jueves, 9 de julio de 2015

Lo que he hecho por una mujer (4).

Yo no le miro las nalgas a las mujeres cuando van por la calle, tampoco espío escotes, les digo cosas groseras y sexuales al pasar a un lado o aprovecho tumultos para rozarlas con mi entrepierna. No. Yo soy respetuoso. Cuando una mujer me gusta la miro directo a los ojos, intentado que ella conozca todos mis sueños de una sola mirada. 
Sin embargo una vez si me volví un macho cabrio, un lepero que iba erecto a todas partes, y se ejercitaba a desmedida planeando una noche en donde mi victima llegara no sólo hasta el orgasmo, sino hasta la inconsciencia. Mi victima era esa chica de aspecto intelectual que al no saber su nombre bauticé con Tarde de niebla.
A Tarde de niebla le susurré cosas, le miré el trasero con descaro y una vez me puse detrás suyo para que sintiera toda mi virilidad. Vi pornografía para imaginarla a ella ahí, con un músculoso, con dos tipos, en una orgía. La pensé en bikini, amarrada, lubricada y necesitada de mí. Más allá de mis groserías nunca intercambiamos palabras, con miradas bastaba para que ella se enterara de todo el deseo que le tenía. Y en la Facultad de Filosofía y letras, donde nos cruzábamos, ella no se ofendió; en ese ambiente de respeto y comunión, Tarde de niebla parecía excitada ante mí.
Esa actitud no pude mantenerla, yo no quería ser así, pronto volví a mi timidez, el deseo se apaciguó y ella, como la niebla, una tarde se difuminó.