viernes, 31 de julio de 2009

Ross y Matisse.

El sol empezó a desnudarse, toda su fealdad la recibí de lleno en el rostro. Limpié la tenue capa de sudor de mi frente (que sería mucho mayor en unas horas) y dije lo siguiente:
- El Cómic es el noveno arte. Lo defiendo porque lo conozco. Más allá del repetitivo género de superhéroes, existen tantas historias tan complejas y muy bien llevadas tanto en dibujo como en guión. No sé: "Neon genesis evangelion", "Ghost in the shell", las series de"Sandman", "La familia Burrón", "V de venganza", "Persépolis", "Operación Bolívar" son un buen ejemplo que el Cómic puede ser tan elevado y hermoso como cualquiera de las otras bellas artes. ...El Cómic es mirado por muchos como infantiloide y mediocre, algo que leer mientras se está en el baño y al final limpiarse el trasero con él; y ésto es culpa de los superhéroes. Hay historias inolvidables como "Batman: Año uno" o "Días de un futuro pasado" de los X-men, pero en su mayoría, sobre todo hoy en día, un Cómic de éstos muestra guionistas torpes y dibujantes que se copian entre si. Estoy harto de esas historias basura sobre Beta Ray Bill, Black Widow, Puppet Master, Linterna verde Kilowog, Capitan Marvel, Atom, Yellow Jacket, Spawn del futuro, Suture y demás; debería pasar algo distinto. Como matar a Flash y ya no revivirlo jamás... Quizás a ustedes no les importe, no sé... deberían acercarse a algún Cómic para entenderme. ...Hay un dibujante, más bien: me atrevo a decirlo: un ¡Pintor! llamado Alex Ross. Mirar su arte es descubrir como sería un Superhéroe si fuese real. Sus trazos, tan realistas y magníficos, atrapan tu mirada y te hacen pensar que existe una Ciudad Gótica, que si vas a Londres te encontrarás con todos los mutantes de Excalibur, que de pronto verás caminando entre los edificios a Giganta y detrás a la Mujer Maravilla con su lazo de la verdad. Si quieren les puedo prestar la serie llamada "Marvels" para que conozcan a Alex Ross. Ustedes deciden... " les decía a mis hermanos mientras caminábamos por la universidad.
Nos encontrábamos en Ciudad Universitaria, porque ellos estaban por inscribirse. No conocían el lugar y yo me presté para guiarlos. No había dormido en treinta horas, sin embargo me mostraba animado. Después del tramite de mis hermanos, recorrimos casi todas las facultades. Subimos al transporte gratuito y yo fui señalando cada edificio que cruzábamos. "Esa que se ve ahí es la torre de humanidades 2, la primera está enfrente de Medicina", "Allá está la casa Puma. La recuerdo porque mi amigo Eduardo Marín alias "El Borracho" siempre la visitaba para comprar una playera original del equipo de fútbol, pero nunca le alcanzaba el dinero", "Por está dirección se encuentra la zona cultural donde, cada que hay un concurso de cuento, entrego mi material... pero siempre pierdo" les contaba no sólo a mis hermanos también a las cuantas personas cercanas y que, novatas, buscaban una dirección.
- ¿Nunca nadie se ha aventado en esa fuente? - me preguntó mi hermano y señaló la que existe afuera de la Biblioteca Central.
Yo observaba los cambios que le habían hecho al lugar, esas piedras puntiagudas en vez del pasto y las bancas de ayer. Contesté con presunción:
- Yo iba a hacerlo.
- ¿Y por qué no? - me cuestionó mi hermana.
- Porque mi amigo Juan Manuel Arriaga no trajo la cámara de vídeo. Yo quiero que eso quedé para la posteridad. ...Sólo dejen que consiga la mía y lo hago.
- ¿Quieres tu cámara para hacer estupideces? - mi hermana me miró con desconfianza.
- ¡Para hacer muchas estupideces! ...Porque yo soy un imbécil, un hijo de perra que no sirve para nada, que no existe. Y haciendo niñerías e idioteces, al menos por un momento, llamaré la atención.
En el Metro, de regreso a la casa de mi madre, compré un libro sobre Heri Matisse y mis hermanos me miraron con desprecio e indiferencia.

martes, 28 de julio de 2009

Lichtesntein y Monet.

"¿Por qué un libro de un inolvidable y definitivo Amado Nervo es más barato que el de un pretencioso y gris Jorge Volpi? ¿Por qué cuesta más caro algo de Paulo Coelho que algo de Jorge Amado? ¿Por qué el precio es mayor si se trata de Dan Brown y menor si es William Golding? No entiendo, ¿entre más mediocridad es más caro el libro, entre más contemporáneo un autor más dinero debe recibir la editorial? Y ésto no sólo atañe a la literatura, no. He buscado libros de Roy Lichtenstein y lo pocos que encuentro son dañinos para mi bolsillo; su arte, aunque interesante, es menor. Mayores - ¡Y menores en el precio! - son los Rubens, los Caravaggio, los Rafael, los Goya." me preguntaba mientras buscaba entre los libros algo de Rodin, que desafortunadamente no hallé. El joven librero que me prometió un tomo no se veía por ningún lado. "La siguiente semana ya no voy a estar aquí, me van a cambiar" recordé que me dijo y me maldije por estarme despertando a las siete de la noche estos últimos días y por lo tanto no asistir a las citas que con ciertas personas he acordado.
- ¿Me puede pasar el de Monet? - le pedí al hombre moreno, chaparro, regordete y con la cara hinchada como si hubiese sido golpeada.
Anochecía y me encontraba dentro de la línea siete del Metro, la que corre de El Rosario a Barranca del muerto. Me senté para observar las obras de Claude Monet: "El Parlamento. Puesta de sol", "Impresión. Sol naciente" (de tal pintura viene la denominación para aquel movimiento nacido en Francia a finales del siglo XIX: El Impresionismo), su serie de "Ninfeas" y sobre todo: "El paseo. Mujer con sombrilla". En la estación Mixcoac levanté la mirada porque un hombre maduro se sentó frente a mí. Observé su altura, su calvicie, sus ojeras, su piel blanquecina, su vientre abultado... Vino a mi mente un vídeo que hace días presencié, donde un hombre con las mismas características, pero ucraniano, era agredido por tres muchachos. En las orillas de un bosque, después de recibir algunos martillazos en la cara (y tener la nariz doblada y la cara totalmente roja) caía al suelo. Y allí, mientras uno de los jóvenes videogrababa, los dos restantes, por turnos, le removían las entrañas con un desarmador y le rasgaban y le metían en una cuenca ocular otra punta filosa. El hombre, delirante y torpe, movía uno de sus brazos para apartar las armas... sin lograrlo.
Bajé en la siguiente estación y caminé en la noche - ¡Una noche fría y distante! - por las colonias "8 de agosto" y "San Pedro de los pinos" en busca de problemas. Sin embargo, los únicos problemas que tengo están en mi cabeza.

jueves, 23 de julio de 2009

Maleki y Chagall.

"Imán Maleki es un pintor iraní nacido en el 78, es quizá el pintor realista más importante del mundo en la actualidad. Pero a pesar de su realismo hay cierta poesía en sus cuadros. "Deseo..." es una de sus obras más representativas, en ella podemos ver a una niña que sueña con ver el sol..." pensaba esto mientras escogía las películas que compraría. Me encontraba en el tianguis de Tepito, después de un par de meses de ausencia. El puesto es grande y presume filmes que difícilmente se encontrarán en cualquier otro (a no ser, claro, de lugares especializados donde las películas son originales y mucho más caras). Escogí "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos", "Infierno en Bangkok", "El tigre y la nieve", "Brasil", "Las flores del cerezo", "Especial de navidad de Charlie Brown" y uno de esos vídeos clandestinos donde violan, desmiembran y asesinan a muchachos bolivianos. Quise comprar otros filmes, mexicanos sobre todo, pero me sentí apabullado por la mirada de la chica que atiende el puesto. Desde aquella vez que - como acostumbro con todas las personas que cruzan su camino con el mío - la miré de lleno a los ojos, ella abre mucho los suyos cada que aparezco.
- Gracias.- musité y ella me sonrió.
Y al marcharme pensé desesperado: "Tengo que ver muchas cosas. ¡Tengo que verlo todo!".
Una hora después me hallaba en la estación del Metro Barranca del muerto, frente a la pequeña librería que se ubica antes de descender a los andenes. Escogí el último libro que había sobre Marc Chagall y esperando encontrar otro artista antes que éste ruso, le pregunté al dependiente:
- ¿Ya no tienes a Rodin?
- No, ya se me acabó.
- ¿Y ya no lo vas a tener otra vez?
- ...No creo. ...Lo que pasa es que ya se acabaron, ya ni en la bodega hay.- el dependiente, que ya me reconoce, miró el comic que siempre lee ("La guerra civil" de Marvel) cuando no esta atendiendo y me prometió: - ...Pero creo que te lo puedo conseguir... Sí, ven otro día por Rodin.
- ¿Cuándo?
- ¿Qué te parece el viernes?
- ¡Es un trato!
Bajé por las escaleras eléctricas mirando la portada del libro, donde se ve "Los casados de la torre Eiffel" y por alguna razón recordé a una amiga de la Facultad llamada Valeria. Vino a mí su belleza discreta, su forma de reír, su desparpajo y su gran animosidad. Y me di cuenta que me ha gustado desde siempre, que estando cerca de ella nunca me sentiré deprimido: ¿Quién podrá enojarse mirando a una chica sonreír así? Recordé, también, la vez que en una clase de actuación le miré la espalda desnuda (tan frágil y tan limpia) y la parte trasera de su sostén negro. Transitaba por el andén y padecí una erección. La cubrí torpemente con mi libro de Marc Chagall, sin embargo una señora robusta y guapa, que iba en dirección contraria a la mía, notó lo que me había pasado. ...Nos miramos... Sentí un dolor en el pecho y ya no pude seguir caminando. La señora me rebasó y volteó a verme como si estuviera loco. Y quizá si lo sea.
Estoy loco ¡¡Y esta es mi locura!!

domingo, 19 de julio de 2009

Siqueiros y Warhol.

Salí del Metro Bellas Artes justo cuando dejó de llover. Algunos muchachos morenos y chaparros vendían paraguas, un anciano realizaba retratos a lápiz y allá, lejos, la policía montada no miraba hacia abajo. Entre la multitud sentí que no tenía un rostro, agaché la cabeza para que nadie mirara mis ojos.
El Palacio de Bellas Artes, inexpugnable y fastuoso, me recordó lo pequeño que era, ¡Lo banal que son mis letras! Contemplé aquellas aristas y concavidades, los vitrales y las esculturas, cada esquina y cada arco. Miré las jardineras y las fuentes, los turistas que no se cansaban de sacar fotos y los tantos otros que pasaban a un lado, apresurados, rotos, sin mirar nada ni a nadie. Y entonces tuve miedo: He pasado cientos de veces frente a esta construcción, he visto un cortometraje que lo ensalza, que lo muestra por dentro; he leído sobre lo que se expone y lo que se le ofrece a cualquier visitante, aquí he ubicado algunas de las acciones de mis escritos, lo considero como el edificio más hermoso de la Ciudad, del país incluso, pero ¡Nunca he entrado al Palacio de Bellas Artes! "No debo morir sin visitarlo, admirar los murales de David Alfaro Siqueiros que se encuentran dentro" pensé esto a diez metros de la entrada, inmóvil y con la cabeza levantada.
Y de repente un muchacho se me acercó.
- ¿Me permites un momento? - me preguntó y noté su delgadez, su cabello despeinado, su piel morena y maltratada, pero sobre todo su fealdad. El muchacho prosiguió: - Sé que estoy feo, pero no te preocupes, no te voy a hacer nada.
Reí como no lo había hecho en el día y aquel sacó de una bolsa un muestrario hecho de tela donde exhibía veinte pulseras de colores variopintos y del mismo material.
- Yo las hago.- me presumió y de inmediato le contesté:
- No... - le mostré mis muñecas - Yo no uso eso, nada en el cuerpo. ...Lo único que quiero es ser libre.
El muchacho feo me miró como si fuese un extraterrestre y luego me propuso:
- Comprale una a tu novia.
Mis ojos se entrecerraron y con una voz cavernosa finalicé:
- No... tengo... novia...
- Bueno, ¡Gracias! - pronunció y de inmediato se acercó a otros posibles compradores.
Traté de recordar que es lo que hacía parado frente al Palacio de Bellas Artes, para que había salido al centro de la Ciudad, cuando escuché que aquel volvía a decir:
- Sé que estoy feo, pero no se preocupen, no les voy a hacer nada... Bueno, sólo darles un beso a cada una...
Solté una carcajada y le di la espalda al edificio que año con año se hunde cada vez más. Corrí hacia una librería, pensando en Marilyn Monroe repetida hasta el hartazgo y en colores tan vivos como molestos. Compré un libro sobre Andy Warhol y poco antes de que pagara, en un monitor que colgaba del techo, comenzó a reproducirse el videoclip más importante de la historia: "Thriller" de Michael Jackson. Me emocioné, pero no por la canción o por aquel baile inolvidable: Una adolescente de unos 18 años abrazaba por la espalda a su hermanito, ambos miraban embobados aquel vídeo y ella, al sonreír, detenía el tiempo con el fulgor de sus ojos azules. "Mirame... mirame... mirame..." deseé con fuerza al pasar a un lado de ella.
Salí de la librería. Y caminé por la calle Francisco I. Madero hasta el Zócalo, hasta la casa donde vivo, ¡Hasta la noche!, sin que nadie me mirara otra vez.

jueves, 16 de julio de 2009

Carrington y Rubens.

Hace unos días veía en Internet una foto de Leonora Carrington cuando era una jovencita. Vi otra donde estaba junto a Max Ernst (un pintor alemán surrealista). Y supe que tal hombre maduro fue su amante. Ella tenía diecinueve años cuando se fugó con él. ¿Debo envejecer para ser atractivo? ¿Siendo un intelectual llamaré la atención de las muchachas adineradas? ¿O tal vez no debería ser tan exigente y aceptar a la que venga para experimentar un primer noviazgo, un primer beso, una primera vez?... "Leonora Carrington, nacida en Inglaterra, pero enamorada de México, es una pintora de la que debo conocer mucho más, incluso conocerla en persona" pensaba esto al momento de comprar un libro sobre Peter Paulus Rubens. Caminé, con mi paso tranquilo y decidido, por avenida Revolución, al sur de la Ciudad de México. El atardecer me dotó de belleza y amabilidad. Quise sonreírle a todo el mundo, pero temí que alguien se burlara de mí. Observé las aceras, las calles que se sucedían limpias y tranquilas, atento... atento... Contemplé las estructuras de los edificios de negocios, los de viviendas, la cúpula de una iglesia, atento... atento... Miré con detenimiento los autos estacionados, las ventanas de algunas casas, las personas que me rebasaban con indiferencia...
...Algún día volveré a encontrarte, algún día todo cambiará...
Y de repente me encontré a mi gran amigo Jorge Mora, alias "Ace". Venía del trabajo y sonrió al descubrirme.
- ¿A donde vas? - me preguntó.
- A donde sea.- le contesté en un susurro - ¿Y tú?
- A mi casa.
En vez de tomar un transporte decidimos caminar. Lo hicimos durante veinte minutos, hablando de otros lugares, otras personas, otros tiempos más ideales para ambos.
- Hay veces que quiero ir a visitarlos a todos ustedes, pero pienso que tal vez ya no vivan en el mismo lugar. O ustedes no me reconozcan. Una tarde iba ir por Pallares, por el "Pepeluche" y por ti para ir a jugar fútbol en el deportivo aledaño a la prepa.- le platiqué, emocionado de ver otra vez su cara.
- Pallares se fue de mojado. A Washington.- "Ace" me informó con cierta nostalgia.- ...Y ya no va a regresar.
- Shit.- susurré apenas.
- ...Y ¿Tú que haces? - Jorge mora evitaba mirarme el rostro, sólo veía hacia el frente.
- Estoy en Ciudad Universitaria estudiando Letras. Pero a veces me aburro. Quiero otra cosa, algo más intenso. - mis ojos se llenaron de rencor - Pedí mi cambio para Teatro, pero no me lo dieron. Entré a algunas clases como oyente y me di cuenta que no tengo gracia. Mis amigos de teatro cantan, bailan, son muy inocentes y simpáticos, pero yo soy una piedra filosa.
Aquel chico testarudo, grosero, trepidante, había cambiado. Ahora Jorge Mora se presentaba ante mí mucho más centrado, más maduro, más convencional en sus gustos y en sus actuares. Chocó su puño con el mío en una avenida y cuando lo vi alejarse me maldije por no haberle preguntado que era de su vida.
Y cuando apareció un microbús, sin ver a donde se dirigía, decidí abordarlo: bajé al anochecer en las periferias de la estación Observatorio del Metro.

miércoles, 15 de julio de 2009

Renoir y Modigliani.

Hace un mes compré un libro sobre Pierre Auguste Renoir, pintor impresionista francés, porque un cuadro suyo desde hace algunos meses me mantiene hipnotizado. El cuadro es "El baile en el Moulin de la Galette" y al contemplarlo me inspiré para crear un pequeño relato que vendrá en un novela que llamaré "Días de juventud", que tratará sobre los amigos que alguna vez tuve y que por el momento he suspendido (la retomaré en dos semanas). Tal cuadro, también, me motivo para escribir una novela corta sobre una niña y un crimen, que terminé en un mes y que ahora paso a la computadora. La llamó "La luz entre las hojas" y me di cuenta que a pesar que busque temas cándidos, tiernos, esperanzadores para mis escritos, siempre termino abrazado a la Fatalidad.
Evito el sol para caminar por la sombra.
Hoy salí a la Ciudad en busca de un libro sobre Amedeo Modigliani. Al tenerlo en mis manos y observar "El retrato de Jeanne Hébuterne (sentada en una silla)" decidí vagar por el Metro. Pasé por las estaciones "Chabacano", "Zapata", "Puebla". De "Pantitlán" fui hasta "Mixcoac". De "Ciudad Universitaria" llegué hasta "Canal de San Juan". De "Zaragoza" me dirigí a "Tacubaya". De "Bellas Artes" viajé hasta "Oceanía". Siempre en espera de que pasara algo, de tener mucha más experiencia y así ser más viejo y así estar mucho más lejano. ...Pero no pasó nada, ¡Nunca me pasa nada!
Estoy escribiendo un cuento sobre una quinceañera y todo lo que vive en su celebración (desde que abre los ojos en la mañana hasta la madrugada); el cual he llamado "Una nube al borde del cielo". La acción la he ubicado en una zona de la Ciudad de México tildada como violenta y que según los dirigentes de la delegación donde se encuentra, es el barrio más grande de América latina tanto en extensión como en pobladores: La Agrícola Oriental. Bajé en la estación del Metro del mismo nombre para recorrer y reconocer el sitio que describiré en un papel. Llevaba mi libro de Modigliani bajo el brazo y las manos metidas en los bolsillos de mi chamarra negra. Anochecía y mi paso, más que lento, era contemplativo. Buscaba una iglesia - que es necesaria para la trama de mi cuento - y tan sólo cruzar las primeras dos calles, atravesando para llegar a la tercera, un taxi avanzó en reversa contra mí. Me enojé y le solté un puñetazo a la cajuela. El taxista - que en un principio iba pasar de largo, pero se arrepintió y dobló en la esquina - me dijo lo siguiente:
- ¡¿Qué te pasa ?! ¡¡No ves que estoy dando la vuelta!!
A lo que contesté:
- ¡¿Qué te pasa a ti, mierda?!... - y sin dudarlo, añadí: - ¡¡Bájate!!
El taxista aminoró la marcha. Afilé mi mirada y volví mis manos puños. Preparaba mis piernas para volverlas látigos cuando el taxista reflexionó, susurró algo que no entendí y se marchó. Y yo volví a gritarle:
- ¡¡Regresa aquí, imbécil!!
Cuando salgo a la Ciudad nadie sabe a donde me dirijo; No llevo conmigo reloj o cadenas o cartera o una identificación, no tengo celular y mucho menos la credencial de elector (lo único en mis bolsas son dos llaves, algún dinero, una pluma y un papel). Si aquel taxista hubiese llevado una pistola o hubiera regresado a su casa para traerla o en busca de algunos amigos mucho más violentos, quizá yo terminaría desangrado bajo una banqueta, muerto de cara al cielo nublado. Y cuando alguien recojiera mi cuerpo y llenara un informe me llamaría "Desconocido". Sería enterrado en una fosa común porque nadie me identificaría. ¡¡Nadie nunca me reclamaría como suyo!! ...A veces pienso que ese será mi final, el mejor que puedo tener.
Y pensando en esto y como mi costumbre: me adentré a una calle solitaria y oscura. En la acera contraria había una fabrica en desuso; las casas al otro lado, a pesar de su buen aspecto, parecían abandonadas. Y además de mí sólo había un joven, que caminaba diez metros adelante. Mi paso no varió en su calma y contemplación; y tal vez por ésto cuando aquel muchacho volteó hacia atrás y me descubrió, se alteró. Miró algunas veces hacia mí, tratando de reconocerme. Por fin se detuvo y esperó a que lo alcanzara. Sus ojos fueron inquisidores y los míos no dejaron de mirarlo. Pasé a centímetros de su cuerpo alto, delgado, vestido con ropas holgadas y gorra. Tenía un plumón en la mano (seguro que era grafitero) y olía a mariguana. Volteé a verlo con el rostro irritado y la ceja derecha levantada. Seguí caminando suavemente y él me siguió de igual manera. "Sólo dime algo, lanza el primer el golpe, ¡Dame un pretexto para reventarte los codos y hundirte la nariz!" pensé y estuve atento a su sombra. Luego de tres minutos en un silencio tenso arribamos a una avenida. Y la luz, una niña que arreglaba su bicicleta y una tienda con maquinas, nos separaron. Aquel joven drogado, de aspecto agresivo, quedó atrás. No tan atrás como mi niñez tímida y maltratada, como mi cuerpo golpeado y mi voz chillona.
De repente comenzó a lloviznar, pero aún así mi paso continuó inmutable, suave y contemplativo.

domingo, 12 de julio de 2009

Humo entre los dedos. (Parte final)

...
¿Cómo lo hacía?
Armando Cano vestía con ropa deportiva negra o azul marina cuando iba a robar. Cubría su rostro con una máscara antigás de uso exclusivo del ejercito (y sobre todo para una posible guerra bacteriológica) y que había comprado en un tianguis de chacharas ubicado en Santa Martha Acatitla. Las primeras tres veces llevó puesta una gorra, pero la extravió luego de salir de una tienda de videojuegos y echar a correr. Y por último cargaba un morral negro donde, además de esconder los pequeños objetos que robaba y su máscara antigás, transportaba sus gases.
Con muy poca inversión, incluso con productos del hogar, producía gases muy profusos o lacrimógenos. Antes de acceder a la tienda en cuestión lanzaba las pequeñas latas y cuando explotaban entraba y cerraba la puerta de inmediato. Si había policía lo desarmaba después de pegarle en la cabeza. Un día antes del atraco se aparecía para observar el lugar e identificar lo que robaría. Así, entre humo y clientes que lloraban, miraba el camino sin que de verdad lo hiciera. Y tras el robo corría desesperado si veía gente en la avenida o de lo contrario su paso sólo era veloz, hasta llegar a una esquina y pedir un taxi.
Aquel sábado al atardecer pensó robar unas zapatillas de fútbol. Le gustaba ver cualquier partido de fútbol y era un jugador prominente en los videojuegos, pero era muy torpe e iracundo al practicar dicho deporte. Quería aquellos tenis no sólo para vendérselos a uno de sus amigos, también porque en la tienda había una dependienta, que además de guapa, poseía unos senos enormes. Pensaba manosearla y apretarle los pezones durante diez segundos.
Y así lo hizo.
Armando Cano, alias Humo, tenía las zapatillas guardadas en el morral y le susurraba una obscenidad a la sumisa y a la vez excitada dependienta cuando escuchó que el vidrio de la puerta de entrada se rompía. Volteó y allí, difuminada por el humo, una figura oscura y enorme se acercaba.
Lo siguiente pasó muy rápido: Armando Cano, que nunca había participado en una pelea, ni siquiera intentó defenderse. La figura oscura y enorme no emitió ningún sonido, no titubeó en ningún momento como si aquello que hacía lo hubiese hecho una infinidad de veces. Lanzó tres patadas con la pierna derecha, fueron tan veloces, fuertes y precisas que en vez de tres movimientos pareció uno solo. Primero enterró la pierna en el abdomen; después, con una patada circular y pegando con el empeine, hizo voltear la cabeza a un lado; y ya por último barrió las piernas. Armando Cano, alias Humo, cayó sentado en el piso; su nariz sangró más cuando la figura oscura y enorme le arrancó con brutalidad la máscara antigás. Luego le arrebató el morral. Lo abrió y al notar que sólo llevaba las zapatillas de fútbol, permaneció inmóvil. Armando, ahogándose con la sangre y el gas lacrimógeno, no pudo distinguir el rostro de su atacante. Lo único que vio fueron sus ojos profundos y ofendidos. Al instante siguiente la figura oscura y enorme le aventó sus pertenencias en la cara y se marchó de allí.
A duras penas Armando Cano escapó de la tienda. Tomó un taxi, pero vomitó dentro y el taxista lo sacó a patadas. Trotó hacia su departamento con la ropa manchada de sudor, sangre y vomitada. Y al notar que las personas le abrían el paso mirándolo con asco, juró que si volvía a robar llevaría una pistola.

sábado, 11 de julio de 2009

Humo entre los dedos. (Parte inicial)

Esto es para mi primo Beto, porque cuando yo estaba por entrar a mi adolescencia y él por salir de la suya, y quizá intuyendo que yo no tenía dinero para comprarlos, me prestaba sus comics de Superman y de Batman. Y ahora, aunque ya casi no nos vemos y mucho menos nos hablamos (él tiene una familia y preocupaciones más importantes que hablar conmigo y yo no me acerco a él porque no quiero meterle ideas locas en la cabeza), yo le prestaría los tantos comics que tengo.



Humo: es como lo llamaban los policías de la delegación Tlalpan, donde había aparecido todas las veces. Era un ratero curioso, casi inocente, por lo que su presencia en los medios de comunicación era casi nula (Quizá, y gracias a su método criminal, en unos mese llegaría a las pantallas). Había hecho once robos durante casi cinco meses. Aparecía los sábados o los domingos en las tardes y sólo en tiendas ubicadas en la calzada Acoxpa, en el anillo Periférico o en la calzada de Tlalpan.
¿Quién era?
Se llamaba Armando Cano y tenía veintisiete años. Era delgado, alto y moreno y tenía los ojos tan juntos que parecía bizco. Había estudiado química en la UAM Xochimilco y después de cinco años se había graduado con 8.2 de promedio. Hasta el año pasado vivía con sus padres y sus dos hermanas menores (las cuales eran madres solteras). Ahora rentaba un departamento pequeño y discreto en la colonia Las peritas, a unas calles de la estación La noria del tren ligero. En su nueva dirección había hecho algunos amigos (de hecho en cualquier lugar donde se paraba simpatizaba de inmediato y sólo con hombres, pues las mujeres se alejaban pensando que era un misógino y que le apestaba la boca). Y cada viernes quincenal todos se dirigían a un table dance ubicado en el Centro de la Ciudad llamado "Vida salvaje" (donde Armando había hecho cierta amistad con una bailarina chilena que había venido a México soñando con ser actriz de telenovelas y que siempre escogía para que le danzara en privado). Y después, borrachos y cada uno sólo con un billete y unas cuantas monedas en la bolsa, iban con las prostitutas de la Merced.
Armando Cano trabajaba en un laboratorio que creaba cosméticos baratos. Él se encargaba de producir perfumes; los cuales eran vendidos a empresas que ponían anuncios rimbombantes en el periódico ("¡Gane 50 mil y trabaje desde su casa!", "¡Gane mucho dinero con actividades sencillas!", "¡Sea su propio jefe"!), llamando a cualquier incauto a sus oficinas y ya allí, tras una charla motivacional, los hacían comprar dichos artilugios prometiéndoles darles trabajo (y el gran sueldo) si los vendían después de un tiempo limitado.
¿Qué robaba?
Armando Cano había decidido estudiar química luego de que en la preparatoria llegó a sus manos un libro escrito hace muchos años. Era "El perfume" de Patrick Süskind y trataba sobre la vida de un asesino que no tiene olor propio, pero tiene el olfato más poderoso del mundo. Tal historia lo marcó profundamente. Y al igual que aquel antihéroe, planeó crear el perfume más atrayente de todos. Que al ponerse unas gotas en el cuello cualquier mujer lo tomara de la mano y ya no se quisiera soltar. Y para tal quimera, sus experimentos y el material, necesitaba mucho dinero. No era una persona ahorrativa; cada quincena perdía la mitad de su salario en prostitutas y teiboleras, y la otra mitad la gastaba en su nueva vivienda, y ya por fin lo que le sobraba lo invertía en su muy lejano sueño.
Él era un joven apasionado por el rock, los videojuegos y el fútbol. Al no tener dinero, pero si muchos deseos, decidió robar ciertas cosas para su diversión. En sus once robos sólo una vez vació la caja registradora (y es que su madre había sufrido un infarto y estaba internada en un hospital privado); las restantes ocasiones tomó de uno a diez objetos por vez: una consola de videojuegos, una guitarra eléctrica, un saxofón, un tocadiscos, cinco memorias que guardaban discografías completas de mil grupos distintos, un traje de realidad virtual, una chamarra de cuero, los guantes autografiados de un portero ya muerto llamado Adolfo Ríos, etc...
...

jueves, 9 de julio de 2009

Goya y Schiele.

Hoy caminaba por la Ciudad de México bajo una tarde tan caliente como mis puños.
Mi paso - ¡El paso de un ciclón! - me dirigió hacia la preparatoria donde dejé abandonada mi adolescencia (más bien: una chica se la robó). Era obvio que los recuerdos abrazarían mi cuerpo, que mis ojos se nublarían y que mi cabeza se caería de mis hombros... pero no lo permití. Fruncí el entrecejo y apreté los dientes. Si la chica de porte majestuoso en la acera contraria o el joven con la mirada felina que caminaba metros atrás mío o los novios que de pronto se peleaban, que de repente reían como niños y que estaban por rebasarme; me llamaban por mi nombre, yo me enojaba mucho más para que desaparecieran. Elizabeth Pérez Pérez, Mauricio Cuellar, Jessica Rosales y Ernesto Villaseñor no estaban allí... ¡Estaban muertos! Y a pesar que ya no deseaba permanecer más tiempo en tal lugar, mi caminar fue lento y contemplativo.
Compré un libro sobre Francisco Goya y otro sobre Egon Schiele, quedé prendido de "El 3 de mayo de 1808" (obra del primero) y de "La muerte y la muchacha" (obra de un austriaco que sólo vivió 28 años). Y entonces tomé una decisión: le romperé el cráneo con una patada al primer ratero que se cruce en mi camino.

jueves, 2 de julio de 2009

Degas y Munch.

Hoy caminaba por la Ciudad de México, bajo un atardecer tan gris como mi vida.
Mi paso solitario de pronto se halló dentro del metro y por delante mío una pareja de novios se sostenía de las manos de tal manera que parecía que si se soltaban el andén se partiría en dos. Eran jóvenes, tanto como algún día yo también lo fui (a veces creo que soy el muchacho más viejo de la tierra). La chica era delgada y llevaba puestas unas botas verdes que la hacían ver imponente. El novio era moreno, de cuerpo atlético. Y ambos llevaban mochilas como si estuviesen por iniciar un viaje (¡Que es el amor sino, antes que la muerte, el viaje más trepidante de todos!). De repente el suéter que el joven llevaba sujeto en la mochila se cayó. La novia se apresuró a levantarlo y al entregárselo le sonrió. Tal gesto de ternura hizo que mis ojos se entrecerraran y que mis manos se volvieran puños. Recordé a todas las chicas que alguna vez voltearon a verme, sus siluetas, sus cabellos, su juventud.
Amores pasados: ¡Que tristes, vetustos y quebrados se han vuelto!
Caminé lento para poder espiar a aquellos novios, aprecié la forma como se miraban, la forma de sus cuerpos, la forma de sus sombras. Y ellos en ningún momento supieron que un loco iba detrás.
Había comprado unos libros sobre Edgar Degas y Edvard Munch y los llevaba bajo el brazo. De pronto imaginé la vida cotidiana de éstos artistas, ¿Qué habrán sentido al caminar por el mundo? ¿Cuántas mujeres amaron en secreto? ¿Cuánta atención recibieron cuando eran jóvenes?
En una intersección del camino los novios perdieron presencia, sin remedio cayeron por un par de grietas. Y yo, el Extraño de la noche, el Loco en un mundo cuerdo, el Solitario combatiente, alcé mis libros para que la gente los mirara. Esperé que alguien, ¡quien fuese!, se acercara para hablar conmigo sobre Pintura, una de las artes que empiezo a conocer.
Sin embargo nadie me habló.