domingo, 21 de junio de 2015

Lo que he hecho por una mujer (2).

Suelo perseguir a las mujeres en la noche. Pero no para acosarlas, sino para protegerlas. Tengo cierto entrenamiento, alguna habilidad en el combate y mucha resistencia. Al tener ello tengo también una responsabilidad para con la sociedad, mi Ciudad y mi tiempo, si puedo hacer algo por otra persona debo hacerlo.
Dan las diez, las once, llega medianoche y bajamos del Metro, del Metrobus, una chica que viene del colegio, otra con su traje sastre, una más con sus tacones y su bolsa plateada; salen y apresuran el paso, empujadas por el viento, las avenidas se vuelven más largas y las luces pierden brillo y ganan una oscuridad llena de secretos. Yo voy detrás, atento, sigiloso, con una mano ya vuelta puño si acaso ese teporocho o el borracho trajeado o el vulgar aquel con más panza que inteligencia, se aproximan a ellas. Quieran robarlas, tocarlas o tan sólo decirles una leperada y yo seré brutal.
Y si acaso llego a defenderlas no me importa que me agradezcan, lo relevante es que puedan seguir mañana alimentado la vida de quienes las aman y hacerlo con alegría y pan.
Las persigo hasta la calle donde viven o hasta donde abordan otro transporte, lo hago con tanto silencio que sólo una de las varias se ha percatado de mi presencia. Y ha sido divertido y un tanto irónico porque ésta echó a correr al saber que la seguía.

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