martes, 20 de noviembre de 2012

III

Extracto tercero de "El dulce suicidio del desmembrador", un relato de crimen y fantasía. Para todos aquellos que aman y son amados también. Yo todavía no, para mi fortuna...



Cuarenta y ocho años han pasado y Armando Legorreta recuerda con frescura el día que conoció a su mujer. Ambos tenían diecisiete años y estudiaban en la misma preparatoria. Cruzaban el patio. Mientras lo hacían leían las copias que llevaban en las manos, ella recién las había sacado, él se dirigía a la fotocopiadora por otro juego. De repente y al mismo tiempo, el tacón de una se rompió, la agujeta desamarrada del otro se enredó y los dos se precipitaron hacia adelante, cara contra cara. Nunca habían besado, su primer beso fue tan espontáneo como brutal. Cada uno se rompió dos dientes y las narices. En la enfermería no se maldijeron, rieron chimuelos y cómplices. Algo inaudito los había unido para siempre.