lunes, 10 de agosto de 2015

Mi gato Cris ha muerto el día de hoy (Eulogy).

Quisiera decir que era mi gato favorito pero sería decir una mentira. Lo quería mucho, eso es verdad. En los últimos años no tuve un gato favorito. Y pensar que hace tantísimo tiempo me costó tanto trabajo acostumbrarme a tener dos gatos. ¡Eran muy pequeñitos! Cuando murió su hermano sufrí mucho, le escribí una carta para decirle que no lo íbamos a olvidar, todavía tengo esa carta guardada en mi cajón de tesoros. Cuando eran pequeños los dos, mirábamos mi hermana y yo un programa bobo en la televisión. Zaboo Mafoo. Con los hermanos Cris y Martin. Eran hermanos que no se parecían mucho entre sí. Encontramos a Cris y a Martin chillando, pequeñísimos, trepados en la llanta de una combi que todavía tenía el motor caliente, en nuestro estacionamiento. Los adoptamos sin pensar mucho. Mi hermana y yo éramos muy pequeños, quizá ella iría en la preparatoria, yo apenas entraba a la secundaria. Me cabía uno en cada mano. Se trepaban por mis piernas, me parecían muy simpáticos. Los quería mucho a los dos, pero siempre me llevé mejor con Martin. A martin le gustaba pelear conmigo, me mordió y me rasguñó muchas veces. Martin fue el primer gato que me mordió la nariz y que me rasguñó los cachetes. Cris siempre estaba como de fondo para mí, mirándome portarme mal sin decir nada, aguantándome hasta donde podía. A él no le interesaban los juegos tontos que tenía con su hermano, no le gustaba pelear. Cuando tendría unos cuatro años de edad, Martin, su hermano, desapareció. Cris estuvo maullando en la ventana la tarde que Martin no regresó. Había olvidado eso. Ambos maullaban mucho, maullaban porque los teníamos que dejar solos en el departamento, maullaban pero siempre se hacían compañía y eso nos dejaba tranquilos a nosotros. A los vecinos no, ellos se quejaban de que nuestros gatos maullaban en las noches. Es mejor, pensamos, por supuesto que es mejor tener dos gatos que tener sólo uno. Así pueden hacer cosas juntos mientras no estamos. Ya no recordaba que cuando los sacábamos a jugar no les daba mucha confianza el jardín. Qué hermosos se veían jugando en el pasto, con su torpeza, dando manotazos. Cazaban. Martin solía cazar más. Él cazaba ratones, pájaros, mariposas, y nos los dejaba en la puerta. Cris tomó la batuta cuando Martin se fue y se dedicó a cazar más. Mas nunca lo miré como a un animal beligerante o como a un cazador despiadado. Él traía presas, casi siempre, cuando no le dabamos de comer las cosas que él quería. Cris, animal hermoso, cómo te extraño y no tiene ni un día que sé que estás muerto. 

Cuando lloraba ustedes no eran indiferentes. La gente es tonta, por eso habla mal de los gatos, la gente ignora. Mis gatos me acompañaron por algunos de los años más difíciles de mi vida y siempre me regresaron al presente. 

Cuando llegó Gin, me di cuenta de algo que no sospechaba: era alérgico al pelo de gato. Como sea, logramos que Gin y Cris se llevaran bien aunque nos costó mucho trabajo. Probamos ponerlos en proximidad, la una metida en el tambo de la ropa sucia, el otro metido a veces en su jaula. No salía bien la cosa. Gin es una gata muy territorial. Cris la dejó ser. Cris, gato benévolo. Tú conociste a tanta gente que quise y que hoy se ha marchado. Tú conociste a mis mejores amigos y mi familia, a casi todo el mundo conocías. Y ellos a ti. Eras el gatote, el gato enorme, el gato gigante. Eras un animal precioso, con tus colores negro, amarillo y blanco. Tus garras eran enormes. De vez en cuando me recordabas que contigo jugar no era cosa de niños. Pero eras un gato muy noble, muy dócil. Nunca te vi ser grosero, ni siquiera con gente que se lo merecía. Te íbas, te marchabas. Eras un gato listo e independiente, muy inteligente. Quizá por eso no nos llevábamos también. Yo tan dependiente y tan fácil de engañar. Si no te dejaba subir a mi cama fue por aprender con la gata gorda que los pelos de gato eran lo que me hacía estar constantemente enfermándome. Pero aún así me gustaba que me vinieras a buscar. O que te treparas en el lavabo para llamarme la atención. La primavera pasada no dudaste, me hiciste darme cuenta de cuando estaba comportándome como un zombie. Gato tierno. Ronroneabas con amor. Gato bonachón y anodino, te sentabas en mis piernas porque en ellas sí cabías.

Me siento muy mal, porque en los últimos meses no nos llevábamos tan bien. No es que te quisiera menos, es que tenía muchos problemas, es que trataba de mirar a dos sitios al mismo tiempo y sentir la atmósfera de un tercero. Luego, llegó el Maya y tuvimos que hacer espacio para él también. Donde caben dos, caben tres; tú lo dejaste estar en la casa. Le marcaste tus límites, pero lo dejaste estar. Y yo me distancié un poco de ustedes tres. Hace unos días cuando lavé mi cobija y bajé a descolgarla bajaste conmigo al jardín y jugamos un rato. Te aventaba la rama y tú ibas corriendo a agarrarla. Tantos gatos hay ahora en esta unidad. Y tantos que no están esterilizados. Tú siempre tan tranquilo, sin buscar pleitos. Maldito sea ese gato negro que venía a marcar territorio a la casa. No sé si él tuvo algo que ver, aunque sospecho que no. Hoy en la noche al voltear a ver donde te encontré ahí miré al negro oliendo la sangre que dejaste. No sé qué estaría haciendo pero lo espanté. 

Si por mi fuera, bajaría con el rifle de madera, con ese que usaba para jugar cuando era niño, ese que me pintaba las manos. Bajaría en medio de la noche y convocaría a todos los gatos. No les hablaría, pero todos me estarían esperando. Porque todos se acuerdan de ti. Hasta tu asesino, que seguramente no vio tu muerte como algo antinatural. Me diría que así son los gatos. Yo qué sé, yo sólo soy un humano. Allí en medio del estacionamiento, con mi rifle de madera al hombro y con un séquito enorme de gatos, me quedaría parado, mirándo a la luna. Y maullaríamos todos juntos unas veinte veces. O cincuenta. El número de años que hayas vivido en cuenta de gatos. Sé que fueron doce al menos, pero apostaría a que fueron muchos más veranos. No tengo muchos recuerdos en los que no seas ya parte de mi familia. Gato elegante, gato simpático, gato valiente. Peleaste por tu vida hasta el último momento. Lo sé porque vi los restos de la batalla. Tanto te gustaba echarte al sol, dejarte calentar por los rayos del magnífico, que hasta pensé por un momento que no más estuvieras dormido. Me dejaste en claro que no me puedo morir sin dar una buena pelea y sobre todo, no me puedo morir antes de que mi madre muera. Eres mi hermano, eres mi amigo, fuiste mi protector. Si mi patronus tuviera forma seguro cambiaría esta noche y en adelante te materializarías allí, como mi defensa más dura contra todos los males, como una epifanía, un momento feliz. Eras orgulloso, elegante, nunca engreído, sobre todo cariñoso. Ay, esa voz ronquita que tanto le gustaba oír a mamá. Eres uno de los míos. Debo vivir y hablarle bien de usted a todo el mundo, compañero felino.


3 comentarios:

Alfredo Cuauhtémoc Pérez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Alfredo Cuauhtémoc Pérez dijo...

No te puedes morir antes que tu madre muera, antes de publicar tu primera novela, antes que yo caiga y ya no me levante; escribir un epitafio en la tierra.

Alfredo Cuauhtémoc Pérez dijo...

Asi como Cris y Martin se fueron, Polar se marcho. Haz escrito una nostalgia que yo siempre quise leer.
Una gran despedida!!