lunes, 25 de mayo de 2009

The ocean

Hasta ahora entendi la frase:
¡ahi viene la ola!

Seguro que hoy me desquito llorando;
te voy a sacar de mi con cada lágrima
Seguro que hoy si sueño con otro:
a besarlo y hacerle el amor como desee.
Seguro que te olvido con cada fruncir.
Te aseguro que existen los finales...
te juro que se odia y se ama al mismo tiempo:
creelo!!!

Y despues de todo ¿qué más puedo decir?:
¡Cuidado, ahi viene la ola... te arrastra y te deja tirado
esperando a que llegue otra!
¡Mucho cuidado con la ola que sacas del oceano!

domingo, 17 de mayo de 2009

La patética muerte del Capitán Meteoro. (Parte final)

...
- ¿"Superhéroe"? - murmura para sí y de una manera despectiva El Solitario Combatiente.
- Realmente muchas de las cosas que te he dicho son suposiciones e hipótesis, algunas fantasías... - prosigue Nocturno - ...La noticia de su muerte apareció en dos periódicos de poca importancia. Y gracias a ello supe el nombre de su madre y donde vivía. Un mes después del entierro me hice pasar por estudiante de periodismo y busqué entrevistarla. Al principio ella no aceptó. Y tras dos intentos más me abrió la puerta de su casa. Es una señora muy amable y religiosa. Quizá porque ya no tenía con quien hablar, habló conmigo. Durante seis sábados seguidos asistí a su casa para platicar de su hijo. Incluso me permitió pasar a su cuarto y al mirar todos los artilugios que había comprado para su lucha contra el crimen, me quedé fascinado. También, y con una tristeza bien contenida, la madre me enseñó el traje de Superhéroe de su hijo. Metí los dedos en los hoyos que hicieron las nueve balas y reafirmé mi propósito de ser un Superhéroe.
- Aja.- susurra El Solitario Combatiente, observando por enésima vez las paredes de metal de la caja enorme donde ambos están encerrados . De pronto se desespera porque sino encuentran pronto una forma de escape en una hora morirán por falta de aire.
- De hecho tampoco se llamaba "Capitán Meteoro".- revela Nocturno - No sé si tuvo un nombre. ¿Cual pudo haber sido? Le puse el primer nombre porque me sorprendió que hubiese sido capitán de tantos deportes en sus años estudiantiles. Y "Meteoro" por... En su cuarto descubrí un par de posters, la serie completa, una película y un par de figuras de acción de una caricatura de hace setenta años llamada "Meteoro". Creo que trataba de un piloto de carreras con superpoderes y su auto blanco que podía hablar, no lo sé muy bien...
- ¿Te convertiste en un "Superhéroe" por la patética muerte del Capitán Meteoro? - El Solitario Combatiente pregunta en tono de burla.
- ...Escribí un cuento sobre él. Aún no le he puesto nombre. Alguna noche te lo daré a leer... Si salimos de aquí, primeramente.- Nocturno sonríe. Mira fijamente a uno de sus aliados y le pregunta con cautela: - ¿Y cual fue la razón para que te convirtieras en Superhéroe?
El Solitario Combatiente está por responder algo, pero se arrepiente. Frunce el entrecejo y voltea a mirar hacia otra parte. Y con tal gesto da por terminada aquella platica.

sábado, 16 de mayo de 2009

La patética muerte del Capitán Meteoro. (Parte quinta)

...
El lugar donde se había parado se encontraba a la mitad de la calle Belisario Domínguez, a unos metros de la Plaza Garibaldi. Enfrente estaba una tienda abierta las 24 horas. Justo cuando Danny se asomó dos hombres estaban por entrar en dicho lugar. Buscaron entre sus ropas y cada uno extrajo una pistola. El metal brilló con demencia cuando ellos accedieron a la tienda de una manera furiosa. Danny Torrentera se lanzó hacia abajo de inmediato, pero la incertidumbre lo detuvo justo arriba de la puerta. "Está es una salida exclusivamente de reconocimiento: ¡No intervenir!" se dijo a si mismo y luego se preguntó: "¿Qué voy a hacer adentro? ¿Digo algo o atacó sin mediar palabra?... ¿Y si espero a que salgan y luego les caigo encima con patadas?... ¿Y si están golpeando a alguien o a punto de matarlo?" las dudas lo hicieron descender unos milímetros y después lo detuvieron. Flotó hacia la izquierda, regresó a arriba de la puerta y ya por último se movió un metro a la derecha. Nunca se había puesto a pensar que es lo que haría en su primer caso, por lo que esa noche sudó demasiado y su incertidumbre se volvió temor. "¡Tengo que ir!" afirmó para sus adentros y ya cuando se movía los rateros - dos jóvenes morenos, delgados e inexpertos - salieron de la tienda. Habían guardado sus armas y cuando Danny Torrentera cayó enfrente de ellos, ¡cuando una figura enorme, tan roja como el infierno y tan negra como el abismo, apareció frente a sus personas!, experimentaron un miedo tremebundo y permanecieron inmóviles. Danny esbozó media sonrisa y se dispuso a atacar.
Y ahí fue cuando lo mataron.
Como un rayo que viola los cielos, una bala abrió su espalda y le perforó un pulmón. El impacto del proyectil y la curiosidad hicieron que volteara hacia su atacante, que mirara directo a los ojos de la muerte.
En su indecisión Danny no se percató que había más personas alrededor. Era sábado y el centro de la Ciudad rebullía con gente que buscaba divertirse. Aquel par de rateros habían llegado en un auto que se encontraba unos metros adelante y en la acera contraria a la tienda. El conductor - más viejo que sus compañeros y con 2 entradas breves al penal de Santa Marta Acatitla - los esperaba con el motor encendido. Miró el espejo retrovisor y se percató de la extraña presencia de Danny. Intuyo lo que podía pasar y bajó del vehículo con un arma repleta de balas.
Danny recibió otro disparo, un tercero y un cuarto en el abdomen. El quinto le rompió un pequeño pedazo del corazón. El sexto, el séptimo y el octavo rindieron su aguante y lo hicieron caer hacia atrás. El último le destruyó el hombro izquierdo.
Los dos rateros inexpertos se deshicieron de su estupor cuando el tercero les gritó. Y corrieron. Danny trató de ponerse de pie, flotó unos centímetros y otra vez su cuerpo azotó en el suelo. La sangre se confundió con el rojo de su traje - por un momento pareció como si él sólo estuviese acostado y tratara de hacer abdominales sin lograrlo - y pronto formó un río.
Esa noche mis amigos y yo acabábamos de salir de un billar y nos dirigíamos a Garibaldi en busca de mariachis, para luego llevarle serenata a mi novia. Con los disparos la gente se agachó y trató de encontrar un refugio. Yo no. Siempre ha llamado mi atención la violencia, sin que yo realmente lo sea. Me sentí emocionado e intocable. Estaba en la banqueta opuesta y crucé de una manera resuelta. Al acercarme miré fijamente su rostro. Y de pronto Danny volteó. Y al mirarnos hubo una conexión. Al momento siguiente y como si atraparlos fuese lo más importante del mundo y yo también tuviera la responsabilidad de ello, él me señaló a los rateros. Los miré subiendo a su auto, cobardes, miedosos. Regresé con Danny y sus ojos ya no podían mirarme.
Me incliné y aunque sabía que estaba muerto le tomé el pulso. Los dedos de mi diestra se empaparon de sangre. Me levanté y observé la huida de los criminales, perdiéndose en el anonimato. Después cerré el puño y agaché la cabeza.
Vi el cadáver del Capitán Meteoro durante mucho tiempo, creo que aún lo sigo viendo. Y... Y ese es el motivo por el que me convertí en un Superhéroe.
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viernes, 15 de mayo de 2009

La patética muerte del Capitán Meteoro. (Parte cuarta)

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Aquel día, por primera vez en mucho tiempo, se despertó a las 10 de la mañana. Sin dar explicación alguna, no fue a trabajar ese día. Pasó la mayor parte del tiempo conversando con su madre. No salió a la calle para nada, inclusive no se asomó por la ventana o subió a la azotea. A las 10 de la noche, como era su rutina, madre e hijo se dieron las buenas noches y se dirigieron a sus habitaciones. Danny Torrentera apagó la luz rápidamente y se puso su traje en la oscuridad. Se acostó en su cama y cerró los ojos. Pasado un tiempo el reloj que llevaba escondido en su disfraz vibró y con ello supo que eran las 11. Se levantó y salió sigiloso de su cuarto. Se encaminó hacia la azotea. Volteó hacia donde dormía su madre todas las noches y no encontró luz bajo su puerta. Arriba sintió un viento gélido abrazar su cuerpo. Contempló los cielos - esa noche extrañamente despejados - por unos segundos. Entonces, como si fuese un Dios, y de una manera suave e imponente, comenzó a flotar. A una altura considerable, miró hacia abajo y sintió nostalgia al distinguir su hogar. Descendió en la azotea vecina y esperó.
Realmente Danny Torrentera no podía volar (si lo hubiese hecho sus movimientos hubieran sido mucho más rápidos y constantes). Podía flotar de manera vertical (en otros ángulos perdía concentración y equilibrio) y no por mucho tiempo (quizá - y por su condición física - podía durar en el aire 1 hora y media ó 2). Sus accionares en el aire no eran muy fluidos, era como estar sumergido en el agua.
Danny despegó otra vez y una cuadra adelante volvió a estacionarse en una azotea. Su primera salida era exclusivamente de reconocimiento. Evitaría los problemas a no ser que los que se presentaran fuesen sencillos de afrontar. Se elevó por los aires y se animó a recorrer más trayecto. En la siguiente colonia y entre tinacos, esperó de nuevo. Su madre y él vivían en la colonia Santa María la rivera. El centro histórico de la Ciudad se encontraba a escasos minutos de distancia; flotaría hasta el Zócalo y después regresaría. Se mantuvo flotando durante 5 minutos, evitando las ventanas iluminadas o las personas que por algún motivo estuviesen en sus azoteas a esas horas de la noche. Observó el mundo a sus pies, sintiéndose responsable por la seguridad de quien cruzara las calles en ese momento. Él tenía un don y un entrenamiento y pensaba ponerlo al servicio de quien en verdad lo necesitara. Su difunto padre, pero sobre todo su madre, le habían dicho desde siempre que si la gente, además de preocuparse por si misma y por sus familiares y por sus amigos, se preocupara por la seguridad, por la salud, por la vida de su vecino y éste hiciera lo mismo con el de a lado y así sucesivamente: nadie tendría miedo.
Nadie, ni siquiera él...
Danny Torrentera aterrizó en un edificio vetusto. Entre las sombras, sonrió. Se sintió ágil, emocionado, poderoso, enfundado en su traje rojo con negro. De pronto se puso en guardia y lanzó algunas patadas de karate y unos cuantos puñetazos de boxeo y rasgó el aire. Sonrió otra vez, tan libre, tan vivo; se aproximó al borde del edificio. Miró hacia abajo y una escena demudó su expresión.
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martes, 12 de mayo de 2009

La patética muerte del Capitán Meteoro. (Parte tercera)

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Lo segundo que planeó esa tarde de abril fue tener un disfraz.
No fue una decisión sencilla. Quería que el traje le infundiera temor a los criminales, pero a la vez confianza a los defendidos. Quería que fuese una armadura, pero también ligero y aerodinámico. De un material fácil de lavar, que las manchas de sangre que le cayesen se quitaran con una tallada. Quería un color serio, pero también tan llamativo que quien lo viese se deslumbrara. Hizo varios bocetos a lo largo de los años, aprendió a coser, pero nunca su mano terminó un disfraz. Algunos meses mantenía una idea, hasta que, viendo películas o comics o el Internet, cambiaba de parecer. Por fin, dos meses antes de presentarse como superhéroe, compró en un puesto de ropa usada una malla roja que le cubría el cuerpo hasta el cuello (abajo de ésta planeó ponerse espinilleras, concha, antebrazos y peto hechos de un metal ligero, pero resistente). En una tienda de comics consiguió una capucha y una capa (en una sola pieza) y ésta última podía cubrirle su enorme cuerpo hasta los tobillos. El material era cuero y de hecho ésta prenda formaba parte de un disfraz de Batman que la tienda llevaba años sin vender. La capucha presumía orejas puntiagudas, que Danny cortó con precisión. Para sus pies compró unas botas (nuevas y con casquillo) en una tienda militar. Amarrada a su cintura llevaría una bolsa minúscula donde guardaría un reloj, chicles y una pequeña agenda electrónica, además de un mapa del centro de la Ciudad(lugar que decidió volver su zona de vigilancia). Y como punto final cosió en su pecho, cerca del corazón, tres palabras que alguna vez significaron algo: Justicia. Esperanza. Libertad.
Lo tercero que planeó esa tarde de abril cuando tenía 8 años de edad fue ahorrar dinero.
Danny Torrentera fue un ser con una disciplina férrea. A pesar de sus impulsos infantiles, adolescentes, la mayoría de veces depositó las monedas y billetes que recibía en alcancías de barro que representaban figuras de superhéroes y que rompía cada año. Aunque los tuvo, sus objetos de diversión (comics, videojuegos, revistas pornográficas) fueron mínimos. Cada año, en cambio, se hacía con artilugios que podrían ayudarle en su futuro labor como superhéroe. En su casa, en su jardín, en su cuarto, debajo de su cama y dentro de una caja de seguridad, si alguien buscaba podía encontrar aparatos de ejercicios, una computadora demasiado potente, programas avanzados (sobre criminología, armas, mapas detallados de la Ciudad de México, técnicas de primeros auxilios, etc...); gafas negras blindadas, gafas de rayos infrarrojos, una pistola de láser, una pistola de balas 9 MM, un botiquín, herramientas para abrir puertas o metales pesados, algunos productos químicos para producir gases, un radio que atrapaba la frecuencia de la policía e incluso un insecto robot que podía servir de espía y reproducir audio y vídeo...
A pesar de la casa inmensa donde vivía, la familia de Danny Torrentera pertenecía a la clase media (los padres de su padre si habían alcanzado un gran escaño en la pirámide social, pero una de las tantas devaluaciones que México sufrió a finales del siglo veinte les arrebató casi todo). A pesar que su salario de medico era decente pudo juntar una gama de artilugios que casi cualquier luchador del crimen envidiaría. El dinero que no ahorró lo destinó a las necesidades que cualquier casa mexicana demandaba; y a su madre. Ella era el único ser vivo que ocupaba la mayoría de sus pensamientos. La mantuvo fuera de su decisión de ser superhéroe, ¡de su poder!, pero sabía que algún día tendría que decírselo. Era por ella que quería una Ciudad de México pacífica, era por ella que saldría cualquier cantidad de noches para lograr su objetivo.
Y luego de tanta espera, de decirse que aún no estaba listo cada que sentía las ganas imperiosas de comenzar su aventura, llegó otra tarde de abril. Tenía 30 años de edad y se conmemoraban 22 de haber descubierto su poder. Tenía entrenamiento, métodos, equipo y un disfraz. Pero sobre todo tenía ilusión, la ilusión de un niño de 8 años.
Y al llegar la noche el mundo conoció a otro Superhéroe.
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domingo, 10 de mayo de 2009

La patética muerte del Capitán Meteoro. (Parte segunda)

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Un año antes de terminar la carrera de medicina su padre murió. Danny Torrentera era hijo único y su madre era una anciana cuando sucedió aquello. Tenía pocos familiares y la mayoría de ellos vivían en el interior de la república. Su casa era muy grande (abarcaba tres terrenos). Con su padre enterrado y una herencia raquítica, él se volvió el único sustento. Afortunadamente 2 meses después de graduarse consiguió trabajo en un hospital. Tenía 23 años y desde entonces hasta los 30 sus días eran así: De lunes a viernes, de 8 a 2 de la tarde, trabajaba en un hospital del IMSS como medico general (su especialización era en cardiología, pero nunca pudo conseguir una plaza). Al salir del trabajo y de comer en su casa, iba a entrenarse. 2 horas en el arte marcial en turno y otra más en el gimnasio o nadando. El resto del día lo pasaba viendo televisión o películas junto a su madre. El sábado hacia más ejercicio y se empleaba en el mantenimiento de su casa. Todos los domingos iba a misa con su madre y luego la acompañaba al mercado. Si las amigas de ella o los vecinos no llegaban a visitarlos, iban al centro de Coyoacán o al quiosco Morisco para sentarse en una banca y comer helados, o en último caso utilizaban el último día de la semana para recorrer alguno de los museos que se encuentran en Chapultepec. Y las noches, todas las noches desde aquella tarde donde obtuvo un secreto, antes de apagar las luces, hizo planes. Muchos planes. Los cuales, poco tiempo después, escaparían hacia el cielo como globos llenos de helio.
Las personas que conocían a Danny Torrentera lo tildaban de buen hijo, responsable, trabajador, sano y deportista. Pero habían otras - sobre todo los más jóvenes y los hombres envidiosos - que lo llamaban a sus espaldas mandilón, gay, o incluso: incestuoso. Él estaba al tanto de ello y en vez de buscar una aclaración o iniciar una pelea, sonreía para sus adentros: ¡Que mejor que lo identificaran así! ¡Él necesitaba una identidad secreta!... ¿Pero para qué necesitarla?
Para...
Tenía 8 años, era una tarde de abril y corría por la azotea. Iba de aquí a allá tratando de elevar un papalote sin lograrlo. Quería verlo levantarse, que subiera poco a poco hasta convertirse en la primera estrella de la noche. De pronto llegó una ventisca y el papalote hizo como si quisiera irse. Subió unos metros, pero luego cayó en picada. Enredó su cola y su hilo en la esquina de uno de los tendederos de ropa. Danny aún no era tan alto como lo sería después. Trajo una silla y subió a ella, pero todavía el enredo estaba lejos de sus manos. Se aventuró con gran cuidado - siempre fue un ser responsable - a pararse en la barda. Una de sus manos se sujetó a la base de metal que sostenía los 4 tendederos, la otra comenzó a desatar. Aquella ventisca había traído consigo a un animal que representa como ningún otro lo que es la belleza: algo impactante y fugaz. La mariposa cruzó por enfrente de la cara de Danny. Sus alas se movieron lentas y suaves. Su bamboleo de arriba hacia abajo asemejaba una risa dulce e hipnotizante. Se alejó y regresó de nuevo. Y por tercera vez atravesó delante de esos ojos que no perdieron detalle alguno de su coquetería. Danny hizo un movimiento para atraparla y falló. La casa ya era vieja (se había edificado poco después del final de la revolución) y algunas piedras de la barda se aflojaron. Él se precipitó hacia la nada y en su viaje no experimentó vértigo o un miedo terrible. Se enojó demasiado consigo mismo. "Sabiendo que podía pasar esto ¿por qué me distraje?" alcanzó a preguntarse y apretó todos los músculos que pudo. Y un metro antes de que la desgracia entrara de lleno en su vida, sucedió el milagro.
Flotó.
Había cerrado los ojos y ahora los abría. No sólo sintió paz, también hubo una sensación extraña. Descendió con cuidado, quedando tirado boca arriba. Observó los cielos como si nunca los hubiera visto, las nubes que se deshacían con el viento y a aquella mariposa que moriría esa noche. Cuando se puso de pie revisó todo su cuerpo, tratando de encontrar algún moretón, alguna herida. Entero, se concentró para despertar. Pero de ahora en adelante siempre estaría despierto. Tardó unos minutos en aceptar lo que le había ocurrido. Hubiera tardado media hora más de no ser porque de pronto le entró el coraje. En vez de ir a contarle a sus padres lo que pasó o encerrarse en su cuarto para reflexionar sobre ello, se dirigió nuevamente a la azotea. Subió todos los escalones, dio todos los pasos sin turbación alguna. Tres metros antes tomó impulso. Escaló la silla, escaló la barda y dio un brinco. Esta vez no cerró los ojos. Su cara se puso roja, le dolieron los puños y el abdomen de tanto apretarlos y un par de venas se remarcaron en su cuello. Flotó metro y medio antes del piso y su descenso fue acelerado. No contento hizo un tercer intento y nuevamente volvió a quedar suspendido en los aires. Subió una cuarta vez a la azotea y esta vez no brincó. Pasó el crepúsculo y la primera hora de la noche caminando de un lado a otro y mirando el horizonte. A los 8 años de edad supo cual era su destino: sería un Superhéroe.
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sábado, 9 de mayo de 2009

Error

Llo te creo.

La patética muerte del Capitán Meteoro. (Parte inicial)

(Dedicado a Esteban Hernández, fundador de este blog y que, me parece, también quiere flotar sobre la Ciudad de México.)


Lo primero que planeó fue ejercitarse.
Durante 22 años se levantó a las 6 de la mañana, durante 6 días a la semana, para correr 30 minutos por el inmenso jardín. Media hora más la ocupaba en ejercicios varios que cambiaba cada día (desde abdominales y lagartijas hasta caminar con las manos y dar marometas hacia atrás). Con el tiempo fue adquiriendo aparatos de ejercicios y ya cuando cumplió 30 años de edad podía verse un gimnasio respetable en el patio de su casa.
No fue un muchacho sobresaliente en los estudios, sus calificaciones siempre eran 8 ó 7. Lo que de verdad le preocupaba, donde brillaba cual oro entre carbón, eran los deportes. Participó en cualquier equipo, en cualquier disciplina deportiva, que hubiese en las escuelas donde estudió. Un año perteneció al Judo, al siguiente estuvo en Basquetball, después en natación... Y en cada actividad cosechó medallas, impuso records, ayudó en gran manera para que su equipo alzara la copa del primer lugar. Y aquellos diplomas, ayudas monetarias y demás, los obtuvo en categoría juvenil y sólo en la Ciudad de México. Porque cuando llegaba una competencia a nivel nacional, incluso la posibilidad de representar a México en el extranjero, él, misteriosamente, se negaba a participar.
Él se llamaba Daniel... ¡Dani Torrentera! Y de los 10 a los 15 años estuvo practicando box en un gimnasio ubicado en Tepito (donde sabía que provenían los mejores boxeadores que había dado el país y por lo tanto: los mejores maestros). Lo dejó cuando un promotor, viendo su gran disposición para la violencia, trató de convencerlo para que entrara al circuito profesional. Luego entrenó Karate Do durante 11 años, entrando a escuelas a lo largo de toda la Ciudad de México, yéndose cuando los maestros comenzaban a halagarlo demasiado.
Danny Torrentera llegó a medir 1.85 C.M.. Era un ejemplo de musculatura armoniosa, agilidad y simpatía. Era agradable para cualquiera, un poco tímido y sus ojos cafés no podían mentir nunca. Tuvo algunas novias, nunca se involucró demasiado con ninguna de ellas; y al par, al trío de meses rompía la relación en turno aunque sintiera mucho dolor. Tuvo varios amigos: aunque siempre los evitaba, siempre terminaba junto a ellos. Y no sólo en la escuela o en el deporte, entre los vecinos de su calle, entre los pocos familiares que tenía, ¡entre la misma sociedad donde Danny era un punto focal pues representaba los anhelos y las aspiraciones de varios de ellos!, él se mantenía lejano, se marchaba temprano o permanecía en una esquina, como si siempre quisiera estar solo.
En el Karate llegó a cinta negra y ya no quiso más. Continuó estudiando técnicas de combate, cambiando de disciplina cada 6 meses, yendo desde el Muay Thai hasta el Lima Lama.
Estudiando medicina en Ciudad Universitaria fue campeón de fútbol a nivel universidades. Él fue portero, a pesar de su altura y corpulencia, mantenía una agilidad sin parangón. Un visor se acercó cuando su equipo celebraba la victoria, le ofreció una prueba en las fuerzas básicas de los pumas de la UNAM, le planteó un futuro rutilante, donde las edecanes, modelos y actrices caerían con facilidad en su cama; sería un poster en el cuarto de miles de niños, la imagen que aparecería en comerciales de televisión y propaganda diversa; miles de entrevistas y miles de billetes también, viajaría por el mundo, jugaría en Europa, llegaría a un mundial y... Antes de sus 8 años de edad y de esa tarde donde obtuvo un secreto, Dany Torrentera deseaba con ahínco ser futbolista profesional, ir con México a un Mundial y como capitán levantar la copa... ¡¡Como capitán!!... Su corazón se rompió un poco - algunos años después se rompería por completo - al dimitir la propuesta que el visor le había hecho. Se despidió torpemente y al regresar con sus compañeros permaneció sentado cuando ellos brincaban y gritaban una porra.
...

martes, 5 de mayo de 2009

No dormir, seguir soñando, no dormir, seguir

Una vez cada dos años llega el insomnio; sí, ataca desprevenidamente con moscos (dos por lo general), con patrullas a lo lejos que dan vueltas (al mismo lugar), perros quejumbrosos y excitados (siempre de la vecina del fondo) y cuetes o balazos que vienen de la esquina (donde esta la tienda de la ventanita).
Sí, a veces se acompaña (en días calurosos) de bochornos y posiciones incomodas o (en días fríos) de miembros congelados y espantosos hipos. Algunas veces el insomnio nos atormenta en forma de preguntas que nos hacen llorar (ese es el mejor de los casos, sabemos que después de llorar uno duerme plácidamente exprimido) y otras veces (las peores) con la mente en blanco que se aburre deslumbradamente con el foco.
El insomnio, bueno para los días de largas tareas he inspiración desorbitante, malo para las vacaciones inesperadas y desesperantes.
Llega a mediados de un ciclo, te hace recordar lo que no has hecho, contestar cuestionarios que en el proceso natural de descanso jamás contestarias y te hace visitar el baño mucho más de lo normal (es un buen diurético). Y se transforma, ¡imagínense!, se transforma en el más poderoso repelente de sueños e historias, a la vez, válgame la paradoja, que se vuelve en el boceador de historietas sin final más solicitado por los dedos y el escritor.
Así es, mi querido insomnio, te conviertes en un hacedor cuando deshaces. Como el arte: jamás terminas...
Y así me parece, que jamás terminare por dormirme y sin embargo cerraré los ojos, daré vueltas enrredándome en las cobijas y a las cuatro de la mañana despertaré y me hallaré dormida diciendomé...
-Mentirosa, tú lo que tenias eran ganas de escuchar a toda la noche, ordeña-silencios... ¡Despierta!
- ¡Que cruel, deja dormir!

domingo, 3 de mayo de 2009

El feliz abandono de Pierre Auguste Renoir. (2-2)

...Sin que nadie lo hubiese advertido un vagabundo se acercó lo suficiente para que su hedor los atacara. Era pequeño, barbudo, llevaba una mochila infantil en las espaldas y dos bolsas negras en la mano. Todo su ropaje o estaba mal remendado o roto, además de enlodado. No tenía muelas, sus ojos eran rojos y aunque tenía cuarenta años asemejaba sesenta. Quizá eran las drogas o el alcohol o su locura, pero parecía valiente. Capaz de enfrentarse solo a esos muchachos.
- ¡No hagan pendejadas! - dijo y Zyen, Natchios, Tikus y Macre permanecieron asombrados.
Diez segundos después lo ignoraron y Natchios continuó con su labor. Al verlo el vagabundo aumentó el tono de su voz:
- ¡¡Por eso la Ciudad está bien culera!!... ¡¡Viene cualquier pinche puto a pintar pendejadas!!
- ¡Calma a tu papá Zyen! - Macre le susurró a éste y esbozó una sonrisa.
- Vayase a su casa, Don. Lo han de estar buscando.- Tikus le dijo al vagabundo y su expresión era burlona.
- ¡¡Que me corres pendejo!! ¡Vete tú a chingar a tu madre! - y al notar que Natchios seguía con el aerosol en la mano, el vagabundo le gritó a los vecinos:- ¡¡¡Están pintando su pared!!! ¡¡Asomense siquiera!!
Pronto, en la casa de enfrente y en la planta alta una luz se prendió. Se asomó un hombre calvo, gordo y sin camisa que de inmediato reaccionó:
- ¡¡Que pedo, chavos!! ¡¡Les voy a aventar una patrulla!!
Zyen, el más prudente del grupo, tomó del brazo a Natchios para que se fueran. Natchios se resistió, se aproximó al vagabundo y aunque quería patearlo, sólo fintó.
El ruido en la madrugada hizo que una segunda luz se encendiera. Y luego una tercera y una cuarta. Y de la cuarta ventana una anciana con lentes enormes comenzó a gritar improperios:
- ¡¡Pinches pendejos!! ¡¡Que pinche educación tienen!! ¡¡Órale, a la verga!! ¡¡O llamo a una patrulla!!...
Macre se movió y los otros lo siguieron. A regañadientes Natchios fue tras ellos. Y al escuchar que el vagabundo seguía ofendiéndolos, ahogó un grito. Ninguno respondió a las groserías que recibieron. Natchios experimentó un gran enojo; no así los otros, que no tuvieron alguna emoción en particular, tal vez sólo vergüenza. Caminaron rápido, en silencio. Pasaron de una esquina a otra como intrusos. Y cuando el viento llegó para golpearles el cuerpo, consideraron que lo que hacían, sus gritos de auxilio en forma de grafitis, sus sueños en forma de dibujos, era necesario.
Tres calles después Natchios se quejó:
- ¡Pinche madre! ¡Ya iba acabar!... ¿Por qué se metió ese güey? ¡¿Qué le importaba?!...
- Tranquilo Natchios.- Zyen trató de calmarlo - Ahorita encontramos otro lugar.
- Habla que la Ciudad está culera, pero él no se baña. ¡Qué mamada es esa!
- Maldito teporocho.- murmuró Tikus con una sonrisa y se acomodó los anteojos que usaba desde la niñez.
- Ya le iba a dar unos patines por metiche.- Natchios se sintió mareado - ¡Como chingan la madre esos mugrosos! ¡No me gusta ni verlos!
- ¡Pero si son tu familia! - Macre se burló - En unos años vas a ser uno de ellos.
- ¡No mames!... ¡Primero puto antes que acabar como esos mugrosos! - el alcohol que había bebido hace un par de horas le produjo nauseas. Natchios carraspeó con fuerza y escupió dos veces sobre el contorno de su sombra. Luego mantuvo la cabeza agachada.
Accedieron a Eje Central Lázaro Cárdenas. La luces, si bien no muy potentes, eran lo suficiente para poner en evidencia las espinillas, la barba incipiente, de aquellos rostros que nunca habían recibido caricia alguna. (O al menos no desde que cumplieron los seis años.) En su mayoría las luces provenían de los establecimientos cerrados a esas horas. Eran centinelas que caían sin piedad sobre los cuerpos que se aproximaran. Sin embargo un tramo de cinco metros, dos calles antes de avenida Independencia, la cual corría en forma perpendicular a Eje Central, no tenía luz alguna. Incluso la luna, en cuarto creciente, se había parapetado tras las nubes. Y cuando esos muchachos se acercaron lo hicieron con un silencio apenas contenido. Tikus y Macre buscaron una tienda abierta a lo lejos. Zyen examinó con desprecio los pocos autos que pasaban a un lado de ellos. Y Natchios experimentó nuevamente el enfado al distinguir a un vagabundo, cubierto de pies a cabeza, durmiendo en el único escalón que subía a una zapatería.
- Miralo... - murmuró para sí y lo señaló.
A metro y medio y sin mediar palabra alguna, Natchios corrió. Corrió evocando al paria de hace unos momentos y trató de sentir ira. Y al no haberla el salto que dio casi no tuvo fuerza. Brincó sobre el torso del vagabundo una vez y luego cayó del otro lado. Y para detenerse apoyó una mano en la cortina de metal que mantenía cerrado aquel establecimiento. Clavó la mirada en el vagabundo y esperó con impaciencia que éste reaccionara. Sin embargo, tan borracho o drogado se encontraba, que continuó cubierto con su cobija.
- ¡¡Defiendete cabrón!! - Natchios frunció el entrecejo.
Los otros se detuvieron y tras asimilar lo que su amigo había hecho, sus bocas se volvieron sonrisas. A excepción de Zyen, que sintió preocupación.
- ¡Al menos asoma la cara! - Natchios ordenó, pero no obtuvo respuesta alguna.
Tikus extrajo su aerosol (color rojo) y grabó su apodo sobre la cobija negra. Y mientras lo hacía, Macre sonrió mucho más y Zyen, decepcionado, dijo apenas:
- Vámonos. ¿Para qué joder al que está bien pinche jodido? Jodamos a los que tienen dinero.
Tikus guardó su lata y extrajo su celular para grabar lo que había hecho. Macre lo jaló levemente del brazo para que se fueran, pero aquel se zafó y enfocó mejor.
Natchios, frustrado, cerró los puños y apoyó su pie derecho en el costado del vagabundo. Después empujó hacia adelante. Aquella figura bajó del escalón dando una vuelta y permaneció acostado boca abajo. La cobija dejó de taparlo y se descubrió porque todo ese tiempo no había reaccionado:
El hombre tenía la espalda abierta y alguien le había arrancado los pulmones. Estaba desnudo, amarrado de las manos y degollado.
Las expresiones de los cuatro muchachos se quebraron. A pesar que el miedo y el asco arribaron a su cuerpo, Tikus continuó videograbando.
- No mames.- masculló Macre para sí y emprendió la huida.
Los otros lo siguieron con un paso veloz. A los dos metros no aguantaron más y echaron a correr desaforados, como si fuesen culpables de aquel asesinato.

Media hora después se hallaban sentados en una parada de autobús. Natchios era el único que se encontraba de pie. Tenía las manos en los bolsillos del pantalón y su mirada estaba perdida en la lejanía de concreto y en las luces de la Ciudad. Los otros vieron el vídeo por sexta vez.
- ¿Quién lo habrá hecho? - Zyen preguntó cauteloso - ¿El narco?
- O más chido: ¿Un asesino serial? - propuso Macre.
Tikus, que sostenía el el celular y miraba las imagenes con los ojos entrecerrados, se percató de un detalle que le fascinó:
- ¿No se han dado cuenta? ...No tiene pies. ¡¡También le cortaron los pies!!


- Ya no salí por las noches. Rayé algunos cuadernos y algunas bancas, pero pronto me harté. ...Ese mundo se había acabado para mí... Ahora estoy tomando un curso de pintura en el Centro nacional de las artes. Estoy viendo el Impresionismo. En especial a alguien llamado Renua. Me gustaría pintar algún día como ese cabrón.
- ¿Quién? - Petunia le preguntó a su novio Ignacio Sopelana ("Nacho" para su familia, "Natchios" para sus amigos) y éste le respondió con una sonrisa:
- ¡Pieg August Renua!... Se escribe Pierre Auguste Renoir. Es francés.
- No lo conozco.- Petunia susurró apenada y se reacomodó sus nuevos anteojos.
- Conócelo por sus pinturas.- Ignacio Sopelana sacó su celular y al encenderlo el fondo de pantalla era una obra de dicho artista - Mira esa luz entre las hojas, las personas que bailan y que comen. Mira esa comunión, esa simpatía, ese feliz abandono.
Aquella pintura era "El baile en el Moulin de la Galette".

viernes, 1 de mayo de 2009

El feliz abandono de Pierre Auguste Renoir. (1-2)

Para Mario Navarrete, alias Zyen, porque a pesar de llevar una vida tan intensa en la preparatoria, con tantos amigos locos e irresponsables alrededor (uno de ellos era yo), acabó la escuela con buen promedio, en tres años, sin reprobar materia alguna y por supuesto: nunca supo como eran los examenes extraordinarios.




Se movieron como sombras. Ágiles, fugaces, hipnóticos. Las calles que cruzaron, si bien de día lucían vitales, trabajadoras y accesibles, de noche eran fauces con los dientes afilados. Tenían la una de la madrugada en el reloj, pero no sentían miedo sus corazones. A veces se escondían tras autos empolvados o tras los troncos de árboles frondosos. En otras ocasiones mostraban la cara y reían como locos. Pasaron de la colonia Ermita a la Miravalle y luego a la Portales. Y cada cierto tiempo, en alguna pared que no estuviera tan destruida, plasmaban sus nombres de batalla sintiéndose rebeldes. Zyen, Macre, Tikus y Natchios: cada uno de ellos con una pequeña mochila y dentro una o dos latas de aerosol.
Alto, delgado y con anteojos, Tikus escribió "Tikus" sobre una pared azul cielo. Cuando terminó dibujó un par de curvas que simularon ser unas nalgas.
- Esté es el culo de tu amiga.- dijo dirigiéndose a Zyen, quien fue el segundo en concluir su pinta.
- ¿De Tania? - y éste sonrió - Es más grande.
- ¡Pinche culo que se carga esa vieja! - comentó Macre.
- Me gustaría echarle aceite y que me bailara en tanga.- la sonrisa de Tikus se ensanchó.
- ¡Pinche chaqueto!... esa vieja ha de tener estrías.- pronunció Natchios de una manera distraida.
Zyen hizo más grandes las curvas de Tikus y éste dibujó unos genitales masculinos abajo. Los cuatro muchachos de diecinueve años rieron durante unos segundos; cada uno evocó alguna imagen que tenían de Tania Erika Medina y que les resultaba exitante.
- ¿Y ahora a dónde vamos? - preguntó Zyen y miró en rededor la silenciosa y oscura calle donde se encontraban.
- Hacia adelante.- anunció Natchios.
Caminaron abajo de la banqueta. Sus expresiones eran prepotentes y sus platicas trataban sobre amigos, grafitis y mujeres. Y aunque los consideraban gordos y lentos y más que preocupación sentían desprecio al verlos, se escondían al descubrir policías manejando patrullas.
Eran los primeros momentos del sábado y Zyen y Macre llevaban casi doce horas juntos. Iban en el mismo grupo en la preparatoria. A las dos de la tarde se vieron en la escuela y luego de que las clases acabaran y de cenar tacos afuera de una estación del metro, fueron a la casa de uno y luego a la del otro para dejar sus cuadernos y recoger sus aerosoles.
Natchios era alto, robusto y moreno y su cabello era chino, pero desde unos meses atrás llevaba dreadlocks. También, desde un par de semanas atrás buscaba que una chica llamada Petunia (pero apodada "Mil ojos" porque usaba lentes y tenía doce modelos distintos que se cambiaba diario) fuera su novia. Luego de las clases había ido a una fiesta en la colonia Nativitas, porque creía que ella también iría. Ante sus ausencia bebió tres caguamas completas y trató de besar a una quinceañera sin lograrlo.
Tikus llegó a su casa a las diez de la noche, cenó rápido e hizo la tarea de literatura mientras veía el noticiero. Recibió la llamada de Macre quince minutos antes de medianoche y salió a la calle cuando, a su parecer, sus padres dormían.
Macre usaba siempre gorra para esconder la incipiente calvicie que su padre le había heredado. Le gustaba la música electrónica y esa noche llevaba puesto sólo un audifono; con una oreja oía lo que sus amigos le decían, con la otra escuchaba "Midnight Madness" de los Chemical Brothers. Sin que nadie le hubiese dado el mando y sin queja alguna, los dirigió por el rumbo que le pareció mejor. Y a la mitad de una calle particularmente sucia, tuvo que detener su avanzada porque Natchios gritó:
- ¡Aquí!
Un muro de diez metros de longitud y casi tres de alto se presentó ante ellos. Era gris (en otros tiempos blanco), pertenecía a un terreno baldío y a excepción de una esquina, no tenía propaganda, ni grafitis, como si alguien lo hubiese preparado para ellos. De inmediato Zyen y Natchios tomaron sus lugares. Tikus observó con recelo las casas circundantes y Macre se ajustó el otro audifono y le subió a "Out Of Control" de los Chemical Brothers.
Natchios se distinguía de todos sus amigos grafiteros porque antes de plasmar únicamente su nombre en alguna superficie, prefería dibujar desiertos o playas, siempre nostálgicos, siempre solitarios. Y lo hacía utilizando el contraste negro con blanco. O en este caso: rojo con negro. Zyen, por su parte, delineó con excesivas curvas su apodo (más bien ya era su nombre. La única que no lo llamaba así era su madre. Ella le decía: Mario) y lo hizo de una manera tan rápida que pensó escribir otra cosa sin decidir qué.
- Parece el último dibujo del "Principito".- Tikus señaló lo que hacía Natchios.
Natchios había dibujado una estrella roja y y abajo una estrella de mar negra. Y con éste color y una curva, sugería una pequeña duna. Se disponía a crear un mar de sangre cuando oyó lo siguiente:
- ¡Dejen allí pinches chámacos!
...