había luz y calor, me gustaba el lugar. 
— ¿violeta? debe ser un lugar extraño. Perdón por meterte a escucharme, pero no me gusta tocar sola, me gusta que alguien más me escuche, es como hacer una fiesta y que nadie esté, no tiene sentido. Tu eres el vecino ¿cierto? Me presento, Luz.
— Yo soy Noa — Le dí la mano con nervios, pero me dio confianza como si fuera una conocida de hace mucho tiempo.
— Oye, por cierto, ¿Qué fue lo que tocaste?
Ella corrió hacia una pila de discos, buscando con prisa, no encontró y se metió a una habitación, salió con un disco que me entrego.
— Escúchalo cuando no tengas nada que hacer, dedícale tu tiempo sin escatimar. 
— ¿Cuándo lo necesitas?
— No muy pronto, tómate tu tiempo, a menos que pienses hacer una mudanza express de la noche a la mañana huyendo con mi disco. 
— No, no creo que pasé— riéndome — bueno, debo hacer algo— me voy acercando a la puerta y me despido ondeando la mano.
— ¡Hey Noa! —asomé mi cara por la puerta— si me escuchas sabes que puedes venir, cuando gustes, dejaré la puerta emparejada.