lunes, 23 de abril de 2018

Lo emocionante que es tener una colección

La gente que me conoce un poco sabe que tuve un accidente cuando era niño y desafortunadamente perdí los genitales, o sea: estoy castrado. No escondo esto porque habla de lo que hice por mi hermana. Cuando yo tenía ocho y ella diez años un dóberman nos persiguió por la calle. Ella tropezó y el perro la atrapó de una pierna, yo no dudé y me interpuse, pero era evidente que mis fuerzas no serían suficientes y el animal me agarró de la entrepierna…
Ahora mi hermana está casada y tiene dos hijas. Y yo… yo nunca pude relacionarme con mujeres, ni siquiera para que fueran mis amigas. La cicatriz entre mis piernas es una medalla para mí, pero una abominación para mucha gente. Y por ello estoy solo.
En realidad no tanto, tengo buenos amigos y sobre todo y de lo que quiero hablar en este post es que soy coleccionista de figuras de acción. Estudié contaduría y una vez regresaba de la oficina y sino iba a tomar alguna cerveza con mis compañeros, volvía rápido a mi departamento. Allí me recibían siempre Thor, Robín, La princesa Leia, Spawn Medieval; Darryl Dixon, Trunks, Robocop… Tenía un par de vitrinas amplias donde exponía cada personaje y los que aún tenía en cajas los guardaba en el cuarto que estaba destinado a las visitas, pero como nadie venía aquí, tuvo otra función. Cada cierto tiempo los reacomodaba y los limpiaba, siempre cuidadoso del polvo, el agua y el sol. Y cada fin de semana asistía a un tianguis que existe en la Ciudad de México de nombre “Cómics rock show”, donde principalmente se venden figuras y donde me volví un tanto popular por una amabilidad y nobleza que los que son mis amigos dicen que tengo, pero yo no lo puedo asegurar.
No quisiera que se me tomara como un infantil con lo que he explicado, lo cuento principalmente para que se tengan más pistas y se entienda mejor lo que quiero revelar.
Sabía que nunca tendría hijos, a no ser que adoptara, pero sino tenía a una mujer a mi lado nunca lo haría. Y el tener un gato o un perro no me era posible porque sería injusto tenerlos encerrados y hambrientos al yo estar en el trabajo. Por ello me encariñé tanto de mis sobrinas, Lucía y Fernanda, desde que nacieron, lo que sucedió hace más de una década. La primera tiene ocho y la segunda camina rápido hacia la adolescencia, algo que no puedo evitar, pero lo quisiera. Desde bebés jugué con ellas, las llevé al zoológico, al cine y a parques de diversiones. Y por supuesto les compré juguetes, en sus cumpleaños, día del niño, navidad, en cualquier fecha que resultara propicia, ya como una recompensa o para remarcar lo tanto que las quiero; término del ciclo escolar y les daba una muñeca, pasaban un examen y un peluche, aceptaban ir al dentista y un juego de mesa; hacían un quehacer, se portaban bien, se dormían temprano, ¡iba a visitarlas!, y allí estaba yo con un juguete.
Pero el día más satisfactorio era el día de reyes. Mi hermana y su esposo compraban en el supermercado de la avenida, pero yo iba por mi parte al centro de la Ciudad. A eso de las once de la noche caminaba entre la tanta gente, me detenía en cada puesto y preguntaba. Compraba juguetes para ellas y figuras de acción para mí. De pronto me consideraba igual que todos los hombres que me acompañaban, ¡que yo también era un padre!
Al día siguiente, con el pretexto de la rosca, me presentaba en la casa de mi hermana y a mis sobrinas les entregaba lo que los reyes magos habían dejado en mi sala para ellas. No soy exagerado al decir que siempre mis regalos eran más jugados que los que les daban sus padres.
Todo fue bonanza hasta el seis de enero pasado. Uno no puede detener los días, éstos se precipitan como una cascada y lo van inundando todo, dándole un aspecto distinto a lo que ya era acostumbrado; sí se sueña mucho tiempo, al despertar se estará en una tierra completamente desconocida.
Mi sobrina mayor recibió un celular y ya no le importó lo que su hermana tuviera como regalo y sobre todo ignoró por completo la muñeca edición especial, la cual desde hace un año había deseado conmigo al descubrirla en internet. Este desprecio agrió mi estancia y me marché pronto. Para no volver temprano a mi casa, me metí en un bar e intenté ligar con dos fulanas que por cómo estaban maquilladas parecían de treinta, pero luego revelaron que apenas tenían la mayoría de edad. La gente crecía, sin poder detenerse. Mis sobrinas un día saldrían a un lugar y un imbécil desesperado trataría de llevarlas a la cama, aunque no supiera para qué. Y cuando una de ellas trató de besarme, hubo un temblor.
Sucedió tan fuerte que todas las botellas atrás del mostrador se cayeron y las chicas se abrazaron y se pusieron a llorar. Antes que terminara salí corriendo del lugar, sólo pensaba en las vitrinas de mi casa, en las tantas figuras que había atesorado todos estos años. Vomité al entrar al departamento y descubrir que todo se había caído y varias piezas roto en un brazo, en una pierna, en la cabeza. Desesperanzado empecé a recoger, pronto me di cuenta qué era inútil, que todo avanza, crece y no se detiene. Entonces la locura se apoderó de mí y empecé a romper lo que viera, aun lo que se había salvado, lo más caro o lo más apreciado por mí. Y mientras lo hacía grité y lloré. Maldije la vida que me había tocado y me pegué tres veces en donde debería tener un pene y unos testículos. Al cansarme me recosté en la alfombra y me dormí.
Me desperté con el lloriqueo de la bebé. Había una desnuda acostada junto a mí. Los muebles seguían tirados allí, pero todas las figuras habían desaparecido. Entendí el trueque y lo agradecí.
Ese mismo día inicié una nueva colección, pero ahora con las risas de mi hija.#HoyNoPerderé https://www.atletassinfronteras.com

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