miércoles, 31 de diciembre de 2008

La velocidad de la noche 2.

Cada año leo poco más de cien libros (y esto también lo digo para presumir). He conocido otras épocas, he visto tantas personas y tantos países, he descubierto costumbres tan distintas a las mías. He experimentado un sinfín de sensaciones, he derramado sangre, he besado a mujeres inolvidables. He combatido en guerras, he viajado a otros planetas, me he plantado frente a seres extranormales... Y a pesar de todo ello hay algo que me falta vivir.
Después de tantos libros puedo decir que Stephen King me ha matado mil veces, Julio Verne me ha dicho que lo que un hombre imagina otro puedo hacerlo realidad y Marcel Proust me ha enseñado que lo más importante en la vida es el dolor. Máximo Gorki me ha hecho pensar que no importa cuan pequeño sea, puedo marcar la diferencia; Rosario Castellanos me ha hecho desear a las mujeres indómitas y William Golding me ha hecho deducir que el mundo destruye a quien es inocente. Irving Welsh me ha presentado al Desenfreno, Homero a la Belleza y Carmen Laforet a la Nostalgia... Y a pesar de todo ello hay algo que aún no conozco.
El librero grande y café de la casa de mi madre está por llenarse y al ver tantos libros señaló algunos trepidantes: "A sangre fría", "Trópico de capricornio"y "1984". Recomendaría sin dudar:
"Pimp. Memorias de un chulo." de Iceberg Slim, "Gabriela, clavo y canela" de Jorge Amado y "Crónicas marcianas" de Ray Bradbury. "Y retiemble en sus centros la tierra" de Gonzalo Celorio
me ha dado más razones para caminar por el centro histórico de la Ciudad, "El cantar de los nibelungos" me ha dado muchos más bríos para entrenar mis artes marciales e "Historia de dos ciudades" de Charles Dickens me ha hecho decidir esto: Algún día daré la vida por alguien... Y a pesar de todo ello hay algo que falta, algo que no me apacigua, algo que necesito experimentar...
He leído muchos textos, pero aún no el libro que cambie mi vida de forma radical... Y es por eso, entre otras cosas, que escribo un libro llamado "La velocidad de la noche".
Resumiré diciendo que yo, el solitario combatiente, el chico de los ojos misteriosos, escribo el libro que siempre quise leer.



El texto a continuación publicado es parte de los penúltimos capítulos de mi novela llamada "La velocidad de la noche". En tal capitulo dos de los tres protagonistas (Renzo Soberanes y Nicoletta Abiacef) sufren un problema en la fiesta de fin de año a la que asistieron (y que sucede en una colonia aledaña a avenida Paseo de la Reforma). Y deciden regresar al departamento donde viven justo cuando faltan algunos minutos para año nuevo.
Tal capitulo, el 39, es demasiado largo. Publicó una de la divisiones que tiene, la que escribí hace un par de meses y al hacerlo pensé mucho en una chica llamada Elena De la cruz Abrín.

Un ejercito de fuegos artificiales.

Alguna vez, en algún instante del tiempo, una muchacha con el cuerpo hecho de sueños y un joven con la fatalidad en los ojos, caminaron en busca de la trascendencia.
Ella, la noche en su vestido, miró la distancia y pensó en el mañana. Él, su corazón de pronto colérico, de pronto afligido, miró el perfil de su acompañante y deseó que el presente no se diluyera como el agua. La avenida - amplia, limpia, rutilante - se extendió callada y fría. El viento agitó el cabello de los árboles y limpió de basura el suelo que alguna vez pisó un emperador a caballo. Las sombras de semáforos, señalizaciones y edificios tiritaron gracias al frío de diciembre:
¡El año moriría esa noche!
Ella, su cuerpo hecho de sueños, cruzó sus brazos, aceleró el paso y mordió sus labios defendiéndose del viento. Pero aún así su pecho tembló. Y no sólo tembló por culpa del vehículo de la noche: el chico al que se había confiado, de repente, se había puesto la máscara de la infidelidad.
Él, semejante a una nube por su belleza y finura, pero también capaz de esconder rayos y desencadenar diluvios, se quitó la chamarra y se la acercó diciéndole:
- Pontela. Hace mucho frío.
Ella se negó de inmediato.
- Estoy bien así... - en su voz el cansancio pidió una cama.
- Te puedes enfermar.
- ¡Y eso a ti que te importa ! - al instante Ella se arrepintió de haber dicho eso.
Él, grácil por fuera, tan vehemente por dentro, dejó caer el brazo y la chamarra se arrastró. Se arrastraron también sus ojos: había mancillado la confianza que Ella sólo creó para Él. "¿Por qué la autodestrucción es de lo mejor que hacen los humanos?" se preguntó justo cuando ambos pasaron a lado de una fuente que sostenía a Diana, la Diosa de la caza, y que con su arco apuntaba hacia el cielo de la inmortalidad.
"¿Por qué las mujeres se enamoran de hombres que las hacen sufrir?" pensó Ella y la tristeza apretó sus ojos hasta que un par de lágrimas danzaron por sus mejillas.
De pronto, como en un ensueño, magnificando aún más la avenida más hermosa de una Ciudad trepidante, ¡Avenida Reforma!, hubo un terremoto en el cielo. Muerto un año, el otro llegó acompañado de un ejercito de luces. Los fuegos artificiales vivificaron la mirada de Ella. Lentamente tomó la chamarra y antes que se la pusiera él reaccionó.
- Perdoname por todo.- susurró y se detuvo frente a Ella, le acomodó la chamarra al cuerpo y después ambos continuaron caminando en silencio.
...Alguna vez, en algún instante del tiempo, atravesando una Ciudad trepidante, una muchacha con el cuerpo hecho de sueños, y un joven con la fatalidad en los ojos; caminaron en busca de la trascendencia y el perdón. Y arriba, en el cielo de la inmortalidad, un concierto de fuegos artificiales anunció esto:

Todo puede cambiar para siempre.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Pariendo fantasias.

Teníamos dinero. A Eduardo Marín alias "El borracho", aunque se portaba como todo un adolescente - irresponsable, impulsivo, influenciable - sus padres, divorciados, le daban mucha pasta sin preocuparse demasiado en que lo gastaba. Mi tía me daba dinero, además que yo robaba; por lo que ese sábado teníamos billetes en los bolsillos y el mundo para nosotros.
Hicimos algunas estupideces antes de entrar a esa cafetería. Lloviznaba y era el crepúsculo en la Ciudad. Estábamos cerca de la estación del metro Chapultepec. Buscamos un lugar en la sección para no fumadores y nos sentamos. Pedimos limonada y alguna mierda demasiado grasosa para comer. Eramos los únicos en el local. Los empleados lavaban los pisos, los trastes y los baños. Había una mesera guapa que platicaba con otro empleado. Me fije en ella, pero no para empezar a coquetearle. Mientras Eduardo decía alguna idiotez relacionada con su limonada, yo reflexioné: Aquella mesera tenía algunos años más que nosotros y trabajaba para... a)Mantener a su familia. b)Tenía un hijo recién nacido, pero no un esposo. c)Costear sus estudios. d)Pensaba escribir un libro sobre relatos que sucedían en cafeterías. Y luego me comparé con ella: Yo era un niño bonito que adquiría dinero de forma criminal, me mantenían y en la casa de mis tíos, donde en ese entonces vivía, no había problemas financieros. ...La mesera reanudo su trabajo - trapeaba el piso - y yo comencé a reírme de las bromas de Eduardo.
Eduardo marín es extrovertido y simpático. Es moreno, un poco alto, delgado, con nariz aguileña, le gusta llevar el cabello largo, es algo guapo y es poeta. Cerca de la cafetería, en la colonia Condesa (¿o era en la Roma?) vive su amor platónico: Ericka Canseco, que es bailarina de danza contemporánea. Muchas noches Eduardo se emborrachó por ella; en ocasiones fue al departamento donde ella vivía, pero antes de tocar la puerta padecía un miedo tremendo y mejor se iba.
Esa tarde también hablamos de Elizabeth Berenice Pérez, la que fue mi princesa. Ésta y aquella eran nuestras ilusiones y nuestros problemas, ambas marcaron nuestras adolescencias de una manera definitiva. Nos presentaron - con sus coqueterías y alejamientos - al desencanto y a la tortura. Y al menos a mí, Elizabeth me hizo saber que yo no era un buen chico, que soy un tipo muy raro y nunca valdré nada hasta que tenga mucho dinero.
Mientras nuestros amores de primero de preparatoria eran dibujados en el aire, arribó a la cafetería una pareja de mujer y hombre maduros. No recuerdo al sujeto, recuerdo que la mujer tenia 40 años o algo así, era bajita de estatura, vestía pantalón de mezclilla ajustado y chamarra negra de cuero; su cabello era rubio artificial y sus senos eran grandes. La mujer era guapa y me gustó. Desde que la descubrí comencé a coquetearle. El hombre platicaba sin parar y ella se mostraba aburrida. Cuando me descubrió mirándola se emocionó. Y no porque yo sea hermoso sino, creo, porque debió parecerle fantástico que, a pesar de sus 40 años, un niñito estuviese coqueteándole. Cada vez que yo la veía ella me sonreía con malicia. Su pareja no se daba cuenta de ello, jamás volteó o le reclamó algo; él seguía en su platica interminable y nosotros, la mujer y el niñito, paríamos fantasías que no vivieron mucho tiempo.
- Tú con tus historias y yo con mis poemas, tú con Elizabeth y yo con Ericka... creo que por eso nos llevamos muy chido.- dijo Eduardo de pronto.
Yo terminé mi limonada e intenso, le propuse:
- ¿Que te parece si hoy no regresamos a casa?
- ¿Y donde nos quedaríamos? - preguntó él, extrañado.
- En la calle.
- ¡No mames!
- ¿No te atreves?... estará chido... Yo nunca me he quedado a dormir en la calle, hay que hacerlo hoy.
Salimos de la cafetería y nos cerramos las chamarras. El frío, la noche y la Ciudad de México nos exitaron.
- ¿Tienes miedo? - le pregunte a uno de mis mejores amigos.
- ¿Y si nos asaltan? - él miró hacia todos lados.
- Sé kárate.- y me toque el abdomen y la dureza que comenzaba a presumir.
- Si tú me defiendes está bien.
...Pero terminaríamos durmiendo en el cuarto de mi amigo Eduardo Marín, en la casa de su padre.

martes, 23 de diciembre de 2008

Precaución

Maricela Punta de alfiler:

Chica rara en verdad, con ojos verde palma y nariz cucharón; "¿Quién la quiere a mi niña?" le decía la loca Juanita del piso 32; "¿Quién quiere a la prietita pechos de algodón?".

De camino a casa siempre bajo la falda un desarmador, para la necedad de los cerdos y el posible atracón. No se sabe si el de la esquina es pobre o saqueador, pero por si las dudas una que otra punta no deja de tener valor.

Punta... Punta... ¡Puta! ¿A dónde vas?

- A regalarme por un rato a su sacra majestad, para olvidarme de mis vicios y mi humanidad, para creerme santa: patrona activa de la sociedad.

Puta, puta, puta con alfiler... dame de tus ojitos una noche de placer, de tus precioso algodoncitos un hilo para tejerme una enorme bufanda de sueños en los que he de caer.

domingo, 21 de diciembre de 2008

El primer lucero de la noche.

Salí de la casa de mi madre sin avizarselo a nadie. Me dirigí a la casa de Diego Flores (alias "Palermo" o "Voz chiquita"). Hace casi un año que no lo veía y él no esperaba mi llegada. Nos alegramos. Estuve con él desde las 5:20 de la tarde hasta las 9 de la noche. Recordamos algunas aventuras que tuvimos en la preparatoria (donde nos conocimos), accedimos a la azotea de su casa y él subió una guitarra y tocó algunos clásicos del rock, pero sin cantarlos. Le dije que dentro de algunos días realizaría un examen muy importante, que he estudiado... estoy estudiando fuerte... pero algo me dice que no lo pasaré...
Él me dijo que ya tenía novia. Una chica llamada Alejandra, que tiene 15 años (él, creo, tiene 2i ó 22) y que por lo tanto se siente... incomodo. La diferencia de edades, aunque no es mucha, le pesa demasiado. No quiere faltarle al respeto. Sólo ha besado su boca. Aún no ha llegado a la caricia prohibida o al sexo nocturno. Pensé: "Él también tiene novia... casi todos mis amigos tienen novia... ¿Por qué habrá chicas que me coquetean? ¿por qué me llaman, pero no me reciben?... Me importa, pero poco... algún día brillaré como nunca nadie ha brillado, seré una supernova...".
Fuimos a un supermercado. Entramos para comprar papas fritas y refrescos. Mi chamarra azul apestaba a sudor en la parte de las axilas. No es que no me haya bañado, sino que esa prenda ya llevaba varias puestas y ninguna lavada. Así que nos dirigimos hacia la zona donde se encuentran los desodorantes. No iba a comprar ninguno. Los vi, los oli. Tome uno que no manchaba la ropa y me lo aplique en las axilas, pero sobre la chamarra. Cerca había algunos compradores y una empleada que acomodaba los productos. Diego me dijo que éstos me vieron con extrañeza. Si sus miradas me hubiesen importado me hubiera detenido. Cuando termine el acto olvidé el desodorante (en spray) en el estante. Dejamos aquel pasillo y Diego desaprobó lo que hice.
- ¿Por qué? - me preguntó.
- Porque nadie me lo impide brutalmente. Y si llevan ese desodorante a la caja y me lo cobran, se los pago... fin.
(Pero a nadie le importó... sólo a Diego y a mí, por eso es que ahora lo relato).
- No debes hacer eso.- Diego me dijo, pero no estaba decepcionado o enojado conmigo.
Caminábamos, pero lo encaré y le dije:
- ¡Vamos! ¡¿Donde quedó tu rebeldía, tu intensidad?!
Diego Flores me miró de una manera profunda, como si le estuviese diciendo algo muy importante. Y terminé:
- Eres demasiado joven para hablarme así. Si sigues al pie de la letra todas las normas y leyes de esta sociedad jamás serás libre.
Diego no dijo nada.
De regreso en su casa, cuando comíamos las papas y tomábamos los refrescos, sin querer hacerlo, tiré uno de los vasos hacia la mesa. El líquido naranja manchó el mantel blanco y al mirar aquello, como si fuese la fatalidad, me quedé sin palabras, desarmado y desnudo. Sólo pensaba en una chica que encontré en el transporte cuando me dirigía a la casa de Diego Flores. Yo estaba sentado atrás de ella y admiraba su cabello largo y castaño oscuro y el comienzo de su espalda inmaculada. Ella, cada breve lapso, volteaba hacia la derecha o hacia la izquierda, pero con el rabillo del ojo me miraba. Yo seguía su movimiento y ella regresaba su cabeza hacia el frente como si estuviese orgullosa de su belleza. Y estuve a punto de susurrarle:
Tú serás el primer lucero de la noche.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Carta

Ha acabado. Se queda vacía la sala, se vacía de aire y se vacía de alegría.
Me hubiera gustado tanto dormir contigo. DORMIR, la palabra en el estricto uso y norma,
sin eufemismos, no hay tiempo para esas cosas. 
No, no es idealizar.. tengo miedo.. las cosas tan frágiles,
el tiempo tan breve, no hay tiempo.. justo ahora que parecía que las batallas concluían,
justo ahora que el cielo se empezaba a despejar, el general Norringtownspeillenhaufen 
da la orden, alza un brazo y las ordas de nuevo al ataque, la zozobra.

¿Por qué será que los nombres absurdos siempre le quedan bien a los heroes de guerra?
En fin, la sala esta vacía, todos se fueron y hasta se llevaron.. ¡la zozobra! 
No, la verdad es que alguien dejó toda la que podía darme. 
La diferencia está entonces en que no la olvidó, realmente sino... si. 
La dejó por que yo le pedí que la dejara, casi a propósito.
¡Quería matarte a besos! 
Respiro, me detengo, veo el reloj.
No, ya no hay suficiente tiempo... las cosas no son tan sencillas,
por que si se va con una idea mía que no corresponde, cuando regrese,
estará en busca de otro, no de mí. Y como me gusta acerme el interesante..
Me concentro, hay que dejar un remanente que perdure,
no, una sonrisa no, no un abrazo no... pero si me siento apenado de abrazarla con todos..
no entiendo nada. Como en esos momentos cuando hablan entre ellos.
Yo salgo de algún modo.. 
entonces me doy cuenta de que la carrera apenas empieza, una diferente,
una carrera mejor.
No, no sirve de nada comparar.
Además, ya no queda tiempo.
Tiempo.
Me siento tan romántico hablando del tiempo.
Qui insatisfacción. Y como desprecio a los románticos que con sus ideales
me han hecho tan infelíz. No, no estoy en una época equivocada. No, 
no voy a negar más la realidad, ni la forzaré, ni la pondré a prueba.
Pero ya no sé... es como si necesitara un descanso que no me quiero dar..
esto es vertiginoso, cada vez más las figuras se difuminan, trato de mantener,
preservar,
abstraer lo mejor, sintetizarlo, hacerlo posible en menos tiempo..
apenas estaba ajustando las velocidades, cuando me salen con que empiezo tarde..
pero no es sencillo...
yo.
Sí, lo sé. 
Perdón, de nuevo no estaba poniendote atención.
Sí.. no se por que me complico tanto para decirte que te quiero.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

RODRIGO VIGNATY

...Y Rodrigo Vignaty me dice con sinceridad:
- Europa está... linda.
Yo, el solitario combatiente, le alego con una sonrisa:
- ¡No!, ¡Europa está hermosa!
- No he visto a esa vieja desde hace un chingo de tiempo.- me informa.
- Yo tampoco.- le digo con un dejo de tristeza - Pero ya volveremos a encontrarnos.
- Ojala valedor.
Rodrigo Vignaty es uno de los mejores amigos de mi vida. Comparte casi los mismos ideales que yo, algo que me sorprende. También quiere ser un vagabundo, nunca casarse y morir de una manera trepidante. Ambos conjuntamos rebeldía e intensidad, necedad y sonrisas. Al igual que yo, Rodrigo no cree en las drogas, detesta el tabaco y no bebe alcohol. Tiene una novia... no, más bien, la chica con la que consigue placer es como una amiga muy cariñosa... No conozco a esa tipa, él me ha hablado poco de ella; que vive cerca de su casa y que es mayor que él (Rodrigo tiene 21 ó 22 años y esa tipa 27 ó 28 o algo así). A mí me gustaría tener una novia mayor que yo, una que no sea inmadura, inexperta, inocente... ¡No!; yo quisiera tener una relación con una MUJER. Y así robarle experiencia, que me enseñara algo mucho más interesante que lo que pudiese mostrarme una adolescente. No sé...
- ¿Sabes qué? - me pregunta Rodrigo Vignaty.
- ¿Qué?
- Quisiera conocer a una vieja tremendamente culera, estriada, inmensamente gorda o una calavera andante; con celulitis, sin dientes, con caspa, que apeste a mierda, que su boca hieda a fríjoles con manteca, que tenga callos en los pies, las uñas largas y sucias; el cabello enmarañado, legañas, mocos inmensos en la nariz, bigote, que sea una idiota, pero noble...
- ¿Y por qué quieres conocer a alguien así? -le inquiero.
- Para cojérmela como un pinche loco. Así, así, así...
Reímos. Y comprendo porque es necesario tener amigos. Porque...

Esto no acaba hasta que canta la gorda

Mis depresiones navideñas estan saltando por las ventanas, ya no caben... ¡por favor ayudenme!, ¡el edificio se incendia!.

Desde el edificio malvibres estamos transmitiendo las aparatosas caidas de todas esas ideas perfectas de amor, una a una... que espectaculo señores, es indescriptible, todas se pelean por salir disparadas de la ventana, se empujan unas a otras... Miren, miren ahí va una larguirucha... ¡zaz! se partió en dos.

Hace más de 9 meses que este edificio empezó con una llamita y ahora se ha convertido en un terrible mar de fuego, dicen que el responsable fue un niño no identificado que jugaba cerca de las cortinas y con una chispita de vela roja incendió todo.

¡Increíble! estamos viendo como una señora gorda esta queriendo entonar una canción en la azotea para impedir que las ideas sigan saltando a la muerte... escucho su primer nota.........

(¡bang!)

Querido público la gorda ha caído de la azotea, de un balazo fue apagado el inicio de su canto, por el niño de la vela roja y... la dueña del edifício.

"esto no se acaba hasta que canta la gorda... ¿y si ya no hay gorda?"

sábado, 13 de diciembre de 2008

La autosuperación es la masturbación.

Desde la muerte de mi padre me volví un descarriado. Y para el mundo donde estoy inserto, extrañamente aún soy virgen, aún no he dejado la escuela, aún no he pisado la cárcel, aún sigo vivo. Me estoy volviendo muy fuerte, demasiado insensible a cualquier dolor. Pronto llegaré a mi plenitud, seré un Hombre por fin y nadie me detendrá mas que una mujer. ...¡una mujer!...
Hace 3 ó 4 años escribí esto en un diario que tuve, cuando mi vida era aún más patética de lo que ahora es. Sigo perdido...


Creí que ya había iniciado mi ascensión, que lentamente salía del hoyo que había cavado para mi consiguiente entierro... Ni siquiera he subido un escalón hacia la Libertad. Lo que he hecho es cavar aún más, soterrar mi cuerpo con grasa, mi juventud con días aburridos. Si pudiera llorar, lloraría, exorcizaría mis demonios... pero quiero conservarlos, al igual que mis lágrimas. No sé, de nuevo es de madrugada, otra vez estoy desgastando mi cuerpo fútilmente. Otra vez he perdido el sueño, otra vez quiero una realidad diferente; sigo sofocándome con ilusiones tontas... Tropezando en la oscuridad. ¿Por qué he perdido el camino? ¿Por qué no hay una señal que me guíe? ¿por qué Ella no está conmigo?
¡Imbécil!: sólo me quejo, solo estoy. Y no peleo por nada como idealmente debería hacerlo.
...En fin... Llegando la noche, muriendo el domingo, comenzando otra semana de odio, me siento acomplejado y sincero. Quiero escribir, pero estoy bloqueado. Sumergido en pensamientos teatrales, soñando que vivo esto o que vivo lo otro, que soy millonario o que tengo cáncer en la piel...
Decido, de pronto, transformarme. ...Pero ahora que he terminado, sé que esto no es una transformación: ¡Es una idiotez!
¿Qué?
Son las tres de la mañana, estoy tumbado en un sillón individual, viejo y roto. De pronto me levanto, tomo una tijera grande, pesada, que demuestra poder y me dirijo a uno de los baños de la casa de mi madre. Me encierro... de hecho no, porque el cerrojo de la puerta está descompuesto... Enciendo la luz, miro el espejo roto que hay arriba del lavabo: mi rostro es una vil grosería. Es seriedad blanca, ojos cafés llenos de misterio y la mierda más guapa del mundo.
Entonces me quito la chamarra, la playera, mi torso es liso, con algunos vellos en las axilas y alrededor del ombligo, tiene 3 kilos de sobre peso y me da asco. Empuño las tijeras. Estoy dispuesto a acabar con esto de una vez por todas. Y lo hago.
...Un día después estoy de nuevo frente al espejo, oliendo el orín del baño más asqueroso de la casa de mi madre y ya no tengo pelo.
Recordad que tenía el cabello hasta abajo del hombro. Lo tuve así por un año y medio. Aunque no lo recuerdo, mi madre me ha dicho que cuando bebé y hasta los tres años, mi padre acostumbraba llevarme a una peluquería para que permaneciera siempre a rape.
Nunca había tenido el pelo tan largo. Ahora, aunque suspuestamente ya me había pasado, tengo conciencia sobre mi cabeza rapada... Vaya, ahora me veo como un maldito, un hijo de puta que después de hacerte sexo oral por 5 minutos te arrancaría los testículos de un sólo mordisco.
Mi aspecto es duro... pero aún no tengo la dureza que algún día tendré.