miércoles, 18 de junio de 2014

Cavilaciones innecesarias



Tommy, vamos a decir que se llama Tommy porque llevaba una chamarra que costaba un ojo de la cara y por el momento no tiene ningún otro rasgo característico, estaba pensando en comprar un helado en la calle de Madero. ¿Sabes cuántas calles Madero y cuantas calles Zapata hay en la República Mexicana? Hazte a la idea que ésta calle Madero no es la calle que conoces, porque de eso se trata. No es tan grande como piensas. La cifra. “La república”. El niño, porque Tommy es un niño, está esperando a que la fila se acorte para que por fin pueda pedir lo que quiere: un tarro de helado de Margarina Moldava (leíste bien, es un tarro, no es una taza o un vaso, mucho menos sería un cono). Así se llama el helado del que no te he platicado cómo le fascina a la gente. La fila avanza. Otro niño aparece aquí, hijo de expatriados norteamericanos, pasa por esa misma calle con las manos metidas en las bolsas de la sudadera. Un niño más, toca un acordeón, pero imagina que es un acordeón que no hace música, es un acordeón que no obedece razón, como un loco, por esta ocasión ni siquiera hace ruido, la interpretación que inunda la calle es un cúmulo considerable de desgana e indiferencia en los gestos que hace su niño (el niño tiene un acordeón, el acordeón tiene un niño). Tommy uno, helado en ristre, porque llamaremos a los dos primeros niños Tommy, se encuentra cara a cara con Tommy dos, manos ocultas, ojos en los zapatos. Tommy sonríe al paso de su homónimo y mirar otra vez el mostrador donde aguarda un empleado laborioso que prepara “otro Margarina Moldava”. Tommy dos pasa la heladería, se encuentra con el acordeón y su espectáculo con niño. Se saca una bolsa de cacahuates de la chamarra y se la entrega a Tammy, nombre para un tercer niño varón que viene a cuenta, el pequeño que toca el acordeón pervertido. Te dije que el acordeón estaba loco, pero más bien es un acordeón pervertido. Por las noches, deja los ojos abiertos y si te quedas dormido antes que él, mira  como son tus sueños húmedos, escucha a tu esposa acostarse junto a tu cuerpo inerte y decir en voz queda “qué joda, qué vida, quiero otra, quiero comprar una nueva, crema con vainilla, comerla a mi velocidad, ésta vez, más tiempo para mirar el pasado como un evento y no como una definición de mis dotes, como una transición pasajera entre el entonces que me parecía un bodrio y el ahora que me parece una locura acelerada y a destiempo, sin tiempo, sin tiempo”. Es un acordeón muy malo. Tammy es un niño muy malo también. ¿Qué es lo que pasa cuando recibe los cacahuates de Tommy segundo? Nada, los pone debajo de su bandeja de billetes y se sigue mirando la calle con hastío, como si nada hubiera pasado por su mente, sus dedos o su garganta (nótese que salivó). Tammy es tan hábil que ha aprendido a tocar sin mirarse los dedos durante toda la pieza. Quizá sea injusto decir que Tammy es hábil, dado que Tommy dos, hijo de narcisistas inseguros ha tomado clases de piano desde los 3 y si pusiera sus manos por unas horas en el acordeón ―y tuviera que sacar dinero de hacerlo con gracia―, lo tocaría mucho mejor. Pero en esta ciudad en particular (hija de puta), en esta ciudad pequeña y meditabunda, la gente no quiere un acordeón que florezca con sutilezas y sentimientos “humanos”, quieren el acordeón de Tammy, viejo, descuidado, sobrevendido, empleando a un niño que inspira miedo y a la vez compasión. ¿Pero dónde duerme por las noches cuando ya no toca?, se pregunta una madre que no piensa mucho cada día en nada y que sobrevive de lo que muchas otras, del mérito de haber parido un par de recordatorios y futuros estados financieros. Tammy no se preocupa por eso, ni por la señora, ni por los recordatorios, ni por encontrar donde sobrevivir la noche inclemente, no ahora. Tommy uno, se empieza a embuchar el helado, le da lengüetazos y sueña a que su tarro es una montaña que se derrite bajo el sol por los siglos de los siglos de radiación. Una montaña de hielo, recapitula, ¿por qué quién se va a creer que una montaña sea demolida por la poderosa lengua de un ser inmensurable, quién se lo va a plantear así? ¿Dime quién? ¡DIME! Es mejor imaginar al sol haciendo lo suyo, paciente e implacable. Cuando los tres han cruzado miradas, no los tres entre los tres, sino uno con el otro y el otro con tercero, cae del tercer piso de un edificio que enmarca el encuentro, un balón de futbol. ¿Qué es esto? No, no es el set de filmación del próximo comercial de cola-limpia-motor-cola. Los tres infantes pasan sin percibir que sus vidas acaban de saludarse de mano y de una vez, para no desaprovechar, se agarraron de besos. El balón es una metáfora de la gravedad, ahí está, pero nadie la toma en cuenta. A menos que no estuviera. En otra parte del mundo, tres niños negros se vuelven mejores amigos. Porque los otros tres niños blancos de esta historia están en EUA, (y no son los tres “T”) discutiendo sobre un número de horas que llevó la culminación de su más reciente aventura conjunta a distancia en la que mataron hombres y mujeres, virtualmente, no realmente, sólo simuladamente. Tommy segundo se pone a llorar la mañana del día siguiente cuando su padre lo regaña con el argumento creacionista-extremo de cajón: Tommy ha maculado su estatus de privilegiado y seguirá fallando a ojos de sus semejantes si no renuncia a su amor por los dinosaurios. No hay tal cosa como la prehistoria sin dios por miles de millones de años. Tammy ha tirado los cacahuates al caño de la tasa del escusado en uno de sus tres paraderos nocturnos. Tommy primero no piensa nada, se mira desnudo en un espejo y piensa que su cuerpo es diminuto, pero no lo sufre, no lo vive como la condena que podría ser, lo piensa como un estado transitorio. El acordeón de Tammy dará aproximadamente trescientas funciones más. Serán interpretaciones de cumbias y bachatas que acompañarán el ruido de una calle Madero. El acordeón perecerá aplastado bajo una casa derrumbada en espera de dictamen del CONACULTA sobre una posible restauración, esto no será una casualidad, el derrumbe, la pérdida del instrumento sí. Una casa en Glastonbury es subastada por su valor emocional en 2007 por casi 5,000,000,000 euros. Una casa en Phoenix es subastada también, en una cantidad exorbitante, por haber pertenecido a la familia de un tal Armstrong, por haber albergado al susodicho y por haberlo visto “en su apogeo”. ¿El astronauta, el físico, el mercadólogo, el historiador? Timmy segundo, crece, a principios de los años 80’s se pone playeras largas y pantalones de mezclilla, fuma crack, reza, viaja a la India, rescata a una chica palestina de 19 y se la lleva a vivir con él. Cuando su primer perro “familiar” fallece, Timmy recuerda que hay cosas más importantes en la vida que el amor y la vanidad, vende su casa y regresa a la India a buscar a dios, al verdadero dios. Timmy, el pequeño del helado, morirá a los 17 años en el verano de 2003. Por tanto no verá el fin de la guerra en Afganistan, no abrirá su cuenta en cierto portal cibernético donde la gente junta “recortes” de imágenes para hacer diseño de interiores, tampoco sentirá miedo ante la amenaza del megaterremoto anunciado en 2014. Tammy viajará a Sudamérica y trabajará en una fábrica de Samsung recuperando camiones robados, negociando su compra-venta. También estudiará Tai Chi por un lustro y después intentará ser maestro del mismo, sin mucho interés, sin mucha vocación, sin mucha suerte. El perro de Tammy, vivirá más tiempo que Timmy primero, convirtiéndose en un animal afortunado y excelso (cuántos años, cuántos años). Pero, ninguno de ellos le rendirá culto a ninguno de los demás. Vértigo. Vómito. Dolor. Arquetipos conjugados. Aceleración. Una canción que suena en un radio descompuesto que no emite graves, permitiendo apreciar los silencios entre melodía y melodía, entre canal y canal, entre tú y yo. Entre la paciencia del amigo y la paciencia del lector. Vete. Ya no tienes nada que leer aquí. No a mí.
¿T?
¿Eres tú?
Ah, era
yo
y
a
v
e
o.

Acepté tu renuncia




Extendí las manos, extendí las manos como si fueran tentáculos, como si fueran raíces y tocaran la tierra, como si fueran ramas y rasguñaran el cielo. Te sentí más cálido que siempre, como un volcán anunciando su grieta en el mar, como si mis enormes brazos hubieran llegado al centro de todo. Como si tu sonrisa fuera una roca flameante, como si fuera el principio y el final de todas las cosas. Cuando pensé que lo nuestro era un reencuentro, me escupiste a la cara. Mis nervios, aún conectados, aún alertas, sintieron el rugido de los leones moribundos, el frío helado del cielo, la humedad infinita del mar, el asco del vértigo, la estupidez del hombre, el hambre del manatí, el llanto de un rinoceronte, la piel escamosa de una mosca. Sentir tanto a la vez fue devastador, tremendo, horripilante y revelador.

Lo que eras tú, lo que había soñado no era ese reencuentro, era otra forma de contacto. Tú ya no eras el mundo, yo estaba otra vez equivocado. Entonces, mis piernas se enroscaron como un listón y se volvieron ruedas con las que me eché a andar. Le di la espalda al mundo y aceleré por acelerar. Mi voz fue otra vez mía, mi amor dejó una estela detrás de sí. La noche se devoró el sentido de las cosas y cuando desperté, no te fui a buscar.

Demostración pública





La lectura fue insoportable, yo estuve, y tú sabes que fui por lo que iba, la lectura fue un asco. ¿Has visto esos sustitutos de café que venden por kilo? Ogh, no importa. El caso es que pusieron de esa cosa en la mesa y ahí voy de pendeja a echarle media taza a mi café, que llamarlo café es ser políticamente correcto porque no sabía a nada. Causa y efecto, come mierda, bébela y ya verás; la miseria burocrática goteada te va a hacer mal, ¿pues cómo no? Imagínate que tú eres el tal Esteban H, imagínate nada más la pena. ¿No puedes, verdad? Yo tampoco, parece que el tipo ha perdido la cabeza. No quiero ni pensar que me va a llamar al rato para preguntarme sobre acciones legales y consecuencias y tal, son las desventajas de ser conocida. Lo malo de mi teléfono es que no veo quién me llama ni leo mensajes, si no, ni contestaba. C’est la vie, mon petite  poire, c’est la vie. Te cuento la historia muy brevemente. Él es un chico inseguro (mira que cosas), sin dinero, guapo, pero no muy guapo, nada más moderadamente. Ella es la encarnación de la juventud, la piel dulce, el rostro sin mácula. Yo, pues, esa soy yo. Y los dos se encuentran para hacer el amor hasta que el mundo se desmorone o uno de los dos muera. La narración prosigue en un sitio definido por el autor como “atemporal y perverso”, que el muy idiota se enfrentó a los estudiantes de letras después de la conferencia. ¡Como si se pudiera ganar esa pelea! ¡Deschavetado! Total, la mujer o la quinceañera, o quien sea, acaba haciéndole felaciones hasta que muere, seco, sin haber tenido posibilidad de rehidratarse. Es una historia, que, te digo que explicó todo, “reposiciona al hombre como un ser vulnerable”, porque según este idiota “el feminismo anárquico”, cito palabra por palabra, “ha terminado de deshumanizar la presencia sensible del varón”. Menuda sarta de idioteces sin pies ni cabeza.  No es que tengas que ser bueno, de hecho muchos autores son muy malos y eso está bien para mí, son los que inundan las convocatorias y por ende te hacen sentir que tu trabajo es mejor aunque no lo sea. El truco de magia es que no olvides el engaño. Al final de cuentas tener malos autores es como pedirle a una multitud en el concierto de tal que sonría para la foto a la que le vas a yuxtaponer una leyenda que lee “que así sonríen las víctimas después de una violación colectiva”; en necesidad, inspira y funciona, vaya que funciona. Pregúntale a Bolaño, en Barcelona, le encontró la ciencia a ganar concursos literarios y de eso vivió por el resto de su vida. Granuja. La conclusión es que dependemos de los fracasos de los demás en el gremio. Y de hecho así publicó su primera novela, perdona el paréntesis, es que me hace mucha gracia. El caso. No me dejes que me salga del tema, Mauricio. El caso es que este tipo se ganó una de las becas gordas, no la gorda asquerosa sino la segunda gorda. Le pagan por escribir todos los días. Como si escribiera todos los días. Vamos a ser sinceros, vamos a hablar de poeta a autor. No me digas poetiza que te descojono, pendejo. Poetiza tu madre. Y puta tu abuela, por ende. Mira, ¿cuántos días buenos tiene una semana para la literatura? La literatura de verdad, esa que logras escribir y llega como un puñetazo firme en el plexo solar. Un día. Un día de siete. ¿Y de esos “un día de siete” del mes, cuántos poemas de verdad logras? Ninguno. Porque en un mes o dos o tres de trabajo llenas, ¿qué? ¿120 cuartillas a doble espacio? Lo que quieras. Y eso es más absurdo, porque, imagínate, te pagan por escribir por todo un año y no escribes nada que valga la pena. No digo que tú lo sepas, sino que en 20 años, cuando hayas desertado, o te hayas muerto…. No, no es pesimismo. Tenemos una esperanza de vida más baja que la de los actores porno y hay que aceptarlo como es. Y mira que meterte puños por todos lados tampoco es así que digas un paseo por  los Champs-Élysées. Bueno, me acosté con él. Dicho y hecho. Le vi la pija, o como le digas tú a los órganos eréctiles, y me la metí toda, con todo y todo. No pongas caras, Mauricio, eres gay por muy buenas razones y sabes que mi presencia en tu vida implica que estoy aquí para llenarte la mente infemme de vaginas y penes chocando. Es mucho más placentero de lo que te atreverías a admitir tener a una tipa como yo. Su cuento es nada más que una narración de cómo cogimos la primera vez que cogimos, educolorada con romanticismo infantiloide, pero eso es.  Y qué bueno que abordamos a Bolaño que todo esto viene de parte de él. Porque Esteban leyó en uno de sus libros, que personalmente pienso que es idiota comprar libros cuando los puedes expropiar a Esteban, entre otros y algunas, que Bolaño dice explícitamente: la literatura erótica es rara en América Latina, la literatura cómica es más rara todavía. El pobre quiso hacerla de bufón. No le salió. ¿Sabes que puso? Puso barbaridades del talante de: “Y entonces parcharon como balones heridos hasta quedarse sin aire”. La gente de la primera fila, y mira que de cierta manera esta audiencia era una audiencia cautiva y garantizada: toda esa gente echó al unísono los ojos para atrás. Yo me sentí mal por él. La verdad. En otro tiempo tuvimos una relación más carnal, y coger con el tipo no estaba nada mal. Sin importar que de pronto se pusiera cursi y dijera que coger no es hacer el amor y así y asá.  Me llamaba cuando venía a entregar y llevar copias de la Portales y nos íbamos a mi casa, que está prácticamente sobre la avenida y cogíamos. Mucho. A lo mejor no como balones desinflándose, pero hacíamos mucho de eso y, total, está de más su cuento. ¿Por qué? Porque lo que hacíamos era mucho mejor que su recapitulación. Mira, ponme una mano aquí, majo. Ya sé que te da asco, que no entiendes el propósito de las protuberancias. Pero de una como éstas mamaste tú también. Esto es algo que muy pocos seres pensantes han tenido el placer de sentir. Y tú, pero tú no cuentas porque para ti es tortura. La verdadera poesía ya está aquí. Lo que resta es sugerirle a la gente como buscar. No desmenuzar una escena de sexo anal como si no tuviéramos ya muy buena pornografía al respecto. No digo que lo suyo fuera pornográfico, digo que no tenía gracia ni sentido. Y no fui la única que notó la nimiedad. El director de la Fundación que le suelta el dinero pasó por el salón de actos, y te digo esto, muy a su pesar, porque tuvo que defender el cuento de Esteban. Un ex profesor de la facultad de contaduría, que eso me dijeron unos niños que hasta Contaduría se fueron a enterar, se levantó a mitad de la narración y le dijo: “la misiogínia de tu narración me ofende y tu falta de imaginación es vulgar”. Y se salió de la sala. Es el otro tipo anunciado. Horrible. De entrada no es secreto que Esteban es un narrador de poca monta que narra su vida con floretes y florituras y viñedos para confundir a los incautos. Sucede que en la narración el nombre de la tipa con la que me disfraza corresponde a una mujer de la vida real. Es una alumna de este profesor. ¡Y ellos también cogen! Entonces el rumor no fue una cosa de piernas y nalgas, ¡fue el eterno rumor del mar! Y al siguiente día, el “reconocido”, hazme favor, el “reconocido” autor se presentó en la Facultad de Contaduría de la Universidad a rebatir contra el tipo este en una plática abierta que estaba dando. Esteban será muchas cosas, pero no es un hombre sutil. Entro al auditorio usando una máscara de Salinas de Gortari y como en la Universidad no hay seguridad de campus ni policías en eventos de viejitos meditamoribundos, nadie lo detuvo, se bajó la bragueta y orinó el pódium del emérito. La mujer, una tal Artemisa Gorostiaga decidió intervenir. Subió fotos a internet de los dos tipos en cueros y las envió a todo mundo con una leyenda que leía “Canayas, aquí estoy”. Cuando vi esa cosa, solté una carcajada. ¿Cómo era posible? Pero lo que de veras es imbécil es su idea de hacer una cogida conjunta por el internet. ¿Crees tú que yo sé de eso? ¿Un trío artístico poético multidimensional? Porque también prometieron lectura de obras inéditas durante la transmisión.